Si para los anarquistas toda solución
inmediata es relativa, porque está limitada por la ley del equilibrio
capitalista, no puede en consecuencia ser el sindicalismo una teoría de
futuro. No quiere esto decir que el anarquismo oponga su finalidad
revolucionaria, como expresión de lo absoluto, a la realidad
contingente. Por el contrario, es sobre los hechos y sobre las
experiencias que las teorías libertarias deben crear una base de
realizaciones, buscando en las masas obreras los elementos necesarios
para impulsar el avance de la historia y determinar el progreso social
contra las corrientes reaccionarias.
Los anarquistas debemos, en
consecuencia aportar nuestras energías al movimiento obrero. Pero
nuestra adhesión plantea de hecho una beligerancia teórica al
sindicalismo clásico —al sindicalismo que quiere bastarse a sí mismo— y lleva
al terreno de la lucha de clases todas las divergencias teóricas que
nos separan de los partidos marxistas. Es sobre la interpretación del
papel que representan las organizaciones obreras que surge la inevitable
polémica entre reformistas y revolucionarios. Y el desacuerdo debe ser
mantenido a toda costa, porque la mentalidad política e ideológica en
los sindicatos es tan imposible como exigir a los trabajadores que
circunscriban su acción a exigir mejores salarios a la clase patronal.
No podemos los anarquistas olvidar que
el movimiento obrero, para que sea verdaderamente revolucionario, debe
abarcar el conjunto de los factores sociales que hacen odiosa la vida
del asalariado. Desintegrar las ideas socialistas en diferentes
particularidades, separando lo político de lo económico —el espíritu de
cuerpo— es negar al trabajador la facultad de pensar y de accionar de
acuerdo a un ideal de justicia. Por eso queremos definir la trayectoria
del anarquismo sobre la realidad inmediata, no como una línea paralela
al proceso de la economía capitalista, sino como una potencia
espiritual divergente, en constante rechazo de las construcciones
sociales sujetas al fatalismo histórico: a las necesidades que
determinan, según los teóricos marxistas, la continuidad del régimen
capitalista.
Todas las organizaciones proletarias
han nacido de la necesidad de oponer una valla a la explotación del
trabajo, al monopolio de las riquezas por una casta privilegiada, a las
injusticias de los amos. Esa es la primera contingencia que explica la
lucha de clases y también el fundamento dinámico del sindicalismo.
Bastaría la acción defensiva del proletariado si sólo se tratara de
buscar una base de equilibrio al problema de las necesidades. Se
solucionaría la cuestión económica colocando frente al capitalismo una
fuerte coalición obrera, regulando la economía con órganos apropiados,
creando un poder de control que obligara al capital y al trabajo a
mantener sus fuerzas en equilibrio y resolver pacíficamente sus
diferencias. Más, ¿no se manifiesta fuera del área de influencia de la
lucha de clases, al margen de los conflictos gremiales, el espíritu de
contienda que hace fracasar todos los planes de reconciliación de los
políticos reformistas?
Buscar la solución de los problemas
sociales en un acuerdo entre explotadores y explotados —sobre las
simples contingencias materiales— es aceptar el fondo de las
injusticias históricas. La resistencia al capitalismo no está
determinada exclusivamente por la cuestión económica; tienen origen en
la desigualdad moral, en todas las causas determinantes del privilegio
político, de casta, sobre el que se sostiene el régimen del salariado.
¿Acaso el triunfo de la clase trabajadora, si sólo tiene por objeto
modificar la posición de las clases en el concierto social, puede
significar otra cosa que una repetición del fenómeno que viene
perpetuando la injusticia a través de los siglos y de las
civilizaciones?
El sindicalismo reduce la esfera del
movimiento revolucionario al imperio de las necesidades. Por eso las
corrientes autoritarias que propician la organización de los
trabajadores sobre el terreno económico —que se esfuerzan en separar
las ideas del sindicato— limitan la acción de la clase trabajadora a la
defensa del salario, confiando a los partidos la tarea de ordenar la
vida política de los pueblos en el Estado unitario.
De esa conducta se deduce la posición
prescindente del sindicalismo en lo que respecta a las ideologías que
no se ajustan a la realidad inmediata. El materialismo histórico
condena la propaganda revolucionaria que rompe el ritmo de la evolución
capitalista.
Niega el esfuerzo del hombre que se
revela contra el medio social, que opone a la moral consagrada un nuevo
principio ético, que trata de vivir su vida contradiciendo la ley de
las conveniencias rutinarias.
He ahí por qué los anarquistas no
podemos limitar nuestra intervención en el movimiento obrero a la
simple defensa del salario. El capitalismo no es una simple concreción
económica: representa un estado de progreso y de civilización y
concreta en su fuerza y potencia todas las viejas y nuevas causas del
infortunio humano. ¿Cómo puede liberarse el obrero de la esclavitud
material si continúa siendo moralmente esclavo? ¿De qué manera pueden
los pueblos llegar a realizar sus propios destinos si aceptan como una
fatalidad todas las injusticias sociales y sólo combaten algunos de los
factores del mal originario?
El capitalismo no será destruido si
permanecen inalterables las causas primeras: si el hombre continúa
siendo un esclavo de sus necesidades y un enemigo de su libertad.
Todas las reformas económicas tienden
en consecuencia, a perpetuar el régimen capitalista y la misma
revolución obrera no sería otra cosa que un cambio de clases
privilegiadas si se realizara sobre el plano de la economía capitalizada
y siguiendo las líneas del proceso industrial, que es una mecanización
del individuo que ha perdido sus mejores cualidades espirituales por
la atrofia del cerebro y del corazón.
La lucha por el pan no basta. Hay que
plasmar en la conciencia del hombre los valores de su perdida
individualidad, determinando así una resistencia moral a las
monstruosas construcciones del capitalismo y oponiendo a la realidad
material una realidad de espíritu.
Emilio López Arango
El texto que aquí presentamos corresponde al primer capítulo, titulado “Doctrina, tácticas y fines del movimiento obrero”, de su libro “Ideario”, publicado por la ACAT, Buenos Aires, 1942.
Fuente: http://grupogomezrojas.org/2012/04/27/lecturas-por-y-para-el-dia-del-trabajador-resistencia-al-capitalismo-por-emilio-lopez-arango/
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