sabato 7 aprile 2012

Anarquismo en el Siglo XXI:insoslayable necesidad de abandonar todo lo ajeno (*)


Anarquismo en el Siglo XXI:
La insoslayable necesidad de abandonar todo lo ajeno (*)

Ponencia expuesta en el Primer Congreso Anarquista en México, en la improvisada mesa «Anarquismo y proyecto insurreccional».

Gustavo Rodríguez

(En memoria de Rafael Spósito/Daniel Barret.)


“Desde la perspectiva de la liberación, no existen formas de lucha superiores: La revuelta necesita de todo: periódicos y libros; armas y explosivos; reflexiones y blasfemias; puñales e incendios. El único problema interesante es cómo mezclarlos.”
Ai ferri corti con l’esistente, i suoi defensori e i suoi falsi critici

“En 1890 las estrofas de la Internacional tenían
todavía un sentido literal, mientras que a partir
de 1960 ya no era posible entonar ese himno
creyendo verdaderamente en lo que se cantaba.”
Eric Hobsbawm

A manera de introducción

Reflexionar sobre el pensamiento anarquista en pleno siglo XXI nos conduce inexorablemente al debate en torno al problema de la selección de los medios para la consecución de sus fines y la aplicación de métodos de organización concretos frente a las nuevas condiciones que imponen las estructuras de dominación contemporáneas.
Ante el resurgir de la contestación anárquica, nos corresponde reubicar el andamiaje teórico que la justifica y facilitar el desarrollo de la “tensión anárquica”; acción que reclama nuevos avatares que conciernan con su tiempo. Un tiempo que no parece recomendar −como nos aclara Daniel Barret− la repetición textual de nuestros viejos diagramas de organización y acción sino que exige de nosotros un enorme esfuerzo de re-elaboración en el campo de la teoría y de la práctica. Un tiempo también en el que, afortunadamente y sin lugar a dudas, nos vemos colocados ante un nuevo despertar de las tensiones e inquietudes libertarias al que América Latina no ha sido ajena; y que, por esa misma razón, se nos presenta como especialmente propicio para afrontar nuestras asignaturas pendientes, nuestras materias sin rendir, nuestras tareas postergadas, y ubicarlas en el contexto que ahora les corresponde.
Un tiempo que requiere nuevas formas de organización y nuevos modos de lucha conducentes a la destrucción del actual sistema de dominación. No obstante esta convicción, no es nuestra intención profundizar en las raíces mismas del asunto, pero sí rozarlas someramente en lo que tiene que ver con las relaciones teóricas y metodológicas del anarquismo con la lucha de clases en particular. Una lucha de clases que será abordada en lo que luego, en los tiempos del anarco-sindicalismo, sería su acepción clásica; es decir, como un antagonismo básico entre la burguesía y la clase obrera : un tema absolutamente actual y extraordinariamente definitorio en términos de nuestros diagramas de organización y nuestras prácticas del momento presente. Una lucha de clases que tiene que ser abordada no para replicar textualmente y a modo de “actualización” aquella formulación original, sino, precisamente, para reubicarla y trascenderla.
¡Atención! No estamos declarando aquí el fin de la opresión y la explotación, mucho menos pretendemos extender un certificado de defunción al capitalismo. Como es completamente obvio: el capitalismo existe; es un sistema de explotación complejo, ampliamente extendido, que produce múltiples derivaciones sobre la organicidad, la vida y el futuro de la sociedad y es, además, el causante indiscutible de la devastación de la Tierra. No obstante, habrá que reconocer, en primer lugar, que el capitalismo hoy poco tiene que ver con lo que fue en el siglo XIX –no se pueden ignorar las nociones de infocapitalismo (Manuel Castells) o turbocapitalismo (Edward Lutwak) o capitalismo digital (Ulrich Beck). El capitalismo sí existe pero se halla en constante metamorfosis. No opera en el vacío, por lo que no es la única relación estructurada que valga la pena analizar y tampoco es el exclusivo y excluyente nodo de condicionamientos que sea posible localizar. En segundo término, no podemos negar que la burguesía también ha evolucionado en una nueva clase dominante que no puede ya definirse como la poseedora de los medios de producción y el dinero sino como la casta especializada en la gestión y la competitividad, radicando su actual poderío en un entramado tecnológico de dominación. Por último, de igual forma es indiscutible que la otrora clase obrera –gracias a las vanguardias “revolucionarias”, a los sindicatos, a los partidos, a las ONGs, a las campañas, a las alianzas multisectoriales e interclasistas, entre otras perlas de cultivo–, ha quedado diluida, junto a las denominadas sub clases en un impreciso amasijo listo para hacer tortillas: las masas.
Ante esta realidad, cualquier proceso de ruptura no puede agotar sus claves en la lógica de evolución del capital sino que ha de ser necesariamente ubicado en la trama específica de poder que lo aloja y en las condiciones históricas singulares –de un capitalismo sin capitalistas ni clase obrera– en que se desarrolla. De ahí la impostergable necesidad de actualizar la crítica para poder enfrentar el problema de la acción y liquidar el inmovilismo.

La travesía: brevísimo recorrido histórico

Quizás poco o nada de lo que pudiéramos desarrollar en este trabajo se entendería adecuadamente si no realizáramos, como punto de partida, una explicación del marco interpretativo que orientará nuestra reflexión. Para nosotros, el anarquismo es una configuración abierta de pensamiento y acción encarnada en un movimiento refractario que se establece por primera vez en el seno de la Primera Internacional, en el último tercio del siglo XIX y en el contexto de las sociedades europeas de la época. Es en ese escenario que el anarquismo se constituirá -gradualmente y no de una vez y por todas- en un paradigma revolucionario inserto en las luchas sociales de su tiempo; arraigará sólidamente en países como España, Italia, Francia, Rusia y en cierto modo Suiza y más tarde su semilla se proyectará a través del océano, germinando en diversos lugares de América Latina y en los Estados Unidos.
Sin temor a equivocarnos, podemos ubicar los orígenes del anarquismo en dos corrientes de pensamiento que, si bien algunos malabares dialécticos insisten en que pueden ser objeto de síntesis, frecuentemente se plantean como alternativos y contradictorios entre sí. Por una parte, el anarquismo sería la expresión moderna de un milenario anhelo de libertad intuible en las más diversas culturas, en cualquier momento histórico y hasta sin prestar demasiada importancia a la posición social de quienes lo sostienen; y, por otra, el anarquismo aparecería circunscrito a un proceso histórico determinado y resultaría de una lectura avanzada y radical de la lucha de clases y, por lo tanto, como la toma de partido en el enfrentamiento entre la burguesía y el proletariado o, más significativamente todavía, en cuanto expresión inseparable del mismo o sencillamente incomprensible fuera de su marco de connotaciones. Entre quienes se afilian a la primera postura, el anarquismo aparece frecuentemente concebido como una filosofía, un modo de vida, una actitud existencial, un sentimiento psicológicamente acabado de los temperamentos rebeldes, una variante del humanismo e incluso como reflejo instintivo natural imaginable a partir de una “programación” o una cadena de determinaciones genéticas ; mientras que para la segunda interpretación se presenta habitualmente como una teoría, una ideología o una doctrina que se concretan a través de un proyecto, un programa y una práctica con raíces sociales bien precisas y compromisos políticos definidos e históricamente ubicables; o para decirlo de otra manera, respectivamente como una idea pura, innata y autorreferencial, que no se remite más que a su propia lógica interna o en tanto movimiento y espacio de tensiones que siempre estará necesitado de construir su coherencia y su pertinencia pugnando con sus propias condiciones de posibilidad. En el primer caso, estaríamos frente a un núcleo esencial irreductible y casi absoluto, una integridad homogénea y sin fisuras, capaz de un recorrido inalterable a lo largo de los siglos; mientras tanto, la segunda posibilidad nos ofrecería una perspectiva anclada a la “clase obrera” como referencia social sin posibilidad de sustitución y a su emancipación económico-política como condición necesaria y como eje de todo entendimiento. Por un lado, los momentos, los lugares y las ubicaciones sociales precisas, serían relativamente indiferentes para los abordajes libertarios; por el otro, no habría avances imaginables que pudieran soslayar sus referencias básicas de espacio, tiempo y articulación. En forma muy pero muy gruesa, podríamos decir que estas diferencias dan lugar a dos corrientes que, a los efectos de este trabajo, distinguiremos como “esencialista” e “historicista” . A su vez, cabe señalar que estas diferencias en cuanto al origen del anarquismo distan mucho de ser triviales, exceden los regocijos doctrinarios o académicos y se instalan entre las justificaciones de formulaciones prácticas y organizativas frecuentemente divergentes y también, vehementemente polémicas e irreconciliables entre sí. No hay duda, por otra parte, que quienes sostienen una y otra posición cuentan con un abundante arsenal de argumentos a los que apelar en toda circunstancia. Aparentemente, el anarquismo debería remolcar perpetuamente esa “ambigüedad” de base y que está en la raíz misma de sus formulaciones. Sin embargo, tal vez esa “ambigüedad” no sea tal y sólo obedezca a un manejo amañado de los términos; un manejo acrítico que, además, tiene el inconveniente de establecer algunos parentescos con los cuales el anarquismo no puede proponerse otra cosa que no sea el más terminante de los divorcios, la más violenta de las rupturas. Esa “ambigüedad” y esas rupturas están ya presentes en el accionar revolucionario de Mijail Bakunin; aunque no pudo darles en vida una formulación teórica acabada, sí encontró el tiempo necesario para producir los acontecimientos políticos que nos permiten hoy una resolución más ajustada del problema.
Definiciones

Evidentemente, ha llegado la hora de los matices. De momento, nos queda claro que el fruto concreto de esas rupturas sería un nuevo paradigma revolucionario y que ese paradigma y el movimiento que lo sostiene son, por tanto, un producto histórico innegable, que se forja en cierto punto de cruce, en un escenario en el cual reverberan el contexto cultural de la época con sus correspondientes modos de pensar y sus entendimientos conceptuales básicos; las condiciones sociales, políticas y económicas de los países en que se despliega, con las variaciones del caso; y, por último, la experiencia y el impulso recogidos en las luchas insurreccionales. Ese acontecimiento histórico que es el proceso de formación del anarquismo y, sobre todo, su inserción en un movimiento social determinado, ocurrió en esos lugares y en esos momentos y no en cualquier otro, sin que esta circunstancia de nacimiento que lo especifica y lo ubica en ciertas coordenadas le hiciera perder o disminuyera su posterior capacidad de irradiación. Desde luego, esto debe ser interpretado a partir de la confluencia -no precisamente casual- de un conjunto de factores coadyuvantes que lo hicieron posible, de una agitada trama de causas y razones así como de efectos y respuestas tanto a nivel macro como micro-social. Afirmaciones éstas que, lejos de ofrecer una solución, abren un amplio conjunto de interrogantes adversas a los razonamientos “esencialistas” que, desde los postulados doctrinarios correspondientes, querrían fundar el anarquismo en una indescifrable naturaleza humana, fuera de la historia y capaz de producir esa concepción en cualquier circunstancia imaginable.
Por lo pronto, no hay duda posible en cuanto a que ese producto histórico específico que es el anarquismo cuenta con variados antecedentes, ubicados a distancias más o menos próximas y más o menos remotas, de lo que fuera su configuración clásica. Antecedentes que, por otra parte, están incorporados a la reflexión y a la evolución intelectual del propio Bakunin y de su inmediato círculo de compañeros, de modo que se hace absolutamente imperativo registrarlos en el conjunto de incidencias culturales que operan en el anarquismo histórico. Como, a su vez, dichas incidencias se presentan indefinidamente encadenadas de adelante hacia atrás, bien pueden descubrirse antecedentes cada vez más lejanos, hasta el arribo más o menos previsible a tiempos que sólo cabría calificar de míticos. Por si esto fuera poco, no hay duda que la reflexión de Bakunin en torno a la libertad es previa a la emergencia del anarquismo en relación con un movimiento social y específico reconocible y, por su parte, incuba las articulaciones correspondientes. Además, el hecho de que el anarquismo se haya constituido como movimiento social en ciertos momentos y en ciertos lugares no quiere decir, bajo ningún punto de vista, que ello responda a una necesidad establecida en forma determinista; lo cual conduciría, inevitablemente, a construir en torno a la historia un “esencialismo” similar al que tanto empeño se ha puesto en combatir. Por lo tanto, que la emergencia del anarquismo como movimiento sea históricamente ubicable no puede traducirse, automáticamente, como la imposibilidad de que tal cosa tuviera lugar en cualquier otro momento o cualquier otro espacio social. Ni el “esencialismo” ha podido comprobar que el anarquismo sería posible desde cualquier ubicación social e histórica concebible ni el “historicismo” ha demostrado que sólo sería viable su emergencia en las coordenadas antes dichas y a partir de la existencia de la clase obrera y de sus luchas.
Ahora bien, si el anarquismo, en tanto producto histórico específico, se constituye como una configuración abierta de pensamiento y acción encarnada en un movimiento refractario, estará sujeto entonces a las transformaciones que tengan lugar a nivel de esos contextos culturales, de esas condiciones sociales, políticas y económicas y de esas experiencias e impulsos recogidos en las luchas concretas de los escenarios de que pueda y/o sepa formar parte. Su apertura, precisamente, se plantea a nivel de los cambios que ocurran en cada uno de esos factores y la historicidad del anarquismo vendrá dada por su capacidad de ofrecer configuraciones nuevas como respuesta a los constantes desafíos y a las circunstancias que ya no serán las mismas que en el período fundacional. La comprensión del surgimiento del anarquismo como parte de un movimiento histórico exige, por lo tanto, el quisquilloso acompañamiento de otra convicción y es que la historicidad de origen habrá de ser permanentemente redefinida al compás de los cambios de su contexto. Sostener indefinida y tercamente lo contrario es caer en el mismo vicio de análisis que se pretendía superar: esto es, la fosilización de una circunstancia fundacional y, en último término, la desaparición de la historia como tal y su reducción a la construcción ideológica más conveniente. Afortunadamente, y aún pese a adversas sobrevivencias, el curso histórico del anarquismo no puede representarse a través de la imagen de las aguas estancadas en el charco sino por medio de un tsunami en remolino, que es todavía vacilante en lo más recóndito de las profundidades pero tsunami al fin.



San Luis Potosí, México, a 9 de abril de 2011.



(*) La presente ponencia es un apretado resumen de un ensayo mucho más extenso e inacabado; producto de incontables pláticas y de un nutrido intercambio epistolar con el entrañable compañero Rafa Spósito –más conocido en nuestras tiendas por el seudónimo de Daniel Barret–, sistematizador inagotable del anarquismo latinoamericano y teórico indiscutible del despertar de la Anarquía.

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