domenica 29 aprile 2012

Lecciones para lo que viene: [2005] La última derrota del movimiento estudiantil, examinada desde una perspectiva materialista e histórica

Brigada de agitación comunista, Junio del 2005


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Ad portas del comienzo de las clases en el país, y con ello seguramente de la reactivación de las protestas estudiantiles, se hace necesario profundizar las críticas respecto a la forma y contenido que las han caracterizado a lo largo de los años y que lo siguen haciendo. Reconociendo -como este lúcido texto lo hace- las potencialidades de estas experiencias, no se puede dejar de criticar aquellos aspectos centrales que no permiten un avance significativo, en términos revolucionarios, de las mismas. Y estas trabas, que posee el mismo movimiento en desarrollo y que son potenciadas por sus burocracias, corresponden esencialmente al encuadramiento tras reivindicaciones que, si bien son expresión de necesidades reales, se revisten de mistificaciones ideológicas tales como la "educación pública" o la "educación como motor del progreso social". Y en ese sentido, este documento (basado en el curso de las movilizaciones estudiantiles del 2005) constituye un aporte clarificador y su vigencia, obviamente, no se ha perdido en estos últimos años. Quizás hoy, todavía, no podemos hablar de derrota, pero si bien el contexto es distinto, aún los límites de estas luchas siguen siendo similares. Es por ello que retomar y explicitar estas críticas, dándoles sentido real en la práctica, se torna urgente. Eso, si no deseamos trasformar las recientes experiencias en meras anécdotas, recuperadas una vez más por la dinámica del capital para su continua reproducción y, por lo tanto, el reforzamiento de nuestras miserias.

La última derrota del movimiento estudiantil, examinada desde una perspectiva materialista e histórica

“Cuando el socialismo burgués exhorta al proletariado a hacer realidad sus sistemas y entrar en la nueva Jerusalén, todo cuanto reclama es, en el fondo, que se detenga en la sociedad actual, pero despojándose de las ideas hostiles que abriga respecto a ella”
Marx & Engels, Manifiesto del Partido Comunista, 1847.
De todo lo que se ha escrito sobre las recientes agitaciones estudiantiles, sólo unos pocos grupos han abordado el tema con una intención realmente crítica. Y aunque sus análisis contienen algunos aciertos, éstos sólo se quedan en aspectos parciales de la última movilización. Los estudiantes trotskistas de LAC, por ejemplo, han ofrecido una visión acertada sobre el papel reaccionario de las burocracias estudiantiles, y además tienen el mérito de atreverse a llamar “derrota” al resultado de la última oleada de agitación; mientras que un desconocido grupo llamado Precariado Rebelde tuvo la lucidez de invocar “una concepción que tienda a articular la problemática particular de la educación con el carácter pauperizador del capitalismo en su totalidad” . Pero lo que debe importarnos no son tanto estas críticas fortuitas, sino la falta de crítica en torno a los temas de fondo, ahí donde todo el mundo parece estar de acuerdo en que la universidad debe ser “reformada”, “devuelta al estado”, “pública”, etc. Estas mistificaciones básicas, compartidas por liberales, progresistas y ultra-izquierdistas, expresan el sentir común de todos esos estudiantes que una vez más se dejaron movilizar por las burocracias tras unos objetivos que apenas entendían, y que con la misma facilidad se dejarán desmovilizar en pos del regreso a la normalidad. Ese trasfondo ideológico común compartido por burócratas, estudiantes e izquierdistas es la creencia ingenua, muy pequeño-burguesa, de que la universidad es un patrimonio de los explotados, un bien que les fue injustamente arrebatado para entregárselo al “neoliberalismo”.
Esta creencia no es un simple dato periférico en el sentido común de las masas y de las minorías militantes: es el centro de su pensamiento y de su acción, y es lo que determina sus objetivos políticos, concientes o no. Es lo que ha llevado a los trotskistas a reivindicar una “reforma universitaria II” y a los precarios a hablar de “nuestra universidad”, ese “espacio común” donde burócratas, autoridades políticas y estudiantes deben identificarse “en un mismo recorrido”, mientras el apoyo ciudadano a estas ficciones no para de crecer. Obviamente, estas aspiraciones reformistas encierran genuinos deseos humanos de transformar la realidad, de vivir con dignidad y del modo más libre posible, de realizarse socialmente. Esos deseos, esa voluntad de vivir de un modo humano, es la base de lo que nosotros llamamos comunismo. Pero al expresarse políticamente, esa voluntad debe saber crear su propio lenguaje y su propia práctica, contrarios al mundo de la cuantificación mercantil y de la democracia de clases. Pensamos que hasta ahora eso no ha ocurrido, y que por el contrario, los deseos de transformación en la universidad han sido conducidos por los defensores de la estabilidad capitalista, poniendo a estudiantes, padres y maestros en contra de sus propios intereses como clase sometida a los arbitrios de la economía. Naturalmente, esta alienación política ha estado llena de fisuras en lo práctico y en el campo de las ideas, fisuras por donde ha brotado la radicalidad que anuncia un rechazo generalizado a la enajenación. Reconocemos esos brotes de negatividad radical, pero sobre todo nos interesa criticar la tendencia dominante hacia la pasividad organizada, la ingenuidad política y la sumisión conformista al mercado.
La ideología de la “educación pública”, estatista por definición, es lo que ha permitido a los centros de mando burocrático movilizar y apaciguar a los estudiantes a su antojo durante décadas, impidiendo que éstos definan sus propios objetivos políticos de acuerdo a la realidad que viven cotidianamente como sujetos alienados. Esto hace que las movilizaciones estudiantiles no tengan en realidad nada de espontáneo. Hay que recordar el patrón que han seguido invariablemente desde la gran oleada reivindicativa del 97 para darse cuenta de que las burocracias estudiantiles, manejadas por el gobierno, la derecha y la izquierda burocrática, no cumplen otra función que la de provocar agitaciones para mantenerlas bajo control y finalmente apaciguarlas, a la espera de neutralizar a una nueva generación de incautos. Es muy revelador que tanto en el 97 como en el 2000, en el 2002 y ahora, cada generación de estudiantes ha estado convencida de que la suya es la movilización definitiva, la más crucial de todas, “la que decidirá el destino de la educación superior en Chile”, ignorando que en todas las crisis anteriores se dijo exactamente lo mismo para llegar a los mismos resultados. Este ilusionismo político cumple dos funciones bien claras: una, estimular la combatividad de los estudiantes más inconformes para luego dejar que se consuma en acciones aparentemente radicales, pero sin objetivos propios; la otra, desplazar la línea de choque desde el terreno de las miserias cotidianas que hay que combatir, hacia el terreno de las negociaciones democráticas, donde todos deben delegar su iniciativa en las burocracias, y donde se crea una falsa comunidad de intereses que encuadra bajo una misma bandera a estudiantes, burócratas, asalariados de la enseñanza y partidos pequeño-burgueses, todos en defensa de ese ensueño maravilloso llamado “educación pública”.
¿Pero cuándo ha sido “pública” la educación universitaria? Cuando había que impulsar la expansión capitalista en un contexto mundial de proteccionismo keynesiano, cuando había que adiestrar a masas de futuros asalariados para tareas productivas y de gestión en un marco


http://hommodolars.org/web/spip.php?article4492

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