Ya deberíamos tenerlo claro: Es tan evidente la contradicción, tan patente el daño, tan clara la irracionalidad tras megaproyectos como los de HidroAysén, que son miles quienes salen a la calle para demostrar su inconformidad. Pero aún seguimos criticando y actuando en la cancha que nos rayaron.
Nos hablan del “progreso”. “Para alcanzarlo hay que hacer sacrificios”, nos dicen. Y nosotros/as no queremos los sacrificios que ellos nos imponen, porque sabemos que siempre significan el aumento de los niveles de explotación en el trabajo, la depredación intensa sobre nuestro entorno natural, el encarecimiento general de los medios de subsistencia, condiciones ambientales adversas para nuestra salud, etc. Es decir, siempre el mentado progreso es a costa nuestra. Pero a pesar de esto, les seguimos el jueguito y afirmamos que sí, que queremos progreso, que nuestro país debe seguir creciendo económicamente. Entonces llevamos la crítica y la discusión a un plano meramente técnico. Y si es así, entonces las vías son claras: apego a la legalidad impuesta desde arriba, manifestaciones encuadradas en lo que ellos quieren ver, búsqueda de soluciones definitivas a través de la política tradicional y los organismos judiciales actuales y/o clamar por energías alternativas, lo que es darle a otros capitalistas la posibilidad de enriquecerse. ¡Qué felices deben de estar estos empresarios y políticos con tan predecibles y respetuosos manifestantes! ¡Qué eficaz maquinaria social es la del capitalismo, que transforma las protestas por las contradicciones que ella misma genera en nuevas posibilidades de inversión!
¡Pero ya está bueno! Sin duda que las airadas protestas contra HidroAysén y otros nefastos proyectos industriales y energéticos constituyen un alentador signo de sensibilidad social/ambiental. Pero para no perder, como nos suele suceder cuando peleamos con las herramientas que nuestro enemigo nos entrega (no precisamente para tener un combate justo), tenemos que empezar a dar pasos, tanto a nivel de análisis como de acción. Resulta que el problema no es que el progreso se esté construyendo mal. El problema es la lógica que presupone ese progreso. Y esa es, ni más ni menos, que el progreso del capitalismo. El avance de un sistema que tiene como única racionalidad (si se le puede llamar así a lo absurdo y contradictorio de su lógica) la continua acumulación de capital en manos de una clase minoritaria. Hablemos claro. El país no precisa de más energía (el consumo doméstico no representa más del 20% de la energía producida), es la lógica capitalista la que pide más. Son las necesidades industriales, en especial de la gran minería, las que piden ser saciadas. Y, por una parte, las ganancias de esas empresas son prácticamente en su totalidad particulares; y por otra, tampoco aquellos procesos dependen de demandas reales, ni a nivel nacional ni mundial, sino que sólo entran a formar parte de los circuitos internacionales del capital para el mantenimiento del mismo. Un sistema que se basa en la producción de mercancías, gracias a la explotación humana y al saqueo natural, para el lucro de muy pocos y no para la satisfacción de necesidades humanas reales, es un sistema que opera de manera anti-natural, que precisa de la alienación humana, tanto a nivel de conciencia como del producto de su mismo trabajo. Entonces, es con la alienación con la que debemos romper.
Generemos comunidades de lucha que hagan prevalecer relaciones cooperativas y solidarias. Que las redes virtuales y ficticias de facebook y similares pasen a ser redes concretas de individualidades y grupos discutiendo, debatiendo, aprendiendo, actuando. Superemos el ciudadanismo impotente, mecanismo de regulación del mismo capitalismo aberrante. Reconozcámonos como explotados/as y construyamos de forma autónoma los caminos para dejar de serlo. De otra manera, este proceso de movilizaciones no pasará de ser una anécdota en la cotidianidad de la explotación estatal/capitalista.
Radicalicemos nuestras luchas. Es decir, vayamos a la raíz de los conflictos. Rescatemos las experiencias positivas de cada movimiento y sacudámonos de todo lastre politiquero, que sólo intenta limitar y castrar nuestras luchas, vaciándolas de contenido a cambio de –en el mejor de los casos– obtener migajas por un breve tiempo, mientras arriba se atragantan con el pastel. Que nuestras demandas no sean recuperadas por capitalistas disfrazados de ecologistas. El ecologismo que sólo cuestiona los aspectos técnicos de la dominación global, está actuando como jardinero esclavo de las mansiones de los ricos. Los conflictos ambientales deben ser abordados de manera integral como parte de la explotación total a que nos somete el capitalismo y sus Estados. La única forma de superarlos es la acción integral y autónoma de nuestra clase, desechando toda mediación, creando desde ya las condiciones para una sociedad libre de alienación, empleando las medidas de fuerza que sean necesarias y coherentes para conseguir nuestra autoliberación.
¡A interrumpir el progreso del Capital!
¡A construir la Comunidad Humana!
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