Fué
 en la época del  congreso de Londres cuando me encontré por primera 
vez personalmente  con Max Nettlau, el gran historiador del socialismo 
libertario. Era  entonces conocido por muy pocos, aunque se había 
ocupado desde hacía  años de vastos estudios preparatorios para sus 
futuros trabajos  históricos. Sólo un pequeño número de viejos 
compañeros como James  Guillaume, Víctor Dave, Eliseo Reclus, Errico 
Malatesta, Pedro Kropotkin  y otros más tenían conocimiento de sus 
estudios. Incluso para los  compañeros alemanes era casi enteramente 
desconocido en aquella época.  Sus primeros trabajos históricos 
valiosos, que habían aparecido a  comienzos del decenio en la Freiheit de Most, fueron impresos sin mención del autor. También los pocos artículos que había escrito para el Sozialist de
  Landauer en Berlín, habían sido firmados con las iniciales de su  
nombre; igualmente la mayor parte de sus contribuciones de entonces a Freedom, La Révolte y
  otros periódicos. Como Nettlau no era orador y no participaba tampoco
  públicamente en el movimiento, la mayor parte de los compañeros apenas
  tenían noticia de su existencia.
Nettlau solía ir todos  los años por 
unos meses a Londres y se dedicaba a sus estudios en la  rica biblioteca
 del Museo Británico. Con los compañeros alemanes de  Londres mantenía 
muy poco trato. La causa de ese retraimiento eran las  continuas luchas 
en el viejo movimiento, que había vivido en parte  personalmente. Era un
 amigo íntimo de Víctor Dave, con el que estuvo  ligado toda la vida, y 
como los partidarios de Peukert combatían del  modo más furioso a Dave 
entonces, no podía menos de ocurrir que también  Nettlau les fuese poco 
grato, aunque él nunca tuvo participación  personal en aquellas 
disidencias internas. El recuerdo de aquellos  tiempos había dejado en 
él notoriamente impresiones que no le incitaron  tampoco ulteriormente a
 reanudar las relaciones interrumpidas con los  camaradas alemanes de 
Londres. Sólo con Bernhard Kampffmeyer y Wilhelm  Werner estaba en 
estrechas relaciones y por ambos le conocí también más  de cerca luego. 
En cambio eran tanto más vivas sus relaciones entonces  con Malatesta y 
su círculo y con los compañeros del Freedom Gruppe, el  único 
círculo que 1e contó como miembro. Con una cierta restricción: a  
incitación de Víctor Dave se había adherido a fines de la década 1880-90
  por un tiempo a la Socialist League fundada por William Morris y otros, pero luego entró en el pequeño círculo del Freedom Gruppe, al que se sintió ligado hasta la muerte de Tom Keell.
La primera vez vi a  Nettlau en aquél 
club italiano de Dean Street, que sirvió de punto de  cita de los 
compañeros en la época del congreso de Londres. Tenía  entonces unos 
treinta años. Ese hombre alto, vigoroso, de cabello rubio y  rostro 
inteligente, encuadrado en una rubia barba, cuyos ojos azules  miraban 
tranquilamente al mundo a través de unos quevedos, habría podido  llenar
 de envidia incluso a los futuros representantes del llamado  tercer 
reich, pues un tipo más puro de la maravillosa raza nórdica apenas se podría imaginar.
Max Nettlau nació el 30  de abril de 
1865 en Neuwaldegg, cerca de Viena. Su padre procedía de  una vieja 
familia prusiana de Postdam, que emigró después con su mujer a  Austria,
 pero no perdió nunca su ciudadanía alemana, por lo cual su  hijo 
siguió siendo también alemán. El joven Nettlau disfrutó de una  
educación excelente e hizo el doctorado en filología a los veintitrés  
años con una tesis sobre la gramática de los idiomas celtas. En una de  
sus visitas posteriores a Berlín me mostró aquel escrito tanto tiempo  
olvidado con la observación irónica de que se había ocupado toda la  
vida del estudio de cosas impopulares; primeramente de los idiomas  
celtas, de los que entonces se ocupaban muy pocos, y luego de Bakunin,  
cuya poderosa actividad había palidecido ya en la mayor parte de los  
países de Europa o había sido desfigurada a la condición de una  
verdadera caricatura por los historiógrafos marxistas cuando Nettlau se
  dispuso a reunir con laboriosidad de abeja el material inmenso para su
  biografía.
Max Nettlau fué impresionado ya siendo joven estudiante por el movimiento radical de Austria. El primer impulso lo recibió del famoso proceso Merstallinger en
  Viena (1885), mediante el cual el gobierno creyó poder deshacerse de 
 un golpe del movimiento radical, pero tuvo en cambio una gran derrota  
moral. Josef Peukert, el redactor de entonces de Zukunft, defendió las aspiraciones de los radicales con
  gran habilidad ante el tribunal y su actitud valerosa supo poner de  
manifiesto tan bien las torpezas que había cometido el gobierno que el  
proceso procuró al joven movimiento numerosos adeptos nuevos, y no solo 
 de las filas del proletariado, sino también de los círculos de la  
juventud estudiantil, que en aquel tiempo era muy receptiva para las  
ideas políticas y sociales radicales. Fué entonces cuando Nettlau fué  
ganado para la causa del socialismo libertario, al que debía prestar  
después inapreciables servicios.
Johann Most encontró en  él un 
colaborador magnífico para su periódico, que sólo podía ser  difundido 
clandestinamente en Alemania y en Austria. En realidad el  joven Nettlau
 entregó a la Freiheit ya a comienzos del  decenio 
1890-900 toda una serie de trabajos históricos valiosos que  
testimoniaban el celo y la capacidad de su desconocido autor. También el
  primer ensayo de su biografía de Bakunin apareció primeramente como 
una  larga serie de artículos en la Freiheit (1891); lo mismo el interesante estudio Zur Geschichte des Anarchismus, que Most editó después como folleto especial de su Internationalen Bibliothek. Este escrito puede ser calificado con razón como un primer precursor de su gran Historia del anarquismo posterior.
  No obstante, Nettlau no tenía ninguna buena opinión de aquel trabajo  
primerizo. Cuando unos treinta años más tarde hablé con él al respecto,
  vapuleo su “indigna defectuosidad” y reprochó a Most por haber  
reproducido el trabajo, “en lugar de arrojarlo simplemente al cesto de  
los papeles, a donde pertenecía”, según él decía. Por suerte Most pensó 
 diversamente al respecto; por lo demás no estaba en condiciones de  
estimar justamente el valor de ese escrito, por el cual, sin duda,  
recibió los primeros estímulos para una exacta apreciación de la  
historia de las ideas y de los movimientos anarquistas que entonces,  
fuera de Nettlau, ningún otro podía dar.
Que aquel primer ensayo  no podía 
responder a las altas exigencias que se hizo a sí mismo  Nettlau en sus 
obras ulteriores, era natural. Pero esto no altera nada  el hecho que 
aquel escrito se convirtió para los compañeros jóvenes en  una guía que
 los capacitó para aproximarse al estudio de la evolución  histórica del
 movimiento libertario. De mí puedo decirlo absolutamente.  He devorado 
con verdadera voracidad todos los artículos históricos que  Nettlau 
publicó entonces en la Freiheit y tengo que  confesar 
francamente que gracias a él recibí las incitaciones por las  que fué 
más influida mi ulterior actividad literaria. Cuando le encontré  en 
1896 en Londres por primera vez, no tenía naturalmente la menor idea  de
 que hablaba con el hombre a quien debía tanto. Como él habitaba en  
Viena, su colaboración en la Freiheit habría pedido  
significarle muchos trastornos entonces, aunque sus artículos a causa de
  su carácter estrictamente histórico no habrían sido objetados en 
ningún  país. Pero el nombre de Johann Most era para los gobernantes en 
 Alemania y en Austria como un trapo rojo para el toro, de manera que  
Nettlau tuvo que hallar más conveniente ocultar su nombre.  
Transcurrieron muchos años antes de que supiese yo quién fué el autor de
  aquellos eruditos ensayos de la Freiheit. 
Cuando conocí a  Nettlau, hacía muchos 
años que se venía ocupando de los trabajos  preparatorios para su 
monumental biografía de Bakunin, la gran obra de  su vida que no 
consideró nunca totalmente acabada. Pocos sospechan el  enorme material 
histórico reunido o elaborado. Un hombre inspirado por  amor interior 
se consagró a su tarea y recogió con celo incansable todos  los hechos 
que tuvieron relación con la acción de Bakunin y con su  tiempo. Apenas 
hubo una persona conocida del amplio círculo en torno a  Bakunin a quien
 Nettlau no haya visitado y no haya interrogado por  escrito. Con ese 
fin emprendió viajes, reunió viejas correspondencias y  una multitud de 
documentos y manuscritos jamás publicados y creó así las  verdaderas 
bases de las que podía surgir la descripción de aquella vida  vigorosa. 
Fueron abiertas allí por primera vez incontables fuentes de  
inapreciable importancia para el investigador. En verdad casi todo lo  
que se escribió desde entonces sobre Bakunin, su círculo y la historia  
dela Internacional, se apoya en el material arrancado al olvido por la  
actividad indagadora de Nettlau y que de esa manera fué salvado  
probablemente de la destrucción completa.
Fué un destino trágico  que un hombre en
 cuyo material de primera clase se han nutrido tantos,  no haya tenido 
la alegría de ver impresa su gran obra. Sólo cincuenta  ejemplares 
fueron poligrafiados entre 1896-1900 por Nettlau mismo y  llegaron de 
ese modo a manos de un pequeño número de amigos íntimos y a  las grandes
 bibliotecas de Londres, París, Berlín, Viena, Madrid, etc.  La obra 
fué escrita en alemán, lleva el título Michael Bakunin. Eine Biographie, y
  abarca tres volúmenes in folio de 1281 páginas. Como apéndice a esta  
obra escribió Nettlau en 1903-1905 otros cuatro volúmenes que contienen 
 lo que sacó a relucir hasta entonces la investigación sobre Bakunin y  
que no estaban destinados a la publicación.
A iniciativa de Eliseo Reclus preparó Nettlau su preciosa Bibliographie de l’Anarchie, que
  apareció en Bruselas en 1897, una obra de unas trescientas grandes  
páginas, que contiene una lista de todos los impresos publicados hasta  
allí — libros, folletos, periódicos, etc. —, ordenados sistemáticamente 
 por idiomas y países, en tanto que eso fué posible. Fuera de Nettlau 
no  había en todo el movimiento otro hombre que hubiese podido someterse
 a  ese trabajo gigantesco. Solo él estaba llamado por sus vastos  
conocimientos de idiomas y sus estudios históricos ramificados, a  
emprender esa tarea. También la Bibliographie tuvo un precursor, como la gran biografía de Bakunin y su Historia del anarquismo. Nettlau
  había reunido para Malatesta, cinco o seis años antes de la aparición 
 del libro, una lista bastante amplia de la literatura anarquista  
internacional, que por desgracia fué víctima de las llamas en un  
incendio de la habitación de Malatesta. Eliseo Reclus, que hizo un  
prólogo para el libro de Nettlau, reconoció que hasta allí él mismo no  
había sabido “cuan ricos somos” y que la “abundancia del material  
mencionado le ha sorprendido, aunque el autor no tiene la pretensión de 
 haber hecho algo completo”. La Bibliographie de l’Anarchie fué el primer gran trabajo que Nettlau firmó con su nombre y por el cual fué conocido en un círculo más amplio.
Del enorme trabajo  literario que ha 
realizado en años ulteriores, se hablará todavía en  otro lugar. Es 
difícil comprender cómo un solo hombre pudo dominar una  tarea tan 
monstruosa en el curso de una vida humana. Aparte de Proudhon,  no hay 
en todo el movimiento libertario otro escritor que pueda echar  una 
ojeada a un trabajo tan vasto y monumental. Y no hay que olvidar  aquí 
que no se trata de literatura de propaganda, sino de valiosos  trabajos 
científicos, cuya confección exigió un empleo enorme de celo,  
esfuerzo, tiempo e infinita paciencia. Solo un hombre que había puesto 
 su vida entera en absoluto al servicio de una gran causa, podía llevar a
  cabo una obra tan grandiosa. Nettlau era un historiador de honestidad 
 insobornable, que se preocupó siempre de separar la escueta verdad  
histórica de las exageraciones legendarias. Como adversario declarado de
  todas las interpretaciones de la historia, cualesquiera que fuesen,  
que calificaba de ensayos para fortalecer opiniones preconcebidas por la
  fe en un desarrollo forzoso de los procesos históricos, sostenía el  
punto de vista que la tarea de la historiografía sólo podía consistir  
en esclarecer lo más posible determinados hechos históricos en base al  
material existente, para llegar a una comprensión real de los  
acontecimientos pasados. Así me escribió un día (17 de agosto de 1922):
“Las interpretaciones  de la historia 
son sólo representaciones de deseos, una especie de  mitología moderna. 
Se ven las cosas como se desea verlas — en lo cual,  por lo demás, no se
 ha dicho que ocurra esto conscientemente — y se  interpreta 
alegremente en ese campo, lo que es siempre peligroso, en  especial 
cuando se trata de períodos muy lejanos, sobre los cuales sólo  existen 
fundamentos escasos y a menudo no existen fundamentos históricos  para 
el investigador. La interpretación lleva a menudo a conclusiones  que en
 la mayoría de los casos corresponden a la manera de pensar de un  
tiempo posterior o de una determinada tendencia y justamente por eso no 
 deberían hallar empleo alguno en la valoración de un período  
desaparecido desde hace mucho tiempo. Una prueba de ello es el Ursprung des Christentums de
  Kautsky, que nos acerca con una seguridad virtuosa a los hombres de  
aquel tiempo tan palpablemente como si nos hubiésemos sentado ayer con  
ellos en la misma mesa o hubiésemos dormido en la misma cama. Incluso  
allí donde tenemos a disposición un rico material histórico, los hechos 
 reales son interpretados por los contemporáneos mismos tan diversamente
  que sólo se puede tener una imagen más o menos clara por la 
observación  de los pormenores más íntimos. Tampoco entonces son 
evitados los  errores, que sólo pueden ser paulatinamente esclarecidos 
por nuevas  investigaciones”.
Esa manera de ver nos  explica por qué 
tenían tanta importancia para Nettlau también los  detalles más 
insignificantes; le proporcionaban a menudo ocasión para  esclarecer 
conexiones internas que antes eran enteramente confusas. Ese  
ahondamiento íntimo en los sucesos más pequeños es, sin duda, la causa  
también de que los escritos de Nettlau hayan encontrado hasta aquí un  
círculo tan pequeño de lectores. No son ciertamente un alimento  
espiritual para los lectores del término medio, y hay que tener una  
cierta inclinación para los estudios históricos para proceder a la  
elaboración de esa abundancia de hechos. Entonces, ciertamente, se  
sentirá uno ricamente recompensado y tendrá certidumbre sobre mil cosas
  y generalmente de primera fuente. Las obras de Nettlau nos abren una  
cantidad casi increíble de fuentes, a las que la mayor parte de los  
lectores no habrían tenido acceso sin él. En eso precisamente consiste  
su mérito inolvidable, que beneficiará también a todos los futuros  
investigadores.
Nettlau mantuvo muchos  años y casi 
hasta su muerte una vasta correspondencia epistolar con  amigos y 
compañeros de todos los países, que sería una verdadera mina  para la 
historia del movimiento social de los cincuenta a sesenta años  que 
abarca, si fuese reunida y pudiese ser utilizada para la  investigación.
 Sus cartas eran siempre alentadoras y contenían a menudo  un humor 
sutil que no se encuentra en sus escritos. Centenares se han  dirigido a
 él para tener información sobre cosas y personas que ningún  otro podía
 darles. Estaba siempre dispuesto y no era avaro en la  transmisión de 
sus conocimientos a otros. Así, más de un trabajo escrito  por otros 
durante su vida, tuvo por base el rico material de sus  escritos o le 
fué ofrecido generosamente por informaciones epistolares  que no 
raramente adquirían la magnitud de ensayos verdaderos y propios.
No obstante, Nettlau, a  pesar de su 
fecundidad literaria inagotable, no podía ganar bastante  como escritor 
para poder vivir. Hasta el estallido de la primera guerra  mundial 
estuvo en situación de llevar una existencia completamente  
independiente y de dedicar todo el tiempo a sus estudios. Después de la
  muerte de su padre heredó un pequeño caudal que le permitía una vida  
modesta y la libre dedicación a sus inclinaciones. Ordinariamente  
pasaba un par de meses del año en Londres, un par de meses más en París,
  Ginebra, Zurich o Berlín y el resto en Viena. En esos lugares se  
ocupaba principalmente de sus estudios, en las grandes bibliotecas,  
cuando no debía emprender otros viajes que tenían el mismo objeto. Pero 
 esa vida libre y sin apremios se modificó de golpe cuando terminó la  
primera guerra mundial. Por la desvalorización del dinero fué privado de
  su pequeño caudal, vivía en Viena en una pequeña habitación  
desprovista de toda comodidad, en condiciones muy precarias, y a menudo
  en la miseria más extrema. Pero su celo laborioso inagotable no le  
abandonó siquiera entonces y la mayor parte de sus grandes obras han  
surgido justamente en aquellos años llenos de penurias.
Cuando conocí a Nettlau  en Londres, 
sólo tuve ocasión de cuando en cuando de reunirme con él,  pues nuestro 
tiempo era siempre escaso, lo cual no era posible de otro  modo en sus 
breves visitas a Inglaterra. Sin embargo, tuvo hacia mí una  cierta 
deferencia, cuando observó que tenía el más grande interés por  sus 
trabajos. Reuní para él durante largos años todos los periódicos,  
revistas y otras ediciones de literatura anarquista en idioma yidisch  
que se publicaban en Inglaterra y en los Estados Unidos. En aquellos  
años tenía vivienda permanente en 36 Fortune Gate Terrace, en la parte  
noroccidental de Londres, donde había reunido una gran parte de su  
gigantesca colección de periódicos, libros y otros impresos. Tuve allí  
la primera ocasión de conocer, aunque muy superficialmente, esa  
colección única y en extremo valiosa. También le vi en sus visitas a  
menudo en el domicilio amistoso de Bernhard Kampffmeyer en Acton, donde 
 estaban presentes comúnmente también Wilhelm Werner y algunos otros  
amigos. Tan solo cuando el destino me llevó de nuevo a Alemania después 
 de la primera guerra mundial, nos acercamos más y mantuvimos desde  
entonces una correspondencia ininterrumpida, rota solamente por la  
invasión alemana a Holanda en el período de la segunda guerra mundial.  
Por desgracia la mayor parte de sus cartas han caído después en manos de
  los bárbaros pardos y probablemente, como tantas otras cosas, han sido
  destruidas. En esa correspondencia eran discutidas muchas 
perspectivas  nuevas sobre el movimiento y como no siempre teníamos la 
misma opinión,  tuvimos más de una discusión incitante que me hace 
doblemente sensible  la pérdida de sus numerosas cartas.
Durante los ocho años  que precedieron a
 la toma del poder por Hitler, Nettlau llegaba casi  todos los veranos 
por algunos meses a Berlín y los días que podíamos  pasar juntos eran 
para mí verdaderas horas de fiesta. Pues Nettlau era  en el trato con 
los amigos íntimos un compañero amable, un carácter  caballeresco, algo 
románticamente predispuesto, y una magnífica  personalidad con un 
sentido nato de independencia, que no soportaba la  menor coacción. Lo 
pudo experimentar en aquel tiempo mi difunto amigo el  doctor M. A. 
Cohn, que tuvo con él este episodio chistoso:
Cohn había llegado  entonces con su 
esposa a Berlín y convino un encuentro con Nettlau en  Munich a fin de 
entenderse con él respecto de su Valiosa colección, que  preocupaba 
mucho entonces a Nettlau. Centenares de cajones lo había  hecho guardar 
por amigos fieles al estallar la primera guerra mundial en  depósitos de
 Londres y París. Como había perdido sus recursos propios y  a 
consecuencia de la inflación no podía afrontar el costo del  
almacenamiento, la colección sólo podía ser salvada por la intervención 
 de algunos amigos acomodados, entre ellos M. A. Cohn.
Yo había informado a  Cohn de que 
Nettlau vivía en condiciones muy precarias y le había rogado  que le 
librase de la gran inquietud por su colección. Pero cuando Cohn,  que no
 había visto nunca a Nettlau, vio repentinamente ante él a un  hombre 
sin cuello, con la camisa remendada, las ropas totalmente raídas y  los 
zapatos maltrechos, le estremeció de tal modo su presencia que no  supo 
qué hacer. Finalmente se repuso y rogó a Nettlau que fuese con él a  un 
negocio y se vistiese a su costa.
Pero Nettlau se  defendió humildemente y
 dijo con fina ironía: “No, querido doctor, eso  no. Hoy me compra un 
traje nuevo y mañana exigirá que me corte la barba.  ¡No! ¡No! 
Realmente, no”.
Cohn quedó confundido y  como americano 
práctico no pudo comprender nada de eso. Incluso cuando  me contó 
después el asunto, no sabía todavía qué debía hacer, y dijo  que 
Nettlau al parecer debía ser un hombre muy raro. En esto no le  faltaba 
razón, pues un hombre de su envergadura se encuentra quizás sólo  una 
vez en la vida. Pero justamente su manera de ser era en este  hombre, 
que había hecho en su vida una tarea tan extraordinaria, uno de  sus 
más bellos aspectos. Como su obra era única en su género, también  el 
carácter de su creador no era un fenómeno cotidiano que se encuentra a  
cada recodo de la calle. Nettlau era, sin duda, un hombre raro y el que 
 no le conocía más íntimamente tenía que sentirse a veces afectado por  
un cierto anacronismo en su manera de vivir y por sus hábitos  
personales, que a menudo daban la impresión de algo extravagante. Sin  
embargo, todos los que tuvieron la dicha de entrar en íntimo contacto  
con él, reconocieron las grandes excelencias de su gran carácter, su  
bondad innata, su sentido indoblegable de justicia, su independencia de 
 pensamiento y no querían verle de otro modo a como era en verdad.
Nettlau estaba exento  de toda vacía 
vanidad, que es siempre el signo de una mediocridad  espiritual. Su 
acción personal correspondía siempre a toda su  interpretación de la 
vida y no era nunca lesiva o molesta. Su modestia  tranquila obraba 
bienhechoramente incluso en un hombre con  conocimientos tan vastos y 
extraordinarios. Se sentía más cómodo cuando  podía dedicarse a su 
trabajo sin ser perturbado contra su voluntad.  Nada le era más penoso 
que cuando su persona era alcanzada al azar por  un ramalazo de la 
publicidad, lo que ocurría muy raramente, es verdad.  En tales casos 
quedaba totalmente indefenso y no sabía qué hacer. Tuve  ocasión de 
observarle en una de esas oportunidades y no olvidaré la  impresión. Fué
 en Barcelona, poco después de la caída de la monarquía.  Nettlau solía 
hacer una visita casi todos los años desde 1927 ala  familia Montseny 
(Urales) y me escribía frecuentemente lo bien que se  sentía en ese 
ambiente amistoso. Había descubierto además, en una  pequeña biblioteca 
pública de Barcelona, una cantidad de documentos en  extremo valiosos 
de la época de la primera Internacional, de modo que en sus visitas pudo reunir lo grato con lo útil, lo cual era para él singularmente importante.
Nettlau gozaba entre  los camaradas de 
Barcelona de un gran afecto, lo cual se basaba en la  reciprocidad, pues
 a lo largo de su vida tuvo más simpatías por el  movimiento español 
que por cualquier otro. Muchos de sus mejores  escritos aparecieron en 
lengua española, de manera que para los  españoles no era un 
desconocido.
Cuando en 1932 tuvo  lugar en Madrid el 
congreso dela C.N.T., al que siguió el cuarto  congreso dela A.I.T., 
llegué con un número de delegados extranjeros a  España, para tomar 
parte en ambas reuniones. En esa ocasión volví a ver a  Nettlau en 
Barcelona, donde los compañeros habían convocado una gran  asamblea para
 saludarnos, a la que concurrieron más de 18.000 personas.  También 
Nettlau se encontraba allí para asistir a la demostración como  oyente 
silencioso. Alguien ha debido informar al presidente de la  asamblea 
sobre su presencia, pues después de una breve pausa hizo  conocer con 
palabras vibrantes a la asamblea que Nettlau estaba  presente y le 
pidió que dijese un par de palabras. Estoy persuadido de  que si Nettlau
 hubiese sospechado lo que le iba a ocurrir, no habría  asistido 
seguramente al acto. Pero una vez allí de nada valía  resistirse. Los 
aplausos generales con que fueron saludadas las palabras  del 
presidente, no le dejaron ninguna elección. Tuvo que aparecer en la  
tribuna de los oradores. Después de aplacarse los aplausos, se inclinó  
levemente y dijo: “Compañeros, os lo agradezco”. Tras lo cual abandonó  
apresuradamente su lugar en la tribuna y volvió a desaparecer entre la  
muchedumbre.
También en el  movimiento libertario 
mantenía Nettlau una posición especial. Se  declaraba abiertamente en 
favor del anarquismo, pero no pertenecía a  una determinada escuela. Ni
 el anarquismo individualista de Tucker ni el  anarquismo comunista de 
Kropotkin podían satisfacerle por entero. Era  más bien de opinión que 
todos los sistemas económicos preconcebidos  debían ser experimentados 
primero por la realidad práctica de la vida y  probados en su contenido;
 porque cosas que en la teoría parecen muy  lógicas y convenientes, en 
la práctica chocan a menudo con resistencias  insospechadas que nadie 
podría prever. Toda forma económica puede por  consiguiente ser 
considerada sólo como medio para una finalidad  determinada, pero nunca
 como fin de sí misma. Su verdadero valor se  puede medir según sea 
beneficiosa o nociva para el desarrollo de una  humanidad libre. Por eso
 le parecía la libre experimentación como el  único criterio de una 
sociedad libre, pues sólo la experiencia podría  demostrar lo que es 
exacto o falso en las teorías.
Nettlau fué por eso también el primero que sostuvo el derecho de las minorías en el socialismo, sin
  el cual toda nueva ordenación de la sociedad tiene que culminar en una
  nueva tiranía. Reconoció con gran agudeza que, dada la diversidad  
infinita en el campo del socialismo contemporáneo, es imposible una  
transformación social en el sentido de una tendencia determinada y, si  
se impone por la violencia bruta, sólo puede conducir a la opresión  
completa de todas las otras tendencias, como nos lo ha demostrado hoy  
tan drásticamente el ejemplo ruso, que Nettlau presintió con mucha  
anticipación. Nettlau intentó por eso después de la primera guerra  
mundial, cuando el mundo estaba preñado de grandes cambios sociales,  
alentar en numerosos artículos un acuerdo en este sentido entre las  
diversas tendencias socialistas, si no querían caer completamente bajo  
la locura de la dictadura. Si sus propuestas resonaron entonces como una
  voz en el desierto, es sin embargo indiscutible que había captado  
justamente el germen del problema. Sólo por el reconocimiento de un  
derecho a las minorías, que haga posible a toda tendencia socialista una
  libre creación constructiva, puede lograrse en general una nueva  
creación de la sociedad en el sentido del socialismo. Cualquier otro  
camino desemboca en última instancia en la dictadura y en una negación  
de todos los derechos y libertades humanos *
Incluso las terribles  luchas 
religiosas, por las cuales fué conmovida en toda su profundidad  la vida
 de los pueblos europeos durante siglos, llegaron a su fin con el  
reconocimiento de la libertad de creencias, permitiendo que cada cual  
fuese bienaventurado a su manera. Nettlau dijo por tanto con razón que  
si el socialismo no podía imponerse una tolerancia idéntica, fallaría  
completamente en su objetivo como ideal social del futuro y sólo podría 
 ser un nuevo eslabón en la cadena del esclavizamiento.
Nettlau partía en sus  concepciones 
completamente de las ideas liberales del siglo XIX, lo que  no quiere 
decir en modo alguno que no tuviese ningún sentido para las  
aspiraciones ulteriores de nuestro tiempo. Pero vio también sus aspectos
  sombríos y tenía bastante amplitud de visión para reconocer que todo  
desenvolvimiento no es un progreso. Sintió que las grandes conquistas  
técnicas de la época no marchan a la par con el desarrollo de la  
conciencia ética de los hombres y que el sentimiento social caía cada  
vez más en ruinas por eso. La mecanización de la economía que se operaba
  con ritmo creciente y las aspiraciones en constante aumento a la  
centralización en los modernos Estados, mecanizaban también el  
pensamiento y el sentimiento de los hombres y daban motivo para toda una
  serie de teorías asociales que minaban nuestra  moral y volvían a los 
 seres humanos incapaces para resistir contra el mal que les amenazaba. 
 Nettlau vio en esos fenómenos de nuestro tiempo el mayor peligro y la  
verdadera causa de las espantosas catástrofes sociales que cayeron sobre
  el mundo.
Era un enemigo de todos  los dogmas y de
 todas las frases huecas que obstaculizan y atan el  pensamiento 
independiente. El despotismo de las ideas preconcebidas era  para él tan
 odioso como todo despotismo político económico. Se llamaba a  menudo un
 hereje y eso era en efecto, pues no ocultaba sus  opiniones 
jamás y decía a los propios compañeros a menudo mas de una  verdad 
incómoda, que por desgracia no han sido bastante escuchadas. Lo  sabía 
él mismo y se sentía deprimido. Una vez me escribió: “el  pensamiento 
propio es el más pesado de todos los trabajos, según parece.  Y sin 
embargo una sola iniciativa nueva tiene más valor que toda una  
muchedumbre de teorías aherrumbradas que no tienen ya nada que decirnos y
  la mayoría de las cuales sólo sirven de motivos decorativos para  
ocultar con ellas la propia pereza de pensamiento”
Con él ha perdido el  socialismo 
libertario uno de sus representantes más importantes y  característicos.
 De su acción ulterior y de su fin trágico se hablara en  otro lugar 
aún.
------
Texto que se encuentra originalmente en Rudolf Rocker, En la Borrasca (Años de destierro). Traducción de Diego Abad de Santillán. Editorial Tupac: Buenos Aires, 1949. Págs. 71 – 80.
*
 En mi libro Max Nettlau, el hombre y su obra, que hasta aquí sólo  
apareció en español, he ahondado estos pensamientos del difunto amigo y 
 puedo remitir al lector a ese trabajo
Fuente: http://grupogomezrojas.org/2012/05/04/dossier-viajes-y-encuentros-de-rudolf-rocker-mi-encuentro-con-max-nettlau/

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