Fué
en la época del congreso de Londres cuando me encontré por primera
vez personalmente con Max Nettlau, el gran historiador del socialismo
libertario. Era entonces conocido por muy pocos, aunque se había
ocupado desde hacía años de vastos estudios preparatorios para sus
futuros trabajos históricos. Sólo un pequeño número de viejos
compañeros como James Guillaume, Víctor Dave, Eliseo Reclus, Errico
Malatesta, Pedro Kropotkin y otros más tenían conocimiento de sus
estudios. Incluso para los compañeros alemanes era casi enteramente
desconocido en aquella época. Sus primeros trabajos históricos
valiosos, que habían aparecido a comienzos del decenio en la Freiheit de Most, fueron impresos sin mención del autor. También los pocos artículos que había escrito para el Sozialist de
Landauer en Berlín, habían sido firmados con las iniciales de su
nombre; igualmente la mayor parte de sus contribuciones de entonces a Freedom, La Révolte y
otros periódicos. Como Nettlau no era orador y no participaba tampoco
públicamente en el movimiento, la mayor parte de los compañeros apenas
tenían noticia de su existencia.
Nettlau solía ir todos los años por
unos meses a Londres y se dedicaba a sus estudios en la rica biblioteca
del Museo Británico. Con los compañeros alemanes de Londres mantenía
muy poco trato. La causa de ese retraimiento eran las continuas luchas
en el viejo movimiento, que había vivido en parte personalmente. Era un
amigo íntimo de Víctor Dave, con el que estuvo ligado toda la vida, y
como los partidarios de Peukert combatían del modo más furioso a Dave
entonces, no podía menos de ocurrir que también Nettlau les fuese poco
grato, aunque él nunca tuvo participación personal en aquellas
disidencias internas. El recuerdo de aquellos tiempos había dejado en
él notoriamente impresiones que no le incitaron tampoco ulteriormente a
reanudar las relaciones interrumpidas con los camaradas alemanes de
Londres. Sólo con Bernhard Kampffmeyer y Wilhelm Werner estaba en
estrechas relaciones y por ambos le conocí también más de cerca luego.
En cambio eran tanto más vivas sus relaciones entonces con Malatesta y
su círculo y con los compañeros del Freedom Gruppe, el único
círculo que 1e contó como miembro. Con una cierta restricción: a
incitación de Víctor Dave se había adherido a fines de la década 1880-90
por un tiempo a la Socialist League fundada por William Morris y otros, pero luego entró en el pequeño círculo del Freedom Gruppe, al que se sintió ligado hasta la muerte de Tom Keell.
La primera vez vi a Nettlau en aquél
club italiano de Dean Street, que sirvió de punto de cita de los
compañeros en la época del congreso de Londres. Tenía entonces unos
treinta años. Ese hombre alto, vigoroso, de cabello rubio y rostro
inteligente, encuadrado en una rubia barba, cuyos ojos azules miraban
tranquilamente al mundo a través de unos quevedos, habría podido llenar
de envidia incluso a los futuros representantes del llamado tercer
reich, pues un tipo más puro de la maravillosa raza nórdica apenas se podría imaginar.
Max Nettlau nació el 30 de abril de
1865 en Neuwaldegg, cerca de Viena. Su padre procedía de una vieja
familia prusiana de Postdam, que emigró después con su mujer a Austria,
pero no perdió nunca su ciudadanía alemana, por lo cual su hijo
siguió siendo también alemán. El joven Nettlau disfrutó de una
educación excelente e hizo el doctorado en filología a los veintitrés
años con una tesis sobre la gramática de los idiomas celtas. En una de
sus visitas posteriores a Berlín me mostró aquel escrito tanto tiempo
olvidado con la observación irónica de que se había ocupado toda la
vida del estudio de cosas impopulares; primeramente de los idiomas
celtas, de los que entonces se ocupaban muy pocos, y luego de Bakunin,
cuya poderosa actividad había palidecido ya en la mayor parte de los
países de Europa o había sido desfigurada a la condición de una
verdadera caricatura por los historiógrafos marxistas cuando Nettlau se
dispuso a reunir con laboriosidad de abeja el material inmenso para su
biografía.
Max Nettlau fué impresionado ya siendo joven estudiante por el movimiento radical de Austria. El primer impulso lo recibió del famoso proceso Merstallinger en
Viena (1885), mediante el cual el gobierno creyó poder deshacerse de
un golpe del movimiento radical, pero tuvo en cambio una gran derrota
moral. Josef Peukert, el redactor de entonces de Zukunft, defendió las aspiraciones de los radicales con
gran habilidad ante el tribunal y su actitud valerosa supo poner de
manifiesto tan bien las torpezas que había cometido el gobierno que el
proceso procuró al joven movimiento numerosos adeptos nuevos, y no solo
de las filas del proletariado, sino también de los círculos de la
juventud estudiantil, que en aquel tiempo era muy receptiva para las
ideas políticas y sociales radicales. Fué entonces cuando Nettlau fué
ganado para la causa del socialismo libertario, al que debía prestar
después inapreciables servicios.
Johann Most encontró en él un
colaborador magnífico para su periódico, que sólo podía ser difundido
clandestinamente en Alemania y en Austria. En realidad el joven Nettlau
entregó a la Freiheit ya a comienzos del decenio
1890-900 toda una serie de trabajos históricos valiosos que
testimoniaban el celo y la capacidad de su desconocido autor. También el
primer ensayo de su biografía de Bakunin apareció primeramente como
una larga serie de artículos en la Freiheit (1891); lo mismo el interesante estudio Zur Geschichte des Anarchismus, que Most editó después como folleto especial de su Internationalen Bibliothek. Este escrito puede ser calificado con razón como un primer precursor de su gran Historia del anarquismo posterior.
No obstante, Nettlau no tenía ninguna buena opinión de aquel trabajo
primerizo. Cuando unos treinta años más tarde hablé con él al respecto,
vapuleo su “indigna defectuosidad” y reprochó a Most por haber
reproducido el trabajo, “en lugar de arrojarlo simplemente al cesto de
los papeles, a donde pertenecía”, según él decía. Por suerte Most pensó
diversamente al respecto; por lo demás no estaba en condiciones de
estimar justamente el valor de ese escrito, por el cual, sin duda,
recibió los primeros estímulos para una exacta apreciación de la
historia de las ideas y de los movimientos anarquistas que entonces,
fuera de Nettlau, ningún otro podía dar.
Que aquel primer ensayo no podía
responder a las altas exigencias que se hizo a sí mismo Nettlau en sus
obras ulteriores, era natural. Pero esto no altera nada el hecho que
aquel escrito se convirtió para los compañeros jóvenes en una guía que
los capacitó para aproximarse al estudio de la evolución histórica del
movimiento libertario. De mí puedo decirlo absolutamente. He devorado
con verdadera voracidad todos los artículos históricos que Nettlau
publicó entonces en la Freiheit y tengo que confesar
francamente que gracias a él recibí las incitaciones por las que fué
más influida mi ulterior actividad literaria. Cuando le encontré en
1896 en Londres por primera vez, no tenía naturalmente la menor idea de
que hablaba con el hombre a quien debía tanto. Como él habitaba en
Viena, su colaboración en la Freiheit habría pedido
significarle muchos trastornos entonces, aunque sus artículos a causa de
su carácter estrictamente histórico no habrían sido objetados en
ningún país. Pero el nombre de Johann Most era para los gobernantes en
Alemania y en Austria como un trapo rojo para el toro, de manera que
Nettlau tuvo que hallar más conveniente ocultar su nombre.
Transcurrieron muchos años antes de que supiese yo quién fué el autor de
aquellos eruditos ensayos de la Freiheit.
Cuando conocí a Nettlau, hacía muchos
años que se venía ocupando de los trabajos preparatorios para su
monumental biografía de Bakunin, la gran obra de su vida que no
consideró nunca totalmente acabada. Pocos sospechan el enorme material
histórico reunido o elaborado. Un hombre inspirado por amor interior
se consagró a su tarea y recogió con celo incansable todos los hechos
que tuvieron relación con la acción de Bakunin y con su tiempo. Apenas
hubo una persona conocida del amplio círculo en torno a Bakunin a quien
Nettlau no haya visitado y no haya interrogado por escrito. Con ese
fin emprendió viajes, reunió viejas correspondencias y una multitud de
documentos y manuscritos jamás publicados y creó así las verdaderas
bases de las que podía surgir la descripción de aquella vida vigorosa.
Fueron abiertas allí por primera vez incontables fuentes de
inapreciable importancia para el investigador. En verdad casi todo lo
que se escribió desde entonces sobre Bakunin, su círculo y la historia
dela Internacional, se apoya en el material arrancado al olvido por la
actividad indagadora de Nettlau y que de esa manera fué salvado
probablemente de la destrucción completa.
Fué un destino trágico que un hombre en
cuyo material de primera clase se han nutrido tantos, no haya tenido
la alegría de ver impresa su gran obra. Sólo cincuenta ejemplares
fueron poligrafiados entre 1896-1900 por Nettlau mismo y llegaron de
ese modo a manos de un pequeño número de amigos íntimos y a las grandes
bibliotecas de Londres, París, Berlín, Viena, Madrid, etc. La obra
fué escrita en alemán, lleva el título Michael Bakunin. Eine Biographie, y
abarca tres volúmenes in folio de 1281 páginas. Como apéndice a esta
obra escribió Nettlau en 1903-1905 otros cuatro volúmenes que contienen
lo que sacó a relucir hasta entonces la investigación sobre Bakunin y
que no estaban destinados a la publicación.
A iniciativa de Eliseo Reclus preparó Nettlau su preciosa Bibliographie de l’Anarchie, que
apareció en Bruselas en 1897, una obra de unas trescientas grandes
páginas, que contiene una lista de todos los impresos publicados hasta
allí — libros, folletos, periódicos, etc. —, ordenados sistemáticamente
por idiomas y países, en tanto que eso fué posible. Fuera de Nettlau
no había en todo el movimiento otro hombre que hubiese podido someterse
a ese trabajo gigantesco. Solo él estaba llamado por sus vastos
conocimientos de idiomas y sus estudios históricos ramificados, a
emprender esa tarea. También la Bibliographie tuvo un precursor, como la gran biografía de Bakunin y su Historia del anarquismo. Nettlau
había reunido para Malatesta, cinco o seis años antes de la aparición
del libro, una lista bastante amplia de la literatura anarquista
internacional, que por desgracia fué víctima de las llamas en un
incendio de la habitación de Malatesta. Eliseo Reclus, que hizo un
prólogo para el libro de Nettlau, reconoció que hasta allí él mismo no
había sabido “cuan ricos somos” y que la “abundancia del material
mencionado le ha sorprendido, aunque el autor no tiene la pretensión de
haber hecho algo completo”. La Bibliographie de l’Anarchie fué el primer gran trabajo que Nettlau firmó con su nombre y por el cual fué conocido en un círculo más amplio.
Del enorme trabajo literario que ha
realizado en años ulteriores, se hablará todavía en otro lugar. Es
difícil comprender cómo un solo hombre pudo dominar una tarea tan
monstruosa en el curso de una vida humana. Aparte de Proudhon, no hay
en todo el movimiento libertario otro escritor que pueda echar una
ojeada a un trabajo tan vasto y monumental. Y no hay que olvidar aquí
que no se trata de literatura de propaganda, sino de valiosos trabajos
científicos, cuya confección exigió un empleo enorme de celo,
esfuerzo, tiempo e infinita paciencia. Solo un hombre que había puesto
su vida entera en absoluto al servicio de una gran causa, podía llevar a
cabo una obra tan grandiosa. Nettlau era un historiador de honestidad
insobornable, que se preocupó siempre de separar la escueta verdad
histórica de las exageraciones legendarias. Como adversario declarado de
todas las interpretaciones de la historia, cualesquiera que fuesen,
que calificaba de ensayos para fortalecer opiniones preconcebidas por la
fe en un desarrollo forzoso de los procesos históricos, sostenía el
punto de vista que la tarea de la historiografía sólo podía consistir
en esclarecer lo más posible determinados hechos históricos en base al
material existente, para llegar a una comprensión real de los
acontecimientos pasados. Así me escribió un día (17 de agosto de 1922):
“Las interpretaciones de la historia
son sólo representaciones de deseos, una especie de mitología moderna.
Se ven las cosas como se desea verlas — en lo cual, por lo demás, no se
ha dicho que ocurra esto conscientemente — y se interpreta
alegremente en ese campo, lo que es siempre peligroso, en especial
cuando se trata de períodos muy lejanos, sobre los cuales sólo existen
fundamentos escasos y a menudo no existen fundamentos históricos para
el investigador. La interpretación lleva a menudo a conclusiones que en
la mayoría de los casos corresponden a la manera de pensar de un
tiempo posterior o de una determinada tendencia y justamente por eso no
deberían hallar empleo alguno en la valoración de un período
desaparecido desde hace mucho tiempo. Una prueba de ello es el Ursprung des Christentums de
Kautsky, que nos acerca con una seguridad virtuosa a los hombres de
aquel tiempo tan palpablemente como si nos hubiésemos sentado ayer con
ellos en la misma mesa o hubiésemos dormido en la misma cama. Incluso
allí donde tenemos a disposición un rico material histórico, los hechos
reales son interpretados por los contemporáneos mismos tan diversamente
que sólo se puede tener una imagen más o menos clara por la
observación de los pormenores más íntimos. Tampoco entonces son
evitados los errores, que sólo pueden ser paulatinamente esclarecidos
por nuevas investigaciones”.
Esa manera de ver nos explica por qué
tenían tanta importancia para Nettlau también los detalles más
insignificantes; le proporcionaban a menudo ocasión para esclarecer
conexiones internas que antes eran enteramente confusas. Ese
ahondamiento íntimo en los sucesos más pequeños es, sin duda, la causa
también de que los escritos de Nettlau hayan encontrado hasta aquí un
círculo tan pequeño de lectores. No son ciertamente un alimento
espiritual para los lectores del término medio, y hay que tener una
cierta inclinación para los estudios históricos para proceder a la
elaboración de esa abundancia de hechos. Entonces, ciertamente, se
sentirá uno ricamente recompensado y tendrá certidumbre sobre mil cosas
y generalmente de primera fuente. Las obras de Nettlau nos abren una
cantidad casi increíble de fuentes, a las que la mayor parte de los
lectores no habrían tenido acceso sin él. En eso precisamente consiste
su mérito inolvidable, que beneficiará también a todos los futuros
investigadores.
Nettlau mantuvo muchos años y casi
hasta su muerte una vasta correspondencia epistolar con amigos y
compañeros de todos los países, que sería una verdadera mina para la
historia del movimiento social de los cincuenta a sesenta años que
abarca, si fuese reunida y pudiese ser utilizada para la investigación.
Sus cartas eran siempre alentadoras y contenían a menudo un humor
sutil que no se encuentra en sus escritos. Centenares se han dirigido a
él para tener información sobre cosas y personas que ningún otro podía
darles. Estaba siempre dispuesto y no era avaro en la transmisión de
sus conocimientos a otros. Así, más de un trabajo escrito por otros
durante su vida, tuvo por base el rico material de sus escritos o le
fué ofrecido generosamente por informaciones epistolares que no
raramente adquirían la magnitud de ensayos verdaderos y propios.
No obstante, Nettlau, a pesar de su
fecundidad literaria inagotable, no podía ganar bastante como escritor
para poder vivir. Hasta el estallido de la primera guerra mundial
estuvo en situación de llevar una existencia completamente
independiente y de dedicar todo el tiempo a sus estudios. Después de la
muerte de su padre heredó un pequeño caudal que le permitía una vida
modesta y la libre dedicación a sus inclinaciones. Ordinariamente
pasaba un par de meses del año en Londres, un par de meses más en París,
Ginebra, Zurich o Berlín y el resto en Viena. En esos lugares se
ocupaba principalmente de sus estudios, en las grandes bibliotecas,
cuando no debía emprender otros viajes que tenían el mismo objeto. Pero
esa vida libre y sin apremios se modificó de golpe cuando terminó la
primera guerra mundial. Por la desvalorización del dinero fué privado de
su pequeño caudal, vivía en Viena en una pequeña habitación
desprovista de toda comodidad, en condiciones muy precarias, y a menudo
en la miseria más extrema. Pero su celo laborioso inagotable no le
abandonó siquiera entonces y la mayor parte de sus grandes obras han
surgido justamente en aquellos años llenos de penurias.
Cuando conocí a Nettlau en Londres,
sólo tuve ocasión de cuando en cuando de reunirme con él, pues nuestro
tiempo era siempre escaso, lo cual no era posible de otro modo en sus
breves visitas a Inglaterra. Sin embargo, tuvo hacia mí una cierta
deferencia, cuando observó que tenía el más grande interés por sus
trabajos. Reuní para él durante largos años todos los periódicos,
revistas y otras ediciones de literatura anarquista en idioma yidisch
que se publicaban en Inglaterra y en los Estados Unidos. En aquellos
años tenía vivienda permanente en 36 Fortune Gate Terrace, en la parte
noroccidental de Londres, donde había reunido una gran parte de su
gigantesca colección de periódicos, libros y otros impresos. Tuve allí
la primera ocasión de conocer, aunque muy superficialmente, esa
colección única y en extremo valiosa. También le vi en sus visitas a
menudo en el domicilio amistoso de Bernhard Kampffmeyer en Acton, donde
estaban presentes comúnmente también Wilhelm Werner y algunos otros
amigos. Tan solo cuando el destino me llevó de nuevo a Alemania después
de la primera guerra mundial, nos acercamos más y mantuvimos desde
entonces una correspondencia ininterrumpida, rota solamente por la
invasión alemana a Holanda en el período de la segunda guerra mundial.
Por desgracia la mayor parte de sus cartas han caído después en manos de
los bárbaros pardos y probablemente, como tantas otras cosas, han sido
destruidas. En esa correspondencia eran discutidas muchas
perspectivas nuevas sobre el movimiento y como no siempre teníamos la
misma opinión, tuvimos más de una discusión incitante que me hace
doblemente sensible la pérdida de sus numerosas cartas.
Durante los ocho años que precedieron a
la toma del poder por Hitler, Nettlau llegaba casi todos los veranos
por algunos meses a Berlín y los días que podíamos pasar juntos eran
para mí verdaderas horas de fiesta. Pues Nettlau era en el trato con
los amigos íntimos un compañero amable, un carácter caballeresco, algo
románticamente predispuesto, y una magnífica personalidad con un
sentido nato de independencia, que no soportaba la menor coacción. Lo
pudo experimentar en aquel tiempo mi difunto amigo el doctor M. A.
Cohn, que tuvo con él este episodio chistoso:
Cohn había llegado entonces con su
esposa a Berlín y convino un encuentro con Nettlau en Munich a fin de
entenderse con él respecto de su Valiosa colección, que preocupaba
mucho entonces a Nettlau. Centenares de cajones lo había hecho guardar
por amigos fieles al estallar la primera guerra mundial en depósitos de
Londres y París. Como había perdido sus recursos propios y a
consecuencia de la inflación no podía afrontar el costo del
almacenamiento, la colección sólo podía ser salvada por la intervención
de algunos amigos acomodados, entre ellos M. A. Cohn.
Yo había informado a Cohn de que
Nettlau vivía en condiciones muy precarias y le había rogado que le
librase de la gran inquietud por su colección. Pero cuando Cohn, que no
había visto nunca a Nettlau, vio repentinamente ante él a un hombre
sin cuello, con la camisa remendada, las ropas totalmente raídas y los
zapatos maltrechos, le estremeció de tal modo su presencia que no supo
qué hacer. Finalmente se repuso y rogó a Nettlau que fuese con él a un
negocio y se vistiese a su costa.
Pero Nettlau se defendió humildemente y
dijo con fina ironía: “No, querido doctor, eso no. Hoy me compra un
traje nuevo y mañana exigirá que me corte la barba. ¡No! ¡No!
Realmente, no”.
Cohn quedó confundido y como americano
práctico no pudo comprender nada de eso. Incluso cuando me contó
después el asunto, no sabía todavía qué debía hacer, y dijo que
Nettlau al parecer debía ser un hombre muy raro. En esto no le faltaba
razón, pues un hombre de su envergadura se encuentra quizás sólo una
vez en la vida. Pero justamente su manera de ser era en este hombre,
que había hecho en su vida una tarea tan extraordinaria, uno de sus
más bellos aspectos. Como su obra era única en su género, también el
carácter de su creador no era un fenómeno cotidiano que se encuentra a
cada recodo de la calle. Nettlau era, sin duda, un hombre raro y el que
no le conocía más íntimamente tenía que sentirse a veces afectado por
un cierto anacronismo en su manera de vivir y por sus hábitos
personales, que a menudo daban la impresión de algo extravagante. Sin
embargo, todos los que tuvieron la dicha de entrar en íntimo contacto
con él, reconocieron las grandes excelencias de su gran carácter, su
bondad innata, su sentido indoblegable de justicia, su independencia de
pensamiento y no querían verle de otro modo a como era en verdad.
Nettlau estaba exento de toda vacía
vanidad, que es siempre el signo de una mediocridad espiritual. Su
acción personal correspondía siempre a toda su interpretación de la
vida y no era nunca lesiva o molesta. Su modestia tranquila obraba
bienhechoramente incluso en un hombre con conocimientos tan vastos y
extraordinarios. Se sentía más cómodo cuando podía dedicarse a su
trabajo sin ser perturbado contra su voluntad. Nada le era más penoso
que cuando su persona era alcanzada al azar por un ramalazo de la
publicidad, lo que ocurría muy raramente, es verdad. En tales casos
quedaba totalmente indefenso y no sabía qué hacer. Tuve ocasión de
observarle en una de esas oportunidades y no olvidaré la impresión. Fué
en Barcelona, poco después de la caída de la monarquía. Nettlau solía
hacer una visita casi todos los años desde 1927 ala familia Montseny
(Urales) y me escribía frecuentemente lo bien que se sentía en ese
ambiente amistoso. Había descubierto además, en una pequeña biblioteca
pública de Barcelona, una cantidad de documentos en extremo valiosos
de la época de la primera Internacional, de modo que en sus visitas pudo reunir lo grato con lo útil, lo cual era para él singularmente importante.
Nettlau gozaba entre los camaradas de
Barcelona de un gran afecto, lo cual se basaba en la reciprocidad, pues
a lo largo de su vida tuvo más simpatías por el movimiento español
que por cualquier otro. Muchos de sus mejores escritos aparecieron en
lengua española, de manera que para los españoles no era un
desconocido.
Cuando en 1932 tuvo lugar en Madrid el
congreso dela C.N.T., al que siguió el cuarto congreso dela A.I.T.,
llegué con un número de delegados extranjeros a España, para tomar
parte en ambas reuniones. En esa ocasión volví a ver a Nettlau en
Barcelona, donde los compañeros habían convocado una gran asamblea para
saludarnos, a la que concurrieron más de 18.000 personas. También
Nettlau se encontraba allí para asistir a la demostración como oyente
silencioso. Alguien ha debido informar al presidente de la asamblea
sobre su presencia, pues después de una breve pausa hizo conocer con
palabras vibrantes a la asamblea que Nettlau estaba presente y le
pidió que dijese un par de palabras. Estoy persuadido de que si Nettlau
hubiese sospechado lo que le iba a ocurrir, no habría asistido
seguramente al acto. Pero una vez allí de nada valía resistirse. Los
aplausos generales con que fueron saludadas las palabras del
presidente, no le dejaron ninguna elección. Tuvo que aparecer en la
tribuna de los oradores. Después de aplacarse los aplausos, se inclinó
levemente y dijo: “Compañeros, os lo agradezco”. Tras lo cual abandonó
apresuradamente su lugar en la tribuna y volvió a desaparecer entre la
muchedumbre.
También en el movimiento libertario
mantenía Nettlau una posición especial. Se declaraba abiertamente en
favor del anarquismo, pero no pertenecía a una determinada escuela. Ni
el anarquismo individualista de Tucker ni el anarquismo comunista de
Kropotkin podían satisfacerle por entero. Era más bien de opinión que
todos los sistemas económicos preconcebidos debían ser experimentados
primero por la realidad práctica de la vida y probados en su contenido;
porque cosas que en la teoría parecen muy lógicas y convenientes, en
la práctica chocan a menudo con resistencias insospechadas que nadie
podría prever. Toda forma económica puede por consiguiente ser
considerada sólo como medio para una finalidad determinada, pero nunca
como fin de sí misma. Su verdadero valor se puede medir según sea
beneficiosa o nociva para el desarrollo de una humanidad libre. Por eso
le parecía la libre experimentación como el único criterio de una
sociedad libre, pues sólo la experiencia podría demostrar lo que es
exacto o falso en las teorías.
Nettlau fué por eso también el primero que sostuvo el derecho de las minorías en el socialismo, sin
el cual toda nueva ordenación de la sociedad tiene que culminar en una
nueva tiranía. Reconoció con gran agudeza que, dada la diversidad
infinita en el campo del socialismo contemporáneo, es imposible una
transformación social en el sentido de una tendencia determinada y, si
se impone por la violencia bruta, sólo puede conducir a la opresión
completa de todas las otras tendencias, como nos lo ha demostrado hoy
tan drásticamente el ejemplo ruso, que Nettlau presintió con mucha
anticipación. Nettlau intentó por eso después de la primera guerra
mundial, cuando el mundo estaba preñado de grandes cambios sociales,
alentar en numerosos artículos un acuerdo en este sentido entre las
diversas tendencias socialistas, si no querían caer completamente bajo
la locura de la dictadura. Si sus propuestas resonaron entonces como una
voz en el desierto, es sin embargo indiscutible que había captado
justamente el germen del problema. Sólo por el reconocimiento de un
derecho a las minorías, que haga posible a toda tendencia socialista una
libre creación constructiva, puede lograrse en general una nueva
creación de la sociedad en el sentido del socialismo. Cualquier otro
camino desemboca en última instancia en la dictadura y en una negación
de todos los derechos y libertades humanos *
Incluso las terribles luchas
religiosas, por las cuales fué conmovida en toda su profundidad la vida
de los pueblos europeos durante siglos, llegaron a su fin con el
reconocimiento de la libertad de creencias, permitiendo que cada cual
fuese bienaventurado a su manera. Nettlau dijo por tanto con razón que
si el socialismo no podía imponerse una tolerancia idéntica, fallaría
completamente en su objetivo como ideal social del futuro y sólo podría
ser un nuevo eslabón en la cadena del esclavizamiento.
Nettlau partía en sus concepciones
completamente de las ideas liberales del siglo XIX, lo que no quiere
decir en modo alguno que no tuviese ningún sentido para las
aspiraciones ulteriores de nuestro tiempo. Pero vio también sus aspectos
sombríos y tenía bastante amplitud de visión para reconocer que todo
desenvolvimiento no es un progreso. Sintió que las grandes conquistas
técnicas de la época no marchan a la par con el desarrollo de la
conciencia ética de los hombres y que el sentimiento social caía cada
vez más en ruinas por eso. La mecanización de la economía que se operaba
con ritmo creciente y las aspiraciones en constante aumento a la
centralización en los modernos Estados, mecanizaban también el
pensamiento y el sentimiento de los hombres y daban motivo para toda una
serie de teorías asociales que minaban nuestra moral y volvían a los
seres humanos incapaces para resistir contra el mal que les amenazaba.
Nettlau vio en esos fenómenos de nuestro tiempo el mayor peligro y la
verdadera causa de las espantosas catástrofes sociales que cayeron sobre
el mundo.
Era un enemigo de todos los dogmas y de
todas las frases huecas que obstaculizan y atan el pensamiento
independiente. El despotismo de las ideas preconcebidas era para él tan
odioso como todo despotismo político económico. Se llamaba a menudo un
hereje y eso era en efecto, pues no ocultaba sus opiniones
jamás y decía a los propios compañeros a menudo mas de una verdad
incómoda, que por desgracia no han sido bastante escuchadas. Lo sabía
él mismo y se sentía deprimido. Una vez me escribió: “el pensamiento
propio es el más pesado de todos los trabajos, según parece. Y sin
embargo una sola iniciativa nueva tiene más valor que toda una
muchedumbre de teorías aherrumbradas que no tienen ya nada que decirnos y
la mayoría de las cuales sólo sirven de motivos decorativos para
ocultar con ellas la propia pereza de pensamiento”
Con él ha perdido el socialismo
libertario uno de sus representantes más importantes y característicos.
De su acción ulterior y de su fin trágico se hablara en otro lugar
aún.
------
Texto que se encuentra originalmente en Rudolf Rocker, En la Borrasca (Años de destierro). Traducción de Diego Abad de Santillán. Editorial Tupac: Buenos Aires, 1949. Págs. 71 – 80.
*
En mi libro Max Nettlau, el hombre y su obra, que hasta aquí sólo
apareció en español, he ahondado estos pensamientos del difunto amigo y
puedo remitir al lector a ese trabajo
Fuente: http://grupogomezrojas.org/2012/05/04/dossier-viajes-y-encuentros-de-rudolf-rocker-mi-encuentro-con-max-nettlau/
Nessun commento:
Posta un commento