giovedì 3 maggio 2012

Nunca es malo refrescar la crítica: respuesta al fascismo de emol

Bender Rodríguez
Aunque sea inútil responder por estos medios a los voceros de la burguesía y del Poder, nunca es malo recordarse (al menos para uno mismo) por qué su discurso es vacío, totalmente ideológico, parcial, ignorante de sus condiciones históricas y completamente hastiado por sus intereses, como también es bueno argumentar racionalmente un odio que muchas veces pueda estar sometido al puro “resentimiento” objetivo e histórico de los explotados. Digo “resentimiento” porque aquella es una de las palabras que usa el abogado de la burguesía y exponente grotesco del discurso fascista del Capital Gonzalo Rojas Sánchez en un artículo suyo publicado en “Emol” a propósito del 1º de Mayo titulado “Trabajo, trabajadores y esperadores” al cual ésta es la respuesta.
"Entre los trabajólicos y los buenos trabajadores hay notables diferencias, pero son muchas más las que hay entre esas dos categorías y los flojos."
Tal primer párrafo ya nos enuncia algunas cosas que lamentablemente escapan a su idealización fascista del trabajador como ser inerte y motivado por nada más que valores. Así, cuando hablamos en primer lugar de “trabajólicos” no hablamos de un sujeto que simplemente sea “adicto al trabajo”, sino de un individuo que tiene una vida económicamente no productiva para el Capital (denominado por los estadistas y sociólogos "tiempo de ocio") totalmente consumida por los problemas típicos y aun más caracterizados de los explotados, por no decir que tienen una vida de mierda. Comencemos por hacer notar que aquello que su idealización social de escritorio ignora es que la gran mayoría de aquellos son lo que se suele llamar pobre, vulnerable (para los neoliberales), asalariados inmersos en la precarización, etc. Lejos de ser el simple gasto ocioso de tiempo, es el escape para los problemas familiares y sociales que poseen y que ya no hallan como reprimir sin conducir a una psicosis, como por ejemplo llegar a la casa y atender a un montón de niños que sólo alojan para sí lo más simbólicamente grotesco de la sociedad en que viven, y le exijan el tiempo que su pareja no les da por estar en la misma, desahogándose con gente tan cagada como ellos, por no decir que matan su tiempo con anestesiantes como droga, comida, tv, sexo de una manera tal que más que llenarles, les hace recordar diariamente que su vida no tiene sentido, y sólo está reducida al patológico consumo de su propia explotación. El trabajo es para ellos su vida, y su vida es su miseria.
Por otro lado están los buenos trabajadores, aquellos quienes sonríen al ser felicitados por sus patrones y sentir que obtienen de sus explotadores una calificación que los posiciona por encima del resto (de lo contrario no habría buenos y malos trabajadores, simplemente trabajadores), lo cual implicaría una serie de cosas. Ello puede ejemplificarse en la motivación esencialmente desclasada de su conducta, cuyo sistema moral no es otro que la competencia, y si bien el lema de la competencia es “serás más por producir más, y serás recompensado” (recuerda a Luke Skywalker “aconsejando” al sirviente de Jabba), la gratificación personal va más allá que el banal aumento de sueldo que tendrá (se puede decir que la sola frase “aumento de sueldo” denota la ausencia ontológica de cualquier condición de posibilidad de igualdad; nunca será), y se expresa en la moral, en tanto que aquel “empleado” tendrá más legitimidad que el resto, y tendría una posición social con cierto grado de privilegios los cuales le otorgarían simbólicamente legibilidad ante la circulación de humanos-mercancía. Y en el nivel ideológico, en tanto que por representar la aspiración ideal del trabajador/esclavo, se torna en parte del núcleo presimbólico de la ideología (haciendo alusión a cierta concepción del psicoanálisis), al ser el mismo aquel objeto de deseo social inaprensible (parte del Gran otro) y que, por lo mismo, su constitución real es pura fantasía; aquel esclavo vive porque desea, y por lo mismo su deseo nunca es consumado, es sujeto de y sujeto a la ideología.
La tercera “categoría” son lo que él llama “flojos”, pero ¿cuál es la verdadera naturaleza del trabajador flojo para este “intelectual”? Para él, un flojo es un trabajador que es fundamentalmente un “esperador” el cual, en resumidas cuentas y según él, espera tenerlo todo y trabajar nada. Parte por decir:
“El flojo de antaño se caracterizaba por llegar tarde, sacar la vuelta, entregar todo atrasado, echarle la culpa al de al lado, pelar al jefe e irse lo antes posible a la casita. Así era el Chile profundo, y ésa era una de las dimensiones más atávicas del peso de la noche.”
Mencionado en un tono que se me hace como entre humorístico, nostálgico (por su tradición “chilena”), y con un disgusto puramente económico, describe al simple asalariado que no le interesa producir más porque sabe que no sacará ningún provecho de eso, que sabe que trabaja por necesidad pero que en el trabajo nada le espera, y que por lo mismo, el trabajo no es su vida, la cual intenta (aunque esté mediada por las actividades extra-productivas, pero productivas al fin y al cabo, del consumo y la valorización) mantenerla a flote al margen de él, a diferencia de aquellas patéticas terapias de los “psicólogos laborales” que intentan hacer del lugar de explotación un lugar mejor, o en estricto rigor, “estetizar el trabajo”.
Luego hace una suerte de introducción biográfica al personaje “esperador”:
“El flojo de hoy es esperador. Inicia su andadura en la etapa escolar. Confía en que su padre, madre o apoderado acudirán oportunamente a increpar al profesor que ha osado exigirle rendimiento y disciplina. Y sabe que en el colegio le ofrecerán planes de salvación académica, aunque haya perdido más del 50 por ciento del año escolar.”
Es más que claro a qué categoría político social está haciendo alusión (para un opus dei es imposible no denunciar la falta de disciplina y adoctrinamiento en los jóvenes que, de una manera u otra, comienzan por medio de una realidad tan violentamente tangible a percatarse de lo que son en este engranaje social). El “rendimiento y disciplina” es necesariamente violento, puesto que los estudiantes proletarios (en mayor o menor medida), no les interesa aprender para ser siervos de un burgués más o menos amable, por lo cual siempre están, por conciencia o por moda, en contra del discurso y domesticación que se les imparte en la escuela. Sus padres o similares acuden a los “llamados de apoderado” para arreglar la situación de sus hijos y así ver un futuro menos miserable tanto para el futuro (tener algunos pesos) como para el presente (tener a sus hijos fuera de la casa el mayor tiempo posible, y si pueden obtener con ello beneficios por parte de él, mejor aun). Los “planes de salvación académica” los usan y aprovechan uds. y no los estudiantes; estaban movilizados de mucho antes de su implementación desesperada por las entidades de educación burguesas para simplemente no perder la plata que con tanto trabajo y laboriosidad han podido tener.
“El esperador continúa su camino en la educación superior. Su primordial interés no está -pamplinas- en la calidad de lo que van a ofrecerle, sino en la mayor rebaja posible de los costos de su educación, a los que califica por definición como elevados, aunque haya sacado 327 puntos en la PSU y apenas sepa sumar. Una vez dentro, el esperador ve cómo otros de su misma condición se esfuerzan en estudiar, mientras trabajan medio tiempo; pero él no, obviamente no. Espera esa voz que lo eleve a la categoría de mártir y esa mano que lo acoja en el Olimpo de los beneficiados con la imprescindible beca. Mientras tanto, el esperador revisa el catálogo de conciertos del mes y ahorra para sus músicos favoritos.”
Recordemos nuevamente que la demanda “calidad” la impuso precisamente la clase explotadora, y nunca la contempló, al menos inicialmente, el “movimiento estudiantil”. ¿acaso a la burguesía no le conviene invertir en calidad educacional para la mantención de mano o cerebros de obra cualificados para así elevar la producción y las tasas de plusvalía? Los más interesados son ellos. Simplemente el movimiento de los estudiantes, como movimiento básicamente reivindicativo y reformista, dice que “si quieren que seamos sus esclavos asalariados, al menos háganla barata”. La idealización de este individuo Rojas llega esta vez a un nuevo tipo de sujeto social; al pobre, y no simplemente al pobre porque no tiene plata, sino que bajo una lógica epistemológica mucho más neoliberal, se es pobre porque se es flojo. Los 327 puntos PSU son una realidad transversal y cuasi ontológica del los estudiantes proletarios en el capitalismo, a los cuales, y entre tanta miseria económica y experiencial diaria, no les interesa dar el elitista examen de admisión para entrar a una buena universidad y tener un honorable título, sino que su real interés es sacar rápido el 4º medio, si es con un título mejor aun, y así trabajar lo antes posible para sofocar el incendio material de su vida personal, familiar, y social; no hay aspiraciones sociales más allá de su más inmediata urgencia. Aunque, y ya que hace alusión a aquello, los símbolos de las movilizaciones universitarias recientes fueron aquellas universidades estatales las cuales para su ingreso piden un elevado puntaje en aquella prueba segregadora, sólo como dato. Y por otro lado, su mente opus dei hace explícita su alabanza a aquellos estudiantes-trabajadores, y critica a los que no lo son, ¿no demuestra aquello el estatuto puramente elitista de la educación capitalista neoliberal, el hecho de que se tenga que trabajar para estudiar, lo cual indicaría la carencia “normal” de dinero para costear su capacitación y valorización en el mercado del trabajo?, ¿los hijos de los ricos dejan de lado sus amplios “momentos de ocio” para costearse su educación? ¿no es aquello un síntoma en su más puro significado?
“el esperador egresa y sale a buscar trabajo. Exige entonces no ser discriminado; o sea, cree tener derecho a cualquier posición y a cualquier trabajo, porque nadie en este mundo podría encontrarlo inferior en condiciones o en formación al de al lado.”
Sólo sigamos la lógica de la inmediatez de las urgencias de los proletarios; si quieren explotarlos, estos sólo quieren no perecer ni sacrificarse en el intento. Y con base a la misma cita, sigamos la lógica burguesa, los privilegios y derechos se ganan, y ellos los ganan porque tienen dinero para comprarlos: ganar es comprar.
“Ya no son ni las ideologías ni los resentimientos su motor principal, aunque a veces sigan presentes. Ahora lo consume la fuerza aspiracional. Y espera que sea retribuida. Si crece la economía nacional, la suya, sin que él aporte ni un gramo más a la productividad, debe mejorar también. Y cuando no sucede, el esperador cree que alguien, por definición, le está robando y que el Estado -eso espera- debe corregir esa situación. Y como a veces sucede que efectivamente lo han engañado, el esperador está convencido de que todos se comportan así. Él, por cierto, está seguro de que a nadie defrauda con su mediocre trabajo.”
Para él, había honradez en la devoción ideológica (aunque las "combatía" en sus cruzadas fascistas, denotaban cierto romanticismo con tintes de inmoralidad, nada más acrítico), ahora serían los flojos unas especie de sanguijuelas que esperan crecer al mismo ritmo con el que aumenta la sangre del Capital (llámese dinero). Para él, el crecimiento económico (crecimiento del plusvalor en estricto rigor) está puramente determinado por la capacidad de producir del mismo individuo, y puesto que así es la competencia (se gana y se pierde), los “buenos inversores” (los burgueses y sus voceros oficiales) triunfan por su lucha, coraje, garra y emprendimiento, es decir, por el capital monetario, simbólico y experiencial inicial. La miserable vida del proletario no otorga espacios para toda esa basura. El robo denunciado del “flojo” (el flojo no lucharía contra un robo, y si lo hiciera aquello sería una inversión, como la describieron los más insignes ideólogos de la episteme neoliberal a la que tanta devoción tienen), aquel “flojo” es el explotado que ve como por medio del chantaje de no morir por inanición debe vender su fuerza de trabajo y prostituirse en mundo de las mercancías humanas para sobrevivir, y en su moral cristiana, sólo espera que se apiaden de él, cosa que por cierto nunca sucederá, puesto que a nadie ha convencido con su “mediocre trabajo”, el cual no es más que la proyección de una mediocre vida que no le entrega ninguna motivación más que aspirar a ser perro faldero del patrón, o ser un ícono frente a quienes lo detestan.
“Al flojo tradicional, previsible y pacífico, era difícil corregirlo, pero al esperador contemporáneo va a ser casi imposible desarraigarlo de sus conquistas, porque año tras año, elección tras elección, habrá políticos y medidas, Estado y partidos, leyes y fiscalizaciones, que busquen ofrecerle nuevas posibilidades de gratuidad y renovadas ilusiones de logros sin esfuerzo. Se sentirá cada año más seguro -empoderado, lo llaman.”
Así, y en resumidas cuentas, la voz de la ideología capitalista manifestada en su conformación más grotesca y detestable, ignora la forma de la sociedad y el contenido de su dinámica, desconoce la historia y su devenir, y por supuesto, sus intereses e ignorancia toman forma de moral, de ley, y de represión (no en un sentido defensivo como quisieran pensar ideólogos de su calaña), y lo que los proletarios hagan frente a ello debe considerar no caer en aquel discurso que últimamente se ha tornado muy de moda en las esferas “oficiales” de representación social. Una crítica al Capital es una crítica a su ideología, y a través de esta, es una crítica a la realidad misma. Los proletarios por definición no son esperadores, sólo quieren vivir y tener una estancia más agradable en un mundo que consciente o inconscientemente sienten que no les corresponde, no son flojos, porque la flojera es la de agarrar las migajas de los ricos por debajo de la mesa, y por lo mismo, y si bien en un primer momento están a la defensiva (son violentados por la amenaza de quienes poseen y ejercen el poder), esa defensiva inevitablemente se torna ofensiva, en la cual ya no hay ni defensa ni resistencia, sino ataque, crítica y ruina para su mundo que en sí mismo ya está putrefacto, y a la espera de irse a la basura.
"Y meterá miedo. Porque, ya se sabe, cada cierto tiempo los esperadores dicen que están indignados.”

http://www.hommodolars.org/web/spip.php?article4562

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