domenica 25 marzo 2012

LA PATAGONIA SE ENCIENDE Por Ernesto (Colaboración)



El 14 de febrero del año 2012, cuando
el sol todavía no salía, se alzó la primera
barricada. Era la salida sur de
Puerto Aysén, y la luz del fuego se alzó
antes que la del amanecer. En el transcurso
del día, fueron apareciendo más barricadas,
y desde el puente se apreciaban las columnas
de humo. Al mediodía ya se veían dos parejas
de carabineros, apostadas en sendas veredas
del puente. Ya en la tarde, el gas lacrimógeno
empezó a arreciar. El viento patagón se encargaba
de neutralizarlo. Pasados los días,
en ausencia del viento, el gas era tal, que en
las poblaciones aledañas al ataque policial
no se podía salir sin sufrir de asfixia. En cosa
de días, las ciudades y pueblos de Aysén ya
estaban en situación de movilización y los
caminos estaban bloqueados, hasta el día de
hoy, y se abren en casos de emergencia vital
y a ciertas horas del día.
Aysén ya no volverá jamás a ser el mismo. Ha
quedado en evidencia la crisis del sistema del
gobierno unitario, en donde las autoridades
centrales se arrogan el derecho de decidir
por los habitantes de todo el país. Y en este
país, tan ficticio como cualquier otro, dadas
sus peculiares características geográficas, un
gobierno centralista tiene mayor tendencia a
fracasar. Se niega la facultad de los propios
habitantes del poder de decidir sobre sus
propios asuntos. A gobiernos como éste les
acomoda el poder centralizado, donde las
determinaciones las toman personas que no
están mayormente vinculadas con la gente a
la que dicen representar.
El gobierno no se diferencia mucho de un
régimen colonial, expoliador, en el que las
provincias-colonias no hacen otra cosa que
producir y estar en disposición de ser devastadas
en pos de una explotación comercial
de sus recursos naturales. Y qué metrópolis
nos ha tocado. Una que envía dignatarios a
dialogar, pero trayendo condiciones bajo la
manga, y amparándose en el preciado orden
público. Dentro de este cómodo status, ante
cualquier sublevación, cae con vigor e inmediatamente
la represión.
En la ciudad de Puerto Aysén quedó patente
que la violencia no viene de la gente. En un acto
con escasos precedentes en Chile, el pueblo
hizo retroceder desde el puente que une a la
ciudad hasta el cuartel policial mismo, –un
espacio de diez cuadras– a todo el contingente
represor, acarreado en poderosos aviones a
manos llenas. Una vez neutralizada la policía,
la paz ha reinado hasta hoy en la ciudad. Las
barricadas que cortan los caminos siguen en
pie, en un ambiente de camaradería, que no
ha hecho sino fortalecer la unión y voluntad
de los ayseninos. Los propios habitantes se
encargan de resguardar el orden, que es bien
distinto del orden público como lo entienden
las autoridades, construido en base a represión,
y usado como excusa para no sentarse a negociar.
Poco importa al Palacio este fenómeno de
autonomía, el que permanece absolutamente
invisibilizado al gobierno, quien solamente
está preocupado de abrir caminos para seguir
generando flujo comercial.
Aysén, en este momento, se torna un ejemplo
para el resto del territorio delimitado por
nuestras largas fronteras, y más allá aún. En
virtud de la escasez de bienes de consumo,
se genera el terreno adecuado para sembrar
una nueva forma de vida en común. Las ollas
comunes fortalecen la solidaridad y apoyo
entre vecinos y pobladores. Lo que la gente
tiene en sus casas se comparte entre los
próximos. Y los que aún persisten en el lucro
de los bienes, incluso abusivamente, reciben
sanción social inmediata. Oír comerciales
radiales de las tiendas coyhaiquinas, en esta
situación, pierde sentido.
Esto es el esbozo de un retorno al momento en
el que las comunidades pequeñas se gobiernan.
El levantamiento aysenino patagón, nacido en
el extremo de la franja, debe constituirse en un
modelo de organización social, para demostrar
la obsolescencia del aparato estatal y la real
facultad del pueblo de organizarse y dirigir su
propia vida en común

(extraodo periodico mensual anarquista EL SURCO n. 33 – marzo 2012 cile)

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