mercoledì 21 marzo 2012

Contra el Estado, contra la democracia


De la ruptura de la comunidad original a la aparición del Estado
Hace millones de años los grupos humanos se organizaban en
pequeñas bandas de cazadores recolectores, pequeñas agrupaciones
sin clases ni explotadores. Pero en un momento dado la aparición de
la agricultura en diversas partes del planeta (Mesopotamia, Egipto,
Centro América, Perú) trajo como consecuencia la desaparición de
las comunidades iniciales y su sustitución por aldeas sedentarias,
donde se constituyó un grupo de especialistas en la observación del
cielo y sus ciclos relacionados con las lluvias y sequías. Este grupo,
utilizando dichos conocimientos y haciendo creer a los demás
habitantes que eran los elegidos "por los dioses" para comunicarse
con los hombres, impusieron su “sabiduría” a la gente,
monopolizaron los conocimientos y convencieron al resto para seguir
su liderazgo. Habían nacido los jefes permanentes. A partir de aquí
estos jefes se convirtieron en sacerdotes, organizaron la producción
de los alimentos, convenciendo a los demás de producir cada vez
más, más incluso de lo necesario: así nació el excedente. Con él
nació el comercio, y por lo tanto los comerciantes. Nació la
propiedad privada y con ello quien la defendiera: nació el “ejército”
y nació la “policía”, y así se desarrolló el Estado antiguo (que no era
más que la organización y la racionalización de un poder que ya
existía en estado embrionario), basado en el liderazgo de los
sacerdotes y en la fuerza de los militares.
Poco a poco todo esto se fue desarrollando; las maneras de producir
se fueron perfeccionando, así como también se fue perfeccionando el
Estado. Diversas etapas se sucedieron, esclavismo y despotismos
varios de por medio, hasta llegar a la democracia, en la antigua
Grecia. Una democracia en la que sólo los hombres propietarios
podían decidir, quedando el resto (mujeres, niñ@s, gente libre pero
sin propiedades y, por supuesto, esclav@s, bajo su poder).

A partir de aquí la cosa siguió evolucionando, las democracias
cayeron y llegaron monarquías y tiranías, el comercio y la economía
se siguieron desarrollando, así como el Estado. Surgió a finales de la
Edad Media la burguesía, una nueva clase social de comerciantes que
con el tiempo se opondría a los déspotas y tiranos que fundaron el
Estado Moderno (perfeccionamiento del antiguo) y crearía nuevos
valores, y recuperaría la democracia. En un momento dado la
burguesía, usando al pueblo al que despreciaba, con el afán de
librarse del yugo y con la motivación de tener menos trabas
comerciales y perfeccionar aun más la economía, se alzó. Surgieron
así las revoluciones políticas y económicas de finales del siglo XVIII y
principios del XIX: surgió la Revolución francesa, y la industrial. La
burguesía implantó la democracia y el capitalismo (desarrollo de
modelos estatales y de producción ya existentes), y poco a poco, con
altibajos, avances y retrocesos, impuso un nuevo estilo de vida, una
nueva forma política de estructuración del Estado y de la economía,
que no era sino más de lo mismo, pero mejor adaptado a sus
intereses: la democracia y el capitalismo industrial y financiero. De
esos polvos surgieron estos lodos.
Hoy en día, seguimos teniendo una Clase dominante y por
tanto, un Estado. Los dominadores desde la prehistoria pueden haber
cambiado (o incluso pueden seguir siendo sus tataratataranietos,
quién sabe) pero eso no importa porque nos siguen mandando y
nosotros obedeciendo como borreguitos, claro que nuestra sociedad
es mucho más compleja pues es mucho más numerosa.
La Clase Dominante sigue existiendo y por tanto sigue existiendo
también el Estado, lo que cambia es la forma de organización de ese
estado y algunos requisitos que se necesitan para tener poder. A la
forma de organización del estado actual le llamamos democracia y
tiene la virtud (sobre todo para los poderosos) de hacerles menos
visibles y de ser bastante buena para regular los mecanismos que
les permiten seguir estando en su posición.

El funcionamiento democrático
En la democracia representativa la gente abdica de su poder
en beneficio de candidatos elegidos. Los principios proclamados por
los candidatos se limitan a unas cuantas generalidades vagas, y una
vez que han sido elegidos hay poco control sobre sus decisiones
reales acerca de cientos de problemas — a parte de la débil amenaza
de cambiar el voto, unos años más tarde, a cualquier rival político
igualmente incontrolable. Los representantes dependen de los ricos
mediante sobornos y aportaciones a la campaña; están subordinados
a los propietarios de los medios de comunicación, que deciden qué
temas consiguen publicidad; y son casi tan ignorantes y débiles como
el público general en lo que respecta a muchos asuntos importantes
que están determinados por burócratas y agencias semi-secretas
independientes. Los dictadores abiertos a veces son derrocados, pero
los verdaderos dominadores en los regímenes democráticos, las
pequeñas minorías que poseen o controlan virtualmente todo, pocas
veces son votadas, y cuando lo son están esparcidas por toda la gama
de la oferta política. La mayoría de la gente ni siquiera sabe quiénes
son. . .
En sí mismo, votar o no tiene relativa poca importancia. El
problema más grave es que votar tiende a adormecer a la gente
confiando en otros para que actúen por ellos, desviándolos de
posibilidades más significativas. En el mejor de los casos, los
legisladores raramente hacen más de lo que son forzados a hacer por
los movimientos populares o la adocenada opinión pública. Un
régimen conservador bajo presión de movimientos radicales
independientes con frecuencia hace más concesiones que un régimen
liberal que sabe que puede contar con el apoyo radical. Si la gente se
repliega invariablemente en los males menores, todo lo que los
gobernantes tienen que hacer en cualquier situación en que su poder
se vea amenazado es conjurar la amenaza de algún mal mayor.
Como decía un graffiti de mayo del 68, “Es doloroso soportar
a nuestros dirigentes; pero es más estúpido elegirlos.”
Viendo como viene la cosa (que el Estado permanece, tan sólo
cambia su organización interna, y que es un tradicional elemento de
opresión) podemos decir que hay dos factores para mandar.

El
segundo factor para mandar es que se necesita alguien que
obedezca. El primer factor puede variar (el capitalismo puede ser
prescindible, como lo fue el linaje) pero en el segundo es menester
que alguien obedezca, lo que varían son las formas.
Desde pequeños nos inculcan una serie de valores (una
ideología) encaminados a hacernos creer que lo que hay es lo mejor y
que nos tienen en cuenta a la hora de actuar en este teatro: nos
machacan con los medios de comunicación, nuestro entorno nos
machaca e incluso llegamos a tal grado que hasta nosotros mismos
nos machacamos para ser aceptados por nuestro entorno. Y si alguien
no se adapta va a la cárcel o es un enfermo mental. No sólo esto
sino que además ya han destruido gran parte de situaciones en las
que las relaciones entre las personas pueden generar otro tipo de
valores contrarios al sistema. Han cambiado el aspecto de nuestros
barrios rompiendo las redes de solidaridad y compañerismo;
aislándonos en el hormigón, vivimos con miedo a que nos roben y nos
protegemos llamando a la policía sin darnos cuenta de quiénes son
los que nos roban de verdad: ejemplos muchísimos. Básicamente
nos han convertido en unos seres temerosos subordinados casi por
completo a los designios del Sistema, de la democracia: somos
ciudadanos.
El ciudadano: ese ser aislado y solitario con una sonrisa gris
hormigón.
El ciudadano tiene unos derechos y una obligaciones lo cual
es lo mismo que decir que tiene un amo que le otorga privilegios en
función de cómo realice sus obligaciones. El ser humano tiene
necesidades para poder vivir y nadie nos puede concedernos el
derecho a vivir. Decir que tiene derechos significa que tiene
obligaciones y por tanto alguien que se los otorgue, lo cual significa
que quien tiene derechos no tiene libertad, solo tiene un amo. Esos
derechos y obligaciones se recogen en la constitución, en forma de
leyes. Leyes hechas por la clase dominante para que todo siga como
está y así poder seguir mandando.
Los valores del nuevo régimen del siglo XXI, al menos en el
todopoderoso occidente (y recordemos que “occidente” marca la
pauta) actualmente se recogen en la maldita biblia llamada civismo,
que básicamente supone la incorporación al estado de los valores
que defendían los movimientos de índole progresista. Supone la
aplicación contextualizada de los derechos y obligaciones humanas.
Pero ya no sólo se busca que el súbdito acate sino hacerlo
ciudadano, defensor y partícipe de esas prácticas. Con mucha
manipulación y conductismo social se convierte al clásico trabajador
potencialmente irascible y susceptible de rebelarse en un manso
corderito.
El valor principal en el que se ampara todo este bulo del
civismo es en la tolerancia. Es decir en el respeto al prójimo,
empresario y objetos de propaganda del régimen incluidos. La
tolerancia es la actitud conformista en la medida en que debemos
aceptar las cosas como son. Hay que ser tolerantes con todos y con
todo. Entre estos objetivos está el no cuestionar nada de lo que nos
está dado. Este término parece que ha sido adquirido por un
movimiento social de signo progresista, creando la figura del
tolerante, preocupado por las “injusticias del mundo”. Pero
realmente al tolerante no le preocupa ninguna relación de
explotación y dominación, sino el conflicto. El conflicto es la batalla
entre dos deseos contrapuestos en todos los aspectos de nuestra
vida, desde el deseo de poder al de liberación. La prohibición del
conflicto supone que todo siga como esté.
La esencia del Estado
Y es que, visto el rumbo de los acontecimientos parece como
si el Estado sostuviera el mundo: en vez de ser considerado un
producto de la sociedad se presenta como su garante, si no como su
fundador. Asegurando la cohesión, parece darle vida.
No hay territorio en el mundo que no pertenezca a un Estado.
La socialización política, económica y técnica del mundo le permite
imponer su voluntad y sembrar su esencia venenosa por doquier,
difundiendo su propia propaganda a través de los medios de
comunicación, enviando en brevedad su policía allá donde sea
requerida su intervención gracias a la rápida comunicación y a un
desarrollo tecnológico cada vez más avanzado.
Cualquier Estado de hoy tiene infinitamente más poder que
los tiranos de antaño. A pesar de esto estamos habituad@s de tal
forma a su presencia que no llegamos ni siquiera a percibirlo como
intruso, mucho menos como un enemigo. Aun cuando es denunciado
violentamente como parásito, el Estado es considerado indispensable
para la supervivencia de la sociedad. Dicen que se trata de un mal
necesario, superable tal vez en el lejano porvenir de la fantasía
política.La relación del individuo con la totalidad de la sociedad, en
otro tiempo centrada en su fe en Dios como principio y regulador
supremo, ha encontrado en el Estado su expresión profana: ya no es
a un ser al que se le atribuyen cualidades sobrenaturales, sino a la
sociedad en su conjunto, que dispondría de una virtud y de una
naturaleza autónomas, distinta de las peculiaridades de las
relaciones sociales y de quien determina estas relaciones.
Asimismo el problema de los “patronos” –vocablo en desuso
en estos tiempos caracterizados por la tolerancia y el pluralismo
democrático- siempre ha sido constituir un contrato social, no tanto
para construir una economía nueva, que ya existe, como un Estado
que favorezca su desarrollo. Existe por tanto una organización social
que une a los individuos, aislados por la disolución de las viejas
estructuras y por un gentil modo de producción dominado por la
rivalidad y la competencia.
Es inevitable que en cada estado las relaciones y los actos
más sencillos se transformen o en relaciones mercantiles o en actos
administrativos. Lo peor no es tanto que el Estado prohíba y obligue
como que esté siempre presente. El Estado se erige por encima de
l@s hombres/mujeres; trabaja de buena gana por su “felicidad”,
pero quiere ser el único agente y el único arbitro. Prepara su
seguridad, prevé y asegura sus necesidades, facilita sus placeres,
dirige sus principales negocios, les conduce sus industrias, regula sus
sucesiones, divide sus herencias. Si pudiese, les quitaría del todo la
molestia de pensar y el esfuerzo de vivir, llegando a ayudar a
aquellas categorías sociales que en otro tiempo la sociedad tomaba a
su cargo, ya que la aplicación pura y simple de la lógica de mercado
y salarial dejaría morir de hambre a un buen número de viej@s,
enferm@s, y otr@s “desfavorecidxs”.
Su opresión viene dada precisamente por esta sustitución suya
de la actividad humana, a través de la cual adquiere su poder,
reduciendo toda una serie de actos “naturales” (como podrían ser
considerados el calentarse, el dar a luz o ser solidari@) a un servicio
público. La división social se ha hecho algo indispensable por la
incapacidad de los hombres y mujeres para satisfacer sus propias
necesidades vitales.
La originalidad de Occidente está en el haber creado un
Estado que vive en paralelo a su economía, al mismo tiempo causa y
efecto de una acumulación de medios de producción desconocida en
Oriente, lo cual le permite sobrevivir a las conquistas y las crisis
políticas. En Asia, se podía destruir un Estado arrasando alguna
ciudad; el Estado actual vive de otra fuerza, como se puede ver por
las ruinas de las guerras modernas y de la facilidad con la que se
reconstruye en cada ocasión.
La sociedad civil
Es el conjunto de los individuos que se quieren arrastrar por la
democracia totalitaria de una sociedad uniforme, en la que cada
cual, adecuadamente representado, está convencido de que sus
propios intereses particulares coinciden con el interés general.
Entre el individuo atomizado y la sociedad representada por
el Estado, existe una increíble cantidad de reagrupamientos
intermedios -familia, empresa, sindicato, partido, colectividades
locales, asociaciones de vecinos, agrupaciones de consumidores, etc.
La dictadura los reorganiza con la fuerza y los controla directamente.
La democracia les hace jugar su propio juego, a favor de la sociedad
entera.
El principio de la democracia es permitir la "libre" iniciativa
de los individuos y grupos, sabiendo bien que están bajo un marco de
explotación y opresión en el que la lógica del valor y del salario, por
un lado, y la del consenso y la costumbre de delegación, por otro,
acaban por imponérseles sin obligación externa. Actúan para el
mantenimiento del Estado, al cual no consiguen renunciar.
El programa de la izquierda prevé compensar la fuerza del
Estado con la de las organizaciones de masas en las cuales los
individuos se encuentran sobre la base de su trabajo, su domicilio, de
sus intereses como consumidor@s y de usuari@s. Que cada un@
participe en la vida de la ciudad y de la nación, reivindique, milite
para aumentar las competencias de su propia organización: ¡he aquí
en qué consiste cambiar la vida! La militancia ha perdido su carácter
estrictamente ideológico y la "sociedad civil" ha reemplazado al
"partido" como referente de la actividad política de los individuos.
Sólo la alienación sigue siendo la misma.
He aquí donde la izquierda es totalitaria, a través de esta
participación generalizada, más que en los Gulags de triste recuerdo.
La dictadura democrática no se expresa a través de la CIA o el CNI o
los varios servicios secretos, sino más bien en el intento de ofrecer a
cada individuo un poder ilusorio, de hacerle participar en decisiones
que de todas formas están tomadas de antemano, ya inscritas en la
lógica del dominio, hasta tal punto omnipresente en las estructuras
materiales y en las relaciones humanas como para penetrar incluso
los comportamientos y las conciencias.
La burocracia estatal organiza lo que es realizado por cuerpos
extraños al Estado (individuos, empresas, etc.). Para organizar debe
conocer. Para aplicar de la mejor manera sus propias reglas, debe
vigilar. Pero para dirigir la sociedad, consagra una parte considerable
de sus esfuerzos a dirigirse a sí mismo. El resultado es relegar a los
individuos a una condición de sujetos pasivos, dejándoles difícil la
más mínima iniciativa.
La dictadura del Estado tiende a reforzar los procedimientos
democráticos y su formalismo; la circulación mercantil por toda la
sociedad permite al capital ejercitar su presión por doquier sin
recurrir permanentemente a la coacción.
¡Ah!, por supuesto, y por si no ha quedado claro, como decíamos
antes, la sociedad civil es cívica, democrática y tolerante. Faltaba
más.
La “oposición” al Estado
Precisamente la necesidad de producir, y organizar tal
producción, se considera, paradójicamente, como el punto de
partida de las actuales luchas obreras. Si puede ocurrir que l@s
trabajador@s hart@s tiren tornillos contra l@s sindicalistas, debe
decirse de todos modos que esos tornillos se tiran siempre contra
aquell@s sindicalistas considerad@s "deshonest@s". La crítica a l@s
sindicalistas no es todavía crítica al sindicalismo en si, en el más puro
estilo democrático, no ataca la economía y la política como tales.
El culto de la democracia surge otra vez cuando se presenta
el debate, la asamblea, con función de momento privilegiado y
preliminar: l@s reformistas quieren transformar los órganos
decisionales existentes democratizándolos poco a poco, inyectando
en su interior dosis cada vez más sólidas de participación de masas;
l@s revolucionari@s quieren crear otros órganos, instaurar
inmediatamente una auténtica democracia, una verdadera estructura
de discusión y decisión. Los unos desean actuar dentro, los otros
fuera, pero la sustancia es la misma: todos privilegian el momento de
la decisión.
Es característico de l@s demócratas iluminad@s querer
trasladar el proceso decisional desde los órganos estatales a las
fábricas y barrios. En este sentido consejismo y municipalismo
caminan de la mano. Puesto que no se salen de la ilusión política,
pueden criticar incluso ferozmente al Estado, sin hacer de su crítica
más que una fórmula nunca desarrollada.

La destrucción es necesaria
Para el hombre/mujer moderno un mundo sin Estado es
inconcebible. Much@s refractari@s, incluso ell@s criaturas de este
mundo, aceptan esta inexorable verdad con resignación,
considerando el Estado como una especie de enfermedad de la que
somos tod@s víctimas, un mal genético que nos ha sido transmitido y
del cual no es posible librarse.
Es por esto que se ha vuelto posible conducir las batallas
sociales evitando con sumo cuidado atacar al Estado. Como el/la
paralític@ que, ya resignado a su propia inmovilidad, se preocupa por
un resfriado.
A pesar de su presunta intangibilidad, todas las estructuras
sociales, económicas, políticas del Estado así como sus técnicas
modernas son saboteables por parte de un movimiento antiestatal
decidido a serlo. Es decir decidido a no enmascarar su resignación
tras la excusa de la enfermedad.
Es por lo tanto misión indispensable si queremos dejar de vivir
atados a una cadena, la cadena del Estado, destruirlo. Para
destruirlo se tiene que combatirlo, desde fuera, y eso, tarde o
temprano, implica una insurrección.
El objetivo de la insurreccción no es fundar una estructura
social, un sistema de autoridad democrática preferible a la
dictatorial, un organismo "justo" en lugar de un Estado "equivocado",
sino liquidar definitivamente toda forma estatal, bajo cualquier
apariencia o denominación que se presente.
El Estado, que vive de la incapacidad de los hombres/mujeres
y de los grupos para organizar una actividad en la cual se
transformen ellos mismos, comienza a fallar tiros apenas se ataca su
función de mediador. Pero su desaparición no es automática. No
ocurrirá poco a poco, gracias a una progresiva evolución. El estado no
cederá nunca. Este fabuloso órgano de represión desencadenará de
todas las maneras posibles sus propios medios, directos e indirectos,
contra una insurreccción.
La posibilidad de
un cambio auténtico
está en el movimiento
de destrucción capaz de
generar nuevas
relaciones, está en la
superación de los
movimientos sociales
actuales. La
transformación es ante
todo actividad y
ruptura. El
desmantelamiento de la
sociedad deberá advenir a todos los niveles, a partir de las exigencias
de los individuos de una vida sin jefes, autoridades, mediadores ni
explotación, exigencias que ninguna fuerza política podría nunca
prometer satisfacer, porque ello no se corresponde a su orden de
ideas ni posibilidades.
Tras años acumulando tensiones,
penurias, hambre, humillaciones, opresión
política, económica, social, cultural,
religiosa,... el norte de África estalla en
descomunal revuelta y este estallido se
extiende por muchos otros países árabes de
oriente medio. Estos países son no tan
diferentes al expansonista Occidente.
Explotados por él, viviendo bajo su bota y bajo la bota de
dictadorzuelos y políticos de toda laya y condición, ahora la
población, o al menos gran parte de ella dice basta.
Ahora, tras décadas de sometimiento (pero tras más décadas
aun de ese mismo sometimiento por las potencias occidentales), la
gente se levanta, y lo que se llama Occidente, pero no es más que el
capitalismo internacional, aguanta la respiración, y reacciona
alabando la democracia que algunos de los insurrectos parecen
querer conseguir en sus países, retirando los apoyos a los tiranos en
decadencia e incluso les deja de vender armas. Ahora, de la noche a
la mañana. Pero durante los 42 años de gobierno de Gadaffi en Libia,
Todos los
Estados son
asesinos
los 38 de Mubarak en Egipto (puesto, por cierto, por EE.UU) o los 30
de Ben Alí en Túnez ¿por qué no les dejaban de vender armas? ¿por
qué empresas petrolíferas italianas, francesas, alemanas y españolas,
firmaban acuerdos comerciales con esos regímenes,? ¿por qué se
fomentaba el turismo de la clase media blanca occidental en esos
países?
Ahora, de la noche a la mañana, todos esos líderes son
terribles, pero ¿y sus décadas de asesinatos, torturas, de condena al
hambre a sus pueblos para beneficio propio y de las multinacionales
europeas y estadounidenses (que fueron quienes les pusieron ahí) no
eran suficiente horror? Ahora, de la noche a la mañana todo el
mundo celebra la revuelta (recordemos, revuelta violenta) por la
“consecución de la democracia”, cuando esa misma revuelta, mucho
menos violenta, se condena aquí (como por ejemplo los sucesos
durante la huelga general del 29-S o del 1º de mayo en Barcelona).
Ahora, de la noche a la mañana, el capitalismo internacional y las
grandes potencias quieren que haya democracia en el magreb.
Lo que ocurre, es que ahora, de la noche a la mañana el
Capitalismo y las potencias aguantan la respiración porque el pueblo
se levanta, y prefieren sacrificar a unos títeres totalitarios que estas
mismas potencias y el mismo capitalismo colocaron ahí para explotar
más y mejor a la gente, para que se ataque a un tirano, pero el
Estado permanezca en pie, como de hecho está sucediendo (no es el
aparato estatal, no es la policía, el ejército, etc, el que se va en
helicóptero). Prefieren sacrificar un tipo de gestión económica para
que el capitalismo siga en pie (incluso algunos de los rebeldes libios
han anunciado que mantendrán los contratos petrolíferos con las
compañías occidentales).
Lo que los mass-media no cuentan, y lo que incluso muchos no
saben o no quieren saber, es que ningún verdadero tirano se ha ido
de esos países, porque los verdaderos tiranos continúan. Los
verdaderos tiranos son el Estado y el Capitalismo. Y no sólo están
allí, sino también aquí. ¿O es que acaso aquí, como allí no hay crisis,
no hay Estado, no existe el trabajo asalariado, no hay desempleo, no
hay carestía, no hay policía? ¿por qué lo que allí es represión, aquí es
“actuación policial”? ¿por qué lo que allí es una noble revuelta aquí
es vandalismo o terrorismo?. Por supuesto, la situación en el magreb
es mucho peor (no en vano son y han sido tradicionalmente el hotel y
el felpudo de Europa, el lugar al que la clase media o incluso los
curritos mejor acomodados de aquí iban a pasar las vacaciones
baratitas y exóticas), pero en el fondo, en esencia, la explotación es
la misma, la opresión es la misma. Una de las pocas diferencias es
que para que aquí sea más dulce y llevadera allí tiene que ser
terrible y cruel.
Una cosa ha de quedar clara, mientras no sea destruido el
Estado, el Capitalismo con sus leyes de propiedad privada, trabajo
asalariado, especulación, comercio y finanzas, el magreb no tendra
libertad. Ni el magreb ni nadie. Y para que aquí no nos muramos de
hambre e incluso podamos vivir con cierta comodidad, allí tienen que
reventar o morir en las aguas del estrecho, y todo eso es gracias a
este sistema que, por cierto, sigue en pie..
Porque no queremos que haya ni “aquí”, ni “allí”. Porque no
queremos ni Estado ni capitalismo, ni explotación, ni austeridad.
Porque no queremos ni dictadura ni democracia, que no son más que
dos caras de la misma moneda. Apoyemos a nuestros hermanos
magrebíes trayendo la revuelta a casa, contra los mismos amos,
aunque vistan diferente y hablen otro idioma.
Por la extensión de la revuelta, a las calles.

Fotocopia y difunde
Publicación por la extensión del
pensamiento y la revuelta

-extraido publicacion INFIERNO n. 1

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