lunedì 28 novembre 2011

EN PLENO TERROR BLANCO DOMINGO GOMEZ ROJAS ANTE LA JUSTICIA CHILENA


El poeta Domingo Gómez Rojas, era estudiante de leyes y de Pedagogía al mismo tiempo que empleado en la Municipalidad y Profesor del liceo Nocturno, que sostienen los alumnos del Liceo Pedagógico. Su personalidad intelectual se había dado a conocer por su volumen «Rebeldías Líricas» -versos ácratas en que resplandecía un alto amor por la causa de la redención proletaria, Publicado el año 1913, había sido nada más que un anuncio: posteriormente el lírico transcendental de ese volumen habíase convertido un hondo y puro elegíaco, obsesionado, por la idea de la muerte. Pero el público -el grueso público– no lo conocía. «Rebeldías», había un pasado desapercibido, saludado sólo por algunos muchachos, sus amigos que presintieron en Gómez Rojas el enorme poeta que luego hemos visto mostrarse plenamente en diversos y poco numerosos poemas publicados en revistas y hasta –uno– en la Antología de los Diez. Y el muchacho bueno y amante del pueblo, su hermano, caía preso el 24 de Julio de 1920 por «subversivo». Su entrada a la Industrial Workers of the World, su efímera estada en esa institución, habían bastado para hacerle blanco de persecuciones sin base lógica y de un triste valor de celebridad.

En la Cárcel

Incomunicado como un criminal fue introducido Gómez Rojas a la Cárcel Pública, y estuvo en ese estado hasta que don José Astorquiza, Ministro sumariante, agotado el plazo que la ley concede, hubo de ponerle en libre plática. Los primeros pasos para obtener su libertad, sus actividades para probar a la justicia de nuestro país que sus antecedentes le acreditaban como un hombre pacífico y digno, fueron entorpecidos por intrigas infames de los asalariados que forman corte alrededor de don José Asterquiza. Comenzó a sufrir. Las medidas disciplinarias dictadas en su contra aumentaron sus sufrimientos. Las injusticias interminables le fueron amargando hondamente, hiriendo hasta lo más hondo su espíritu sensible de artista. Pero en estos días, que de haberse prolongado le habrían acarreado quizá qué dolencias de la carne y del espíritu, los subversivos (i) fueron trasladados a la Penitenciaría. Ya era aquel un edificio más amplio, y en él se gozaba de relativas libertad y comodidad.

En la Penitenciaria

Sus días allí están señalados por un rastro doloroso y puro de hermosos poemas. Sus amistades hermosas le veían en las tardes y le llevaban libros y golosinas. Su madre -la inspiradora de los versos más altos de toda su labor- podía estrecharlo entre sus brazos trémulos, sin tener que sufrir la inquisición hipócrita de un Ascui ni las impertinencias y groserías de un García Vidaurre. En la Penitenciaría podía ver a los seres que le acompañaban en su vida y si tenía todas ellas predilecciones -mimos comparados, con los suplicios de la Cárcel- era porque allí se miraba con simpatía y con respeto humanitario a estos hombres que sufrían injusticias y arbitrariedades sin nombre de parte de los encargados de administrar justicia. Pero aquel oasis no duró mucho. El día 29 de Agosto se le trasladó de nuevo y sin motivo a la Cárcel. Don José Astorquiza quería tenerle cerca de sí, animado sin duda de un franco anhelo de comprensión espiritual…

De nuevo en la Cárcel

El sacrificio de su cuerpo y su alma -iniciado poco mas de un mes antes- empezaba aquí su fase álgida, y más terrible. En la Cárcel los reos no tienen sino dos horas de patio al día. Habitan unas celdas sin ventilación, húmedas y mal olientes, que son parte de un edificio sombrío y tétrico. Una mentalidad como la de Gómez Rojas no podía permanecer inactiva un sólo instante. Lo prueban sus numerosas ocupaciones, lo prueba su labor poética numérosima. Sus postreros poemas encierran sarcasmos tremendos, arrojados como un escupo a la máscara de justicia que le mantenía encarcelado y que cada cierto tiempo se permitía usar de un rigor aún mayor para con él. El 20 de Septiembre supimos la nueva trágica e increíble. Gómez Rojas se había vuelto loco.

La locura

Era verdad aquella noticia que nadie quiso creer. Era locura aquello que imbéciles magistrados quisieron interpretar torcidamente: «No querernos tener que glosar mañana la noticia que un mes y más de privaciones hayan arruinado la salud del joven Gómez Rojas -decía el 22 de Septiembre Armando Donoso en «El Mercurio»- o le hayan sepultado en una celda del Manicomio». Se le trasladó a la Casa de Orates, agravada y complicada su enfermedad por tratamientos indignos de un país como pretende ser el nuestro. Porque no es una fábula aquello de que se le creyera simulador y se quisieran neutralizar sus demostraciones por medio de duchas violentas, de agua fría y amordazamientos, medios todos en que entraba para su aplicación, sólo el criterio de los guardianes encargados de cuidarle. Los miembros de su familia saben de esas escenas en que Gómez Rojas, inconocible y perdida la razón, sollozaba como un niño herido en los brazos de su madre y recordaba la terapéutica increíble de sus cancerberos.

En el Manicomio

Atacado de raptos sucesivos de furia, Gómez Rojas había destrozado sus ropas y se había herido el cuerpo. En la Casa de Orates toda atención fue inútil; hubo de esperarse, todo de la casualidad. A los pocos días de llegar allí supo que la meningitis le amenazaba. Esa nueva dolencia era la muerte segura y a breve plazo, y cualquier remedio no tenía mayor significación que la de un recurso desesperado. Murió el día 29 de Septiembre, a las 11 de la mañana, tras una larga y dolorosa agonía.

Sus restos

Se inició entonces una rivalidad: sin duda el propósito de la justicia era no conceder su cadáver para velarlo en la Federación de Estudiantes. Pero un principio humano cuya negación nos resistiríamos a calificar, hizo que fuese concedido. En la Federación, en una capilla arreglada con sencillez, se veló desde el mediodía del treinta de Septiembre hasta el mediodía del primero de Octubre.

El entierro

La tarde del primero de Octubre, a las dos, fueron, acompañados de una muchedumbre inmensa, llevados sus restos al Cementerio General. Las sociedades obreras demostraban en esta ocasión su solidaridad estrecha con las agrupaciones estudiantiles. Y para hablar con hechos a la conciencia del país, se hizo efectiva una orden de paro de tranvías, a fin de que todos los obreros de la capital llegasen hasta el Cementerio a sepultar el cadáver de Gómez Rojas. Todo lo que digamos sobre aquella manifestación silenciosa, sería poco. Los datos más verosímiles nos hacen suponer una asistencia no inferior a 50 mil personas, ocupando un largo en compacto desfile, de más de 15 cuadras. Los vecinos de las calles que el cortejo recorrió, estaban llenando las aceras y asociábanse al dolor del pueblo que iba tras los restos.

Los Oradores

El compañero de prisión y de estudios de Domingo Gómez Rojas, Pedro León Ugalde, defensor también de los recluidos por «subversión», despidió sus restos con palabras valientes y justas, antes de ponerse en marcha el cortejo, desde los balcones del Club de Estudiantes. En la tribuna colocada en la puerta del Cementerio, le siguieron en el uso de la palabra numerosos oradores. Recordamos los nombres de Alfredo Demaría, presidente de la Federación de Estudiantes; Fernando García Oldini, presidente del Centro del Conservatorio: Rafael Maluenda, conocido literato y periodista; Carlos Valdés Vásquez, estudiante; Roberto Meza Fuentes, estudiante y director de la revista de la federación, «Juventud»; Elías G. Urzúa, presidente de la federación de Estudiantes de Instrucción Secundaria; Rafael Torreblanca, diputado; Oscar Blanco Víel, profesor del liceo Barros Borgoño; Manuel Hidalgo, miembro de la Federación Obrera de Chile; J. Gallardo Nieto, Carlos Vicuña, profesor de los Liceos de Santiago y defensor de algunos reos por cuestiones sociales; Elzio Prestinoni, a nombre de una Sociedad Obrera; Rigoberto Soto Rengifo, compañero de prisión de Gómez Rojas, puesto en libertad dos horas antes de entierro; Guillermo Bañados E., a nombre del Partido Demócrata y quien en repetidas ocasiones ha defendido vigorosamente la actitud estudiantil; Hugo Fortín, por centro del Liceo Nocturno Pedagógico y el ex-presidente de la Federación de Estudiantes, Santiago Labarca, quien por estas persecuciones ridículas a la libertad de pensamiento, ha tenido que estar oculto desde el día 20 de Julio. Todos tuvieron palabras candentes para condenar estos atropellos que llevaban a la tumba, prematuramente al tan estimado compañero Gómez Rojas. Entre los discursos llamaron la atención el de Maluenda, una sentidísima oración fúnebre de F. G. Oldini, el de Carlos Vicuña y los de Roberto Soto Rengifo y Santiago Labarca.

Las responsabilidades

Ante el cadáver de Domingo Gómez Rojas, en todos los labios se esbozaba una condenación para aquellos que intervinieron directamente en su muerte como para los que prefirieron callar, por miedo, por interés. Y son cómplices de esta indignidad sin nombre en un país que quiera ser civilizado, los periodistas burgueses y asalariados, atentos de los deseos del amo, a la voz del amo, la mayoría de los parlamentarios discurseadores enfáticos y huecos, que hacen equilibrios y tienen como un espectro los intereses del partido ante su vista y son cómplices también todos aquellos que agacharon la cerviz antes de ver fracasados todos los medios de protesta que estaban a sus alcances. Por ellos, por todos ellos, medran los malos gobernantes y se mantienen regimenes podridos e inactuales. Por ellos la infamia hace con absoluta tranquilidad sus víctimas y las cárceles se llenan de talentos que no cometieron en su vida otro delito, que el inherente al hambre: pensar. Y por ellos mueren, se apagan aquellas esperanzas en que mil conciencias veían pensamientos, cumbres hechos versos y también hechos protestas. ¿Cómo es posible quedar en paz, con los brazos cruzados, como cualquier paniaguado pancesco y anquilótico? ¿Que seria de la humanidad si no hubiese héroes y mártires? La muerte de Gómez Rojas es, aparte el dolor de su desaparición, el mayor triunfo que nos podían dar los jueces y los esbirros.

Insertamos a continuación dos discursos pronunciados en la puerta del Cementerio por los compañeros Valdés Vásquez y García Oldini:

De Carlos Valdés

¡Oh dolor, tú que engendras las grandes creaciones Serás el rojo origen de heroicas rebeliones ¡Dolor! hiere mi pecho, dame tu cruel calvario pero haz que mis gemidos y dolorosos llantos sean las rebeldías y los líricos cantos que hagan de cada esclavo un revolucionario.

Así cantaba a los 15 arios el que fué siempre un profundo convencido de la necesidad de la destrucción social, de esta sociedad carcomida por la roña de los siglos, y al que hoy sobre su tumba labrada por jueces insensatos, cantamos los rebeldes. ¡Cantamos! mientras el coro trágico y doliente de los miserables, de las rameras, de los parias llora desgarradoramente en el recuerdo de su obra. ¡Incensatos! que hicisteis, no veis que sobre el martirio de la carne; ¿no veis, que sobre el dolor de la carne, no veis; que sobre la muerte de la carne, surge divinizandose la, idea? Heme aquí afirmando tu rebeldía contra los que cobardemente te llaman hoy excelente ciudadano; tú el doloroso cantor de la miseria, tú el réprobo azotado por el hambre. Ciudadanos, tú, el mártir del mísero espíritu ciudadano. ¡Blasfemia! ¡En nombre de la emoción y el firmamento, heme aquí afirmando tu heroica rebeldía. Raza fuerte es la raza de los réprobos

El poeta Fernando G. Oldini, pronunció esta oración lírica: «Hermano: Llevabas en el alma una racha divina y tenías derecho a la muerte de un dios. Debías haber entrado en el descanso con el labio encendido en la sonrisa serena de un epicúreo apolonida antiguo. Debías haber muerto coronado de pámpanos, de cara a la luz, en una rubia mañana de la estación fragante Debías haber muerto con el espíritu esponjado de dulzura, y en la boca, roja de juventud, la trémola brasa inacabable de beso de mujer.. Debías haber muerto como un dios pagano… Pero la infamia de mi siglo supo trocar en espanto tenebroso lo que debió ser la última lumbrada de tus constelaciones íntimas… Y sin embargo, tu agonía se aureola de un prestigio divino. No fué la agonía de Pan, ni de Apolo, ni de Diójenes. Su estirpe se enraga en el colector de los que, nimbados de futuro, se derrumbaron, apuñalados por los sacerdotes de las tinieblas. Has caído asesinado por la misma mano que asesinó a Sócrates.. Has caído asesinado por misma mano que crucificó a Cristo… Es la confabulación de la Noche, que vuelve. Es la sombra que, una vez más pretende estrangular al Sol Alguien debía morir… Fuistéis tú, hermano. el señalado por Moloch… Has bajado a la entraña del infinito y ya el misterio no lo es para ti .. Ya el odio no te alcanzará mas…y la Eternidad, inmutable y serena te tendrá como a un niño en la armonía silenciosa de sus ritmos… Pero la juventud de mi patria, que ha, venido a entregar tus huesos a la primavera para que dé el perfume de los versos que no dijiste a las próximas rosas… la juventud de mi patria que porta en sus venas ilusionadas la esperanza de un mundo mejor… la juventud de mi Patria que está fatigada de arañar el vacío con sus febriles imploraciones de justicia, jura, ante el Infinito en el cual has entrado, que junto a tu recuerdo-luz vivirá la memoria-sombra de tus asesinos, hasta la hora inevitable de la venganza.

http://archivohistoricolarevuelta.wordpress.com/2011/11/26/claridad-revista-de-sociologia-artes-y-actualidades/#more-100

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