lunedì 14 novembre 2011
(Bruselas) La idea como arma y la vida como meta
El arma más poderosa que todas las personas antiautoritarias compartimos y debemos empuñar son nuestras ideas, aquellas que pueden aglutinar y provocar cambios profundos en el mundo que nos rodea. A nuestro alrededor se suceden levantamientos e insurrecciones que parecen indicar que vivimos un tiempo propicio para la libertad, un momento histórico que ha permitido a la gente salir de su aislamiento mental habitual y levantar la cabeza para dejarse iluminar por el tenue resplandor de las nuevas ideas.
En un contexto como este es normal que todos nosotros nos planteemos qué hacer y cómo intentar influir en la realidad circundante. Parecen existir casi tantas respuestas como individualidades y grupos. Sin embargo, y muy a mi pesar, percibo que prevalecen posturas que, tal y como yo lo veo, tan sólo nos llevarán al fracaso absoluto.
Un sector muy amplio del mundo denominado anarquista se presenta ante el grueso de la población con una actitud casi profética que dificilmente será aceptada de forma cercana por los receptores. Si presentamos ante nuestros iguales sistemas de ideas momificados, escleróticos y anclados en reflexiones del siglo pasado, intentando predicar la doctrina “anarquista” en el desierto de los alienados, encontraremos en el mejor caso indiferencia y en el peor, un rechazo visceral.
Tal y como yo lo comprendo, la estrategia de este momento debe adaptarse a la realidad, y debemos utilizar nuestras ideas de manera inteligente. Largos años de descalificaciones han hecho de la palabra anarquista un tabú a rechazar y un concepto del que desconfiar, razón por la cuál nos topamos con reacciones de rechazo ante nuestras publicaciones o propaganda. Sin embargo, ¿hemos probado a hablarle a la gente de solidaridad, acción directa, apoyo mutuo o libertad sin encerrarnos en ninguna etiqueta? Yo puedo decir que mi experiencia propia al respecto me indica que mucha más gente de la que pensamos a nuestro alrededor comparte el ideal de la emancipación, aunque rehuya por el contrario de la etiqueta en la que mucha gente se sitúa y utiliza para definirse.
Mi propia reflexión me lleva a concluir que debemos saber vivir el tiempo que nos corresponde y ser capaces de superar los anacronismos y las dinámicas autorreferenciales, lo que nos permitirá compartir nuestras ideas y valores con el resto del mundo mano a mano y cara a cara, en la calle y en la asamblea. Si nos bajamos de nuestro pedestal y humildemente extendemos nuestras ideas sin encerrarlas en ningún corral ideológico, probablemente consigamos que sean las ideas las que aglutinen y unifiquen a la gente, enfrentándolas al enemigo común: el Estado y el Capital.
Al fin y al cabo todos estamos hartos de un trabajo precario que nos explota y aliena, robándonos nuestro derecho a la vida. A todos se nos revuelven las entrañas cuando pensamos que la comodidad de nuestro sofá está bañada de la sangre inocente de nuestros hermanos de otras tierras. Es cierto que existe un no desdeñable porcentaje de la población que ha preferido cerrar los ojos y venderlo su silencio a cambio de las comodidades de la sociedad del bienestar; sin embargo, su tiempo se ha acabado. Vemos cómo en toda Europa la bonanza económica decrece sin cesar y el estado del bienestar desaparece a marchas forzadas. Cuando la televisión, el turismo y la industria del espectáculo no puedan ocultar un mundo que se descompone a marchas forzadas; cuando los trabajadores vean que han dejado de ser rentables para el sistema y sus periodos de inactividad laboral se encadenan, etc. el grueso de la población se verá obligada a elegir: autoritarismo o libertad.
Si durante los años que quedan antes del punto de inflexión no somos capaces de humildemente compartir con el resto del mundo nuestra visión e ideas sobre cómo construir el único mundo en el que realmente podamos ser libres (es decir, estar vivos), veremos como antes de lo que esperamos a nuestro alrededor se generan neodictaduras parlamentarias más refinadas que nunca que nos arrancarán de un golpe nuestro horizonte emancipatorio. Es además un momento especialmente propicio ya que la clase política capitalista vive un momento de deslegitimación casi total, lo que los hace más débiles que nunca.
Si fracasamos la responsabilidad será nuestra, reflejará nuestra incapacidad para realmente ser capaces de apostarlo todo, deshacernos de todas las formas antiguas y caducas y apostar por la verdadera revolución. Si triunfamos, la recompensa justificará cualquier sacrificio anterior.
Cronos
fuente: https://subversive.noblogs.org/post/2011/10/05/la-idea-como-arma-y-la-vida-como-meta/
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