mercoledì 4 gennaio 2012

Origen y características del Estado para Bakunin


A los compañeros de la Asociación Internacional de los Trabajadores en Locle y en la Chaux-de Fonds.

(Ginebra, 28 de abril de 1869).

(Cuarta Carta)

BakuninUno de los mayores servicios prestado por el utilitarismo burgués, como lo dije, es haber matado la religión del Estado, el patriotismo.

El patriotismo, como ya se sabe, es una virtud antigua nacida en medio de las repúblicas griega y romana, donde no hubo nunca otra religión real sino la del Estado, otro objeto de culto sino el Estado.

¿Qué es el Estado? Es, les responden a ustedes los metafísicos y los doctores en derecho, la cosa pública: los intereses, el bien colectivo y el derecho de todo el mundo, opuestos a la acción disolvente de los intereses y de las pasiones egoístas de cada uno. Es la justicia y la realización de la moral y de la virtud en la tierra. Por consiguiente, no hay acto más sublime ni mayor deber pour los individuos, que entregarse, sacrificarse, y, de ser necesario, morir por el triunfo, por la potencia del Estado.

He aquí en pocas palabras toda la teología del Estado. Veamos ahora si esta teología política, así como la teología religiosa, no oculta más allá de las muy hermosas y muy poéticas apariencias, unas realidades muy ordinarias y muy sucias.

Analicemos primero la idea misma del Estado, tal como nos la representan sus seguidores. Es el sacrificio de la libertad natural y de los intereses de cada uno, tanto los individuos como las unidades colectivas, comparativamente pequeñas: asociaciones, comunas y provincias, a los intereses y a la libertad de todo el mundo, a la prosperidad del gran conjunto. Pero todo este mundo, este gran conjunto, ¿qué es en realidad? Es la aglomeración de todos los individuos y de todas las colectividades humanas más restringidas que lo componen. Pero puesto que para componerlo y para coordinarlo, todos los intereses individuales y locales deben ser sacrificados, el todo, que supuestamente los representa, ¿qué es de hecho? No es el conjunto viviente, que deja respirar cómodamente a cada uno y que se va haciendo cuanto más fecundo, más poderoso y más libre que más ampliamente se desarrolla en su seno la plena libertad y la prosperidad de cada uno; no es la sociedad humana natura, que confirma y aumenta la vida de cada uno con la vida de todos. Al contrario, la inmolación de cada individuo como de todas los asociaciones locales, la abstracción destructiva de la sociedad viviente, la limitación, o para decirlo mejor la completa negación de la vida y del derecho de todas las partes que componen todo el mundo, por el supuesto bien de todo el mundo: es el Estado, es el altar de la religión política sobre el que la sociedad natural siempre queda inmolada: una universalidad devoradora, que vive de sacrificios humanos, como la Iglesia. El Estado, lo repito otra vez, es el hermano menor de la Iglesia.

Parar demostrar esta identidad de la Iglesia y del Estado, le ruego al lector que tenga a bien constatar este hecho, que la primera como el segundo se fundan esencialmente en la idea del sacrificio de la vida y del derecho natural, y que parten igualmente del mismo principio: el de la maldad natural de los hombres, que únicamente puede ser vencido, de acuerdo a la Iglesia, por la gracia divina y por la muerte del hombre natural en Dios, y de acuerdo al Estado, por la ley, y por la inmolación del individuo en el altar del Estado. Ambos tienden a transformar al hombre, una en un santo, el otro en un ciudadano. Pero el hombre natural debe morir, porque su condena es unánimemente pronunciada por la religión de la Iglesia y por la del Estado.

Tal es en su pureza ideal la teoría idéntica de la Iglesia y del Estado. Es una pura abstracción; pero toda abstracción histórica supone hechos históricos. Estos hechos, como lo dije en mi precedente artículo, son de una índole muy real, muy brutal: es la violencia, el despojo, la supeditación, la esclavización, la conquista. El hombre está formado de tal manera, que no se conforma con hacer, necesita además explicarse y legitimar, ante su propia consciencia y a los ojos de toda la gente, lo que hizo. La religión apareció como para bendecir los hechos cumplidos, y, gracias a esta bendición, el hecho inicuo y brutal se convirtió en derecho. La ciencia jurídica y el derecho político, como se sabe, se originan primero en la teología; y más tarde en la metafísica, que no es otra cosa que una teología enmascarada, una teología que tiene la pretensión ridícula de no ser absurda, y se esforzó en vano en darles el carácter de la ciencia.

Veamos ahora qué papel esta abstracción del Estado, paralela a esta abstracción histórico que se llama la Iglesia, jugó y sigue jugando en la vida real, en la sociedad humana.

El Estado, dije, por su mismo principio, es un inmenso cementerio adonde vienen a sacrificarse, morir, enterrarse todas las manifestaciones de la vida individual y local, todos los intereses de las partes cuyo conjunto constituye precisamente la sociedad. Es el altar en que la libertad real y el bienestar de los pueblos están inmolados por la grandeza política; y cuanto más completa es esta inmolación, más hecho está el Estado. Concluyo de esto, y es mi convicción, que el imperio de Rusia, es el Estado por excelencia, el Estado sin retórica y sin frases, el Estado más perfecto en Europa. Todos los Estados, al contrario, en que los pueblos pueden aún respirar, son, desde el punto de vista del ideal, Estados incompletos, como todas las otras Iglesias, en comparación con la Iglesia católica romana, son Iglesias inacabadas.

El Estado es una abstracción devoradora de la vida popular, dije; pero para que una abstracción pueda nacer, desarrollarse y seguir existiendo en el mundo real, es necesario que haya un cuerpo colectivo real que esté interesado en su existencia. No puede ser la gran masa popular, dado que ella es precisamente la víctima: debe ser un cuerpo privilegiado, el cuerpo sacerdotal del Estado, la clase gobernante y poseedora, la que representa en el Estado lo que la clase sacerdotal de la religión, los sacerdotes, son en la Iglesia.

Y en efecto, ¿qué vemos en toda la historia? El Estado ha sido siempre el patrimonio de alguna clase privilegiada: clase sacerdotal, clase nobiliaria, clase burguesa; clase burocrática al fin, cuando, agotadas todas las otras clases, el Estado cae o se levanta de nuevo, como se quiere, hasta la condición de máquina; pero es absolutamente necesario por la salvación del Estado que haya alguna clase privilegiada que se interese en su existencia. Y es precisamente el interés solidario de dicha clase privilegiada que se llama el patriotismo.
M. Bakunin
http://www.fondation-besnard.org/article.php3?id_article=1434

Nessun commento:

Posta un commento