mercoledì 30 novembre 2011
El anarquismo en Colombia
Colombia, como Venezuela, no tuvo un movimiento anarcosindicalista comparable al de otros países sudamericanos (Uruguay, Argentina, Brasil, etc.) por su fuerza y trascendencia. Lo tuvo, sin embargo, en mayor medida que su vecina y protagonizó luchas memorables y heroicas en la década del 20. Produjo, por otra parte, algunas figuras relevantes y dignas de ser recordadas en el plano de la ideología, de la propaganda y de la literatura.
Un hecho interesante y curioso es que Colombia fue el único país de América Latina visitado por dos grandes pensadores anarquistas del siglo XIX: Eliseo Reclus y Miguel Bakunin. Argentina recibía más tarde a Enrique Malatesta, Pedro Gori y otras figuras descollantes del anarquismo europeo.
Bakunin, sin embargo, sólo permaneció algunos días, en 1861, en el istmo de Panamá, que por entonces formaba parte de la república de Colombia: después de huir de la Siberia oriental hacia el Japón, llegó a San Francisco en los Estados Unidos, y desde allí se embarcó a Panamá, cruzó el istmo y volvió a embarcarse en Aspinwall-Colón hacia Nueva York, para seguir luego viaje a Londres. Ni en Colombia (Panamá) ni en Estados Unidos (San Francisco-Nueva York) parece haber llevado a cabo ninguna labor de propaganda o de organización [1].
Eliseo Reclus visitó Colombia en su condición de geógrafo, y emprendió una expedición científica (típica de los sabios europeos del siglo XIX) en 1855. De ese viaje nació luego su obra Viaje a la Sierra Nevada de Santa Marta, publicada en París en 1861 [2].
En Colombia, como en los demás países de América Latina (con la única excepción, tal vez, de México), cuando se trata de historiar el origen y organización del movimiento obrero, así como sus luchas, se suele tener en cuenta sólo la actividad de los partidos políticos (comunistas, socialistas, liberales). Liberales y marxistas “se disputan entre sí el protagonismo en este período de la historia colombiana y se proclaman como los promotores del desarrollo de la clase obrera”. En consecuencia, “el partido comunista y el liberal, se han ido encargando de borrar poco a poco la participación de los sectores que no hicieron parte de sus proyectos” [3].
Pero, en Colombia, como en los demás países de América Latina puede decirse que los verdaderos iniciadores de las luchas y de la organización obreras han sido los anarquistas.
A mediados del siglo XIX hubo en ese país, como en casi todos los demás de América Latina, diversas expresiones del socialismo utópico que se relacionan con “las luchas artesanales contra los efectos disolventes del librecambismo” [4]. Entre 1847 y 1854 algunos círculos intelectuales leían y comentaban no sólo las obras de Fourier y Saint-Simon sino también las del proto-anarquista P.J. Proudhon. Algo parecido sucedía en Venezuela donde Fermín Toro muestra influencias de los socialistas utópicos, y Baralt cita con frecuencia los escritos de Proudhon, a quien conoció personalmente en París, Inclusive Simón Rodríguez, maestro de Bolívar, acogió con entusiasmo ciertas ideas de Fourier, y por eso, no sin razón, dice de él Manuel Díaz Rodríguez, que aquel fue incomprendido por sus contemporáneos “porque se adelantó en la América de su tiempo al europeo socialista de hoy” [5].
Tal vez valga la pena recordar también que Pierre Cerreau, exiliado en Venezuela al fracasar en Francia la revolución democrático-socialista de 1848, publicó en la ciudad de La Victoria un Credo igualitario, básicamente inspirado en las ideas comunistas de Babeuf y “los iguales”.
El propio Ezequiel Zamora, figura protagónica de la Guerra Federal y “general del pueblo soberano”, aspira a emular “la filosofía de la igualdad de Babeuf” [6] A partir de 1851 considera las ideas de otros socialistas pre-marxistas, y ya en 1849 dialoga con Luciano Requena y José Branford sobre la “república social” y sobre Augusto Blanqui, [7] pero por entonces llega a conocer y admirar, a través del licenciado Francisco J. Iriarte, las ideas de Proudhon, cuya teoría de la propiedad discute: “Zamora considera que en los Llanos la tierra no es de nadie; es de todos en uso y costumbres, y además, antes de la llegada de los españoles, los abuelos de los godos de hoy, la tierra era común como lo es el agua, el aíre y el sol. Cierto, alguien robó una cosa que no era suya, sino de todos, responde José Branford, y de esta manera tendría razón Proudhon cuando considera que la propiedad es un robo” [8]
En Colombia las ideas de Proudhon son divulgadas, entre otros, por el periódico El Neogranadino, de Manuel Murillo Toro. Las numerosas alusiones a las ideas del anarquista galo en las polémicas ideológicas de mediados del siglo XIX nos permiten inferir alguna influencia de las mismas entre los miembros de las Sociedades Democráticas (1847-1851) y la misma organización de estas asociaciones dejan entrever ciertos elementos de la ideología de Proudhon, aunque mezclados sin duda con ideas corrientes en el partido liberal de la época [9]. Miguel Urrutia Montoya refiere que en los debates de dichas asociaciones era frecuente apelar al célebre apotegma proudhoniano: “La propiedad es un robo” [10].
Puede decirse, sin duda, que algo análogo sucedió contemporáneamente en otros países latinoamericanos. En México, por ejemplo, Melchor Ocampo, secretario de Benito Juárez [11], tradujo una parte de la Filosofía de la Miseria de Proudhon, aunque sin llegar a ser nunca un verdadero proudhoniano [12]. Poco más tarde, la singular figura de Plotino C. Rhodakanaty, griego, filósofo panteísta y médico homeópata, introdujo en México las ideas de Fourier y de Proudhon [13].
Durante el Imperio y la Reforma tales ideas no dejaron de expandirse y fueron llevadas al terreno de la lucha obrero-artesanal y campesina [14].
Alfredo Gómez recuerda que en 1853 se publicaron en Chile folletos sobre Anarquía y rojismo en Nueva Granada y observaciones sobre las ideas anarquistas en la república de Colombia, firmados por M. Ancízar y un autor anónimo respectivamente [15].
En Colombia “después del golpe dado por José Mará Melo, con el apoyo de muchos sectores populares, entre ellos el artesanado, se dio a conocer un programa de gobierno inspirado en mucho en las Sociedades Democráticas, que puede dar a pensar que Proudhon aportó su grano de arena a través de su pensamiento, Eso se evidencia en el rechazo a la representatividad política, es decir, respecto a la autonomía popular para gobernarse a sí mismos; en el desconocimiento a las leyes y constitucionalidad existentes; en la lucha antimonopolista, y en el énfasis en las virtudes liberadoras del trabajo y de la educación. Pero la deducción no puede ser una conclusión indiscutible, ya que otros puntos del programa contradicen el espíritu de muchos de los planteamientos de Proudhon; por ejemplo, el gobierno era más centralista que los antecesores y se restablecieron algunas jerarquías eclesiásticas [16].
En todo esto hay, sin duda, no sólo eclecticismo sino también escasa claridad de ideas, pero ni siquiera puede negarse alguna influencia proudhoniana en la Constitución federalista de Río Negro. El ala izquierda del liberalismo colindaba a veces con el anarquismo (y la narrativa de García Márquez no deja de sugerirlo en ocasiones), así como el ala derecha del conservadurismo se identificaba con las ideologías europeas pre-fascistas (y, después, falangistas y fascistas). Baste leer los escritos de Laureano Gómez, exaltados en Venezuela por el joven Herrera Campins.
Colombia recibió en la segunda mitad del siglo XIX muy escasa inmigración europea, a diferencia de Uruguay, Argentina [17] y Brasil [18]. Esto explica el retraso en la difusión de las ideas socialistas y anarquistas entre los trabajadores del campo y de la ciudad. También influyó en ello, sin duda, la avasallante influencia de un clero católico singularmente retrógrado y opuesto, más que en otras repúblicas sudamericanas (lo cual ya es mucho decir) a todo cambio en los valores tradicionales y en la estructura socioeconómica.
Sin embargo, aun cuando antes de 1910 no existieron allí sindicatos ni sociedades de resistencia (que para esta fecha alcanzaba su máximo desarrollo bajo la égida de la ideología anarquista en México, Argentina, Uruguay y Brasil), las ideas libertarias no dejaron de hallar adherentes y simpatizantes entre intelectuales y literatos desde los últimos años del siglo XIX.
Más aún, el 15 y 16 de enero de 1893 se produjo en Bogotá un levantamiento popular, que conmovió las estructuras del poder estatal y puso a la ciudad en manos del pueblo trabajador, al menos durante dos días. El motivo inmediato de la insurrección (sangrientamente reprimida por el gobierno, que causó más de setenta muertos) fue la indignación provocada en los artesanos por un artículo del periódico católico y oficialista Colombia Cristiana, en el cual se denigraba a las asociaciones de artesanos, pero en realidad se trataba de una protesta indignada contra el aumento de los productos de primera necesidad contra las políticas librecambistas del gobierno y contra la inflación originada en la emisión sin control de moneda por parte del Estado (ni más ni menos que en la insurrección producida en Caracas, Venezuela, en 1989, tras la toma del poder por Carlos Andrés Pérez). El representante diplomático de Francia en Colombia informó que la insurrección popular comportaba un “movimiento anarquista”, organizado por la Sociedad de Artesanos que “profesan fuertemente las doctrinas más subversivas y revolucionarias” y propician “la propaganda por la acción” [19].
No faltó en Colombia alguna tentativa de organizar comunas anarquistas, como en Chile, Uruguay, en Brasil, etc. Sin llegar a tener la trascendencia que logró (a través de la prensa anarquista europea y latinoamericana) la Colonia Cecilia, fundada en abril de 1890 por el veterinario italiano Giovanni Rossi en la provincia brasileña de Paraná [20], Jacinto Albarracín, periodista de Arauca, fundador de dos combativos periódicos, El Faro y La Razón del Obrero, autor de obras de teatro, como Por el honor de una india y La hija del obrero, organizó una comuna libertaria en las selvas del Magdalena Medio, a la que le dio el nombre de Otanche. Esta comuna, inspirada tal vez en las propuestas de Kropotkin y de Reclus, fue destruida por las fuerzas gubernamentales y no tuvo larga vida [21].
Figura sobresaliente de la militancia anarquista a comienzos de nuestro siglo fue, en Colombia (y en otros países latinoamericanos), Juan Francisco Moncaleano. Periodista y maestro, fundó en Bogotá, en 1910, un combativo órgano de prensa, que llevaba el significativo título de Ravachol.
Los redactores de este periódico “se sentían herederos de parte del legado dejado por Ravachol y del ejemplo dado por los anarquistas”, lo cual se advierte “claramente cuando en la loa a Ravachol, hacen alusión a la “Idea”, que no es otra cosa que el nombre que los anarquistas daban a su ideal libertario” [22]. Uno de los principales objetos de la vehemente crítica de Ravachol era, como no podía dejar de serlo en un país profundamente sometido al poder clerical, la Iglesia Católica, sus ministros y jerarcas, sus instituciones y sus ritos, su prédica de sumisión social y política, su pedagogía obsoleta y autoritaria. Todo ello no impedía que Moncaleano, como casi todos los anarquistas de la época, sintiera un profundo respeto y una gran admiración por la figura de Jesús, cuyas doctrinas consideraba socialistas y libertarias. En un artículo publicado en Ravachol (22 de agosto de 1910), con el título de Socialismo cristiano, dice: “El cristianismo ha grabado, pues, profundamente en nuestros corazones y en nuestros espíritus, los sentimientos y las ideas que dan nacimiento al socialismo. Es imposible leer atentamente del Antiguo Testamento y del Evangelio, y echar al mismo tiempo una mirada sobre las condiciones actuales, sin verse obligado a condenar éstas en nombre del ideal evangélico. En todo cristiano que comprende las enseñanzas de su Maestro y las toma en serio, hay un fondo de socialismo; y todo socialista, cualquiera que pueda ser su odio contra la religión, lleva en sí un cristiano inconsciente” [28].
Uno de los colaboradores del periódico, Adelio Romero, nos aclara en el mismo número de Ravachol, con un soneto, el sentido que tenía aquí la palabra “Socialismo” que no era otro sino el de “socialismo libertario” o “anarquismo”:
“Es el grito gigante que por doquiera vibra.
Es un sol de justicia para la humanidad.
Es el noble combate que portentoso libra,
El sublime derecho contra la iniquidad.
Es una hoguera inmensa de igualdad redentora,
que incinera los mantos de la Roma podrida.
Es la fuerza que impele con la verdad creadora,
a defender el santo derecho de la vida.
Es el himno guerrero de los desheredados,
a cuyas notas libres perecen destronados,
los monarcas olímpicos de grandeza sombría.
Y así como es un beso de amor para los parias
para los opresores de castas milenarias,
un látigo de rayos esgrime: la Anarquía” [24].
EI soneto de Adelio Romero no puede menos de recordar, con su grandilocuencia que no excluye sentimientos de profunda sinceridad, los versos de Alberto Ghiraldo, como aquellos publicados en el mismo año de 1910 (en el volumen Triunfos nuevos) en Buenos Aires, que evocan a la Madre Anarquía [25] y los de Oiticica, Martins Fontes o Sylvio Figueiredo en Brasil [26].
Con ocasión del juicio y ejecución del pedagogo catalán Francisco Ferrer en el siniestro castillo de Montjuich [27] se promovió en todo el mundo occidental [28] y (particularmente en España y Latinoamérica) una violenta ola de indignación y protesta contra la criminal acción militar-clerical [29]. Moncaleano adhiere con fervor a esta campaña y hasta se propone seguir el ejemplo de Ferrer Guardia aún hasta el patíbulo: “Y si esta lucha en pro de mi desgraciada patria me ha de llevar mañana al sacrificio del destierro o el patíbulo, es decir, a ese Gólgota en el cual fue inmolado el inmortal Ferrer, partiré o subiré tranquilo, como ese sublime mártir” [30].
De hecho, Moncaleano se vio forzado poco después al exilio. Estuvo en Estados Unidos (Los Ángeles), en Cuba y en México. En Los Ángeles publicó, a partir de 1911, otro periódico anarquista, Pluma Roja [31]. Después de permanecer algunos meses en Cuba, recaló en México, en plena revolución anti-porfirista. Vinculado allí con los anarcosindicalistas, fundó, el 22 de junio de 1912, junto con los activos militantes Jacinto Huitrón, Luis Méndez, Ciro Z. Esquivel, Pioquinto Roldán y Eloy Armenta, la sociedad anarquista “Luz”, la cual, desde el 15 del siguiente mes, editó un periódico con este mismo nombre. Al mismo tiempo, comenzó a trabajar para fundar una escuela racionalista, de acuerdo con el modelo de la Escuela Moderna de Ferrer [32]. El grupo “Luz”, junto con las uniones de obreros canteros y gráficos, constituyó, como dice Huitrón, “la piedra angular de la Casa del Obrero, que más tarde había de convertirse en un poderoso movimiento sindical en todo el país” [32 bis], y que había de desempeñar inclusive un papel importante en la lucha amada durante las contiendas internas de la Revolución Mexicana, mediante la creación de los “Batallones Rojos” [33]. La Escuela propiciada por Moncaleano comenzó a funcionar y fue una de las muchas que por entonces se erigieron de acuerdo con las ideas de Francisco Ferrer en toda América Latina, desde la ciudad de México hasta Rosario y Mendoza en la Argentina.
Algunas figuras de primera línea dentro de la literatura colombiana tuvieron vinculación con la ideología anarquista. Una de ellas es la del muy célebre entonces, hoy casi olvidado, Vargas Vila. Max Nettlau considera que en sus obras se puede encontrar “un gran caudal de documentos sobre la dominación y las víctimas en América Latina”. Pero la mayoría de sus modelos literarios difícilmente podrían relacionarse con el anarquismo (Carlyle, Hello, León Bloy, etc.) En 1924 y 1925 se discutió bastante sobre la posible adscripción del novelista colombiano a la ideología anarquista [34]. En realidad, Vargas Vila parece más cercano a Nietzsche y a D’annunzio que a la literatura libertaria. Rafael Barrett, crítico indudablemente anarquista y escritor de brillante estilo e incuestionable gusto, al pronunciarse sobre una poesía de Vargas Vila, dice: “Nada más aburrido, más falso, más insignificante”. Y al juzgar el estilo del mismo, en general, escribe: “la construcción de Vargas Vila padece hipertrofia de epítetos violentos y vacíos y de antítesis dislocadas. Parece la gesticulación maniática de un alcoholizado”. Pero reconoce también honradamente que en sus escritos “de cuando en cuando asoma una belleza de buena ley” [35].
En otro artículo, titulado Sobre Vargas Vila y el decadentismo, añade, de un modo aún más severo y contundente, que la obra del escritor colombiano (parangonada con la de Baudelaire, Verlaine o Rubén Darío) lo aburre, lo molesta, lo aflige. Cree que dicha obra comporta un trasplante ilegítimo y falso: “Esa masa de despojos, traídos de lejos, y echados a perder en el viaje, constituyen un temible foco de infección para el buen gusto” [36]
En cualquier caso, la exaltación del arte por el arte como valor absoluto, la fijación erótica, la fantasía lúbrica y desesperanzada no son, sin duda, rasgos propios de la literatura ácrata y socialista de la época, aunque logren provocar los denuestos de no pocos críticos conservadores [37].
Pero, si resulta difícil considerar a Vargas Vila como escritor anarquista, imposible es calificar como tal a Guillermo Valencia, aun cuando, como dice David Viñas, “su poema Anarkos (tan popular en su momento como El tren expreso de Campoamor o “Las golondrinas” de Bécquer en otra etapa histórica), lograba, al apelar a la serie de recursos del orador libertario, insólitas adhesiones masivas” [38]. La famosa composición de Valencia, recuerda, según Gómez Restrepo, a Víctor Hugo, y entre los poetas del anarquismo latinoamericano, no deja de evocar á Alberto Ghiraldo:
“Son los siervos del pan: fecunda horda
que llena el mundo de los vencidos. Llama
ávida de lamer. Tormenta sorda
que sobre el Orbe enloquecido brama.
Y son sus hijos pálidas legiones
de espectros que en la noche de sus cuevas,
al ritmo de sus tristes corazones,
viven soñando con auroras nuevas
de un sol de amor en mística alborada,
y, sin que llegue la mentida crisis,
en medio de su mísera nidada
¡los degüellan las ráfagas de tisis!”
Sin embargo, el autor de Anarkos, a quien los críticos suelen considerar como una de las más altas voces líricas de su época [39] muy rara vez asume acentos libertarios y, en su producción poética, encontramos una gran variedad temática (Homero, Moisés, Alma Mater, La Tristeza de Goethe, etc.) y no pocas piezas dedicadas a políticos, hacendados y monseñores, lo cual nos obliga a pensar que Anarkos no pasa de ser un ejercicio poético retórico de acuerdo con la moda del momento.
Enteramente contrario es el caso de Vicente Lizcano, más conocido por su significativo seudónimo, Biófilo Panclasta. Nacido en Chinácota, Santander, el 26 de octubre de 1879, hijo de una sirvienta del palacio episcopal de Pamplona y de un vagabundo, estudió algunos años del bachillerato en un colegio de Bucaramanga, pero fue básicamente, como tantos anarquistas, un autodidacta, ya que “su cultura y sus ideas de revolucionario anarquista, junto con sus serios conocimientos de geografía e historia, los debió directamente, sin intermediarios, a las hojas frescas de panfletos y libros” [40].
Inclinado en su primera juventud a los ideales del Liberalismo, decidió exiliarse en Venezuela. Primero, fue maestro en Capacho, Estado Táchira, y cuando en 1898 Cipriano Castro se levantó en armas y marchó desde los Andes hacia Caracas, se enroló en las filas de la llanada “Revolución Restauradora”. Una vez instalado don Cipriano en la silla presidencial, lo nombró su secretario de correspondencia. Intentó el joven colombiano que el novel dictador recordara los proclamados ideales (no sólo políticos sino también culturales y sociales) del liberalismo, pero, al parecer, no tuvo mucho éxito. Cuando el vicepresidente, Juan Vicente Gómez, caudillo tachirense tan cruel como Cipriano Castro pero más ignorante y, a la vez, más astuto que éste, lo desplazó de la presidencia (en ocasión de un viaje de su amigo y compadre al exterior), Vicente Lizcano, fiel a su jefe Castro, fue encarcelado durante largo tiempo. Una vez liberado marchó enseguida a Europa y fue a parar a Barcelona, la capital del anarquismo ibérico de la época.
Allí se hizo fervoroso secuaz de la “Idea” y cambió su nombre por el “Panclasta” (del griego; pan = todo y klasta = el que rompe ó destruye). “Mandó a hacer tarjetas de visita haciendo notar su condición de anarquista en los tiempos en que el vocablo resonaba en los trémulos oídos burgueses como una explosión de dinamita. Los atentados terroristas se habían puesto de moda y formaban parte de la vida cotidiana de los grandes políticos. El anarquismo, convertido en profesión definitiva de Panclasta, comenzó, desde su llegada a Barcelona, primer punto europeo que tocaron sus pies errabundos, a abrirle las puertas de todas las cárceles. De Barcelona fue deportado. Lo fue de Marsella. Lo fue de los puertos italianos, Y de todos los puertos del Mediterráneo. Cuando le preguntaban su nombre y profesión, respondía invariablemente: “Panclasta, anarquista”, Hubiera sido mejor, en esos días ingenuos, haber dicho: leproso” [41].
En París se hizo amigo del conocido escritor anarquista Armand. Este lo presentó a Lenin. El revolucionario ruso no le causó demasiada impresión ni demostró por él gran estima. Menos aún lo apreció más tarde, cuando, ya en el poder, Lenin comenzó a mostrar sus tendencias centralistas y autoritarias. “Panclasta sostenía que había que luchar por un ideal hasta realizarlo; pero que, una vez realizado, habla que destruirlo, y batallar con ahínco por una esperanza mejor”, dice Carlos Lozano [42]. En realidad no se trataba exactamente de esto, sino de instaurar, como quería por entonces Landauer (en un sentido diferente, sin embargo, al de Trotsky), la revolución permanente.
En Italia conoció también a Máximo Gorki. Paseando con él por una playa de Sorrento, el joven colombiano se inclinó para liberar un molusco aprisionado por una piedra y lo arrojó de nuevo al mar, por Io cual el gran novelista ruso, de rápido y agudo ingenio, le comentó: No deberías llamarte “Panclasta” sino “Biófilo” [43]. “Biófilo” significa en griego “amante de la vida” (bios = viviente; philos = amante). Desde entonces el seudónimo pasó a ser “Biófilo Panclasta” lo cual parece implicar una contradicción, que en realidad no es tal. Lizcano amaba toda forma de vida, y, en particular, de vida humana (como Kropotkin y todos los anarquistas de su época), y, al mismo tiempo, precisamente porque amaba la vida, quería destruir todo aquello que impide su libre expansión y torna imposible su más elevado desarrollo.
Asistió en Ámsterdam al Congreso internacional anarquista, donde sin duda conoció a Kropotkin, y se presentó como delegado de los anarquistas colombianos. Al mismo tiempo, se celebraba en La Haya un congreso internacional por la paz, que contaba con representantes de muchos gobiernos del mundo (entre ellos, era delegado por Colombia Santiago Pérez Triana). A los allí convocados se dirige Biófilo Panclasta diciendo: “Vosotros sois enviados por los gobiernos burgueses del mundo para colocar los cimientos de la paz, pero de vuestras gestiones sólo podrán salir incontables y sangrientas guerras en el futuro. Nosotros, anarquistas, representantes de todos los pueblos oprimidos de la tierra, venimos a un congreso revolucionario y pedimos el cambio fundamental del orden social, pero somos nosotros quienes colocamos los principios de la paz universal” [44].
Expulsado de Holanda, llega Biófilo a París, donde conoce a Ravachol, que habla hecho volar el ministerio de Obras Públicas. Pero su vocación revolucionaria lo conduce pronto a Rusia. En San Petersburgo se vincula con el pope Gapón y por poco no participa en el asalto al Palacio de Invierno.
Tras la revolución bolchevique es juzgado y condenado al exilio en Siberia, donde se le fija como forzosa residencia la aldea samoyeda de Shuskenoide, precisamente la misma en que habla residido Lenin, en uno de sus varios exilios. Indultado después de un año, regresa a la capital rusa, y desde allí a Colombia, vía Barcelona y La Guaira. Estuvo en la zona bananera y “en la plaza de Aracataca permaneció de pie, impertérrito, mientras las balas del general Cortés Vargas segaban vidas como mieses humildes” [45].
Sus últimos años marcaron una profunda decadencia: unido a Julia Ruiz, una ex-monja metida a pitonisa anticlerical [46], se dedicó con ella a la adivinación y la quiromancia; naufragó en el alcohol y murió el 1 de marzo de 1942, a los sesenta y tres años, en un asilo de Pamplona, en el Norte de Santander [47]. “De él nos quedaron unas memorias olvidadas en una biblioteca, el polvo de los años, las telarañas de antiguos recuerdos, un viejo y borroso retrato y una melena rusa con mirada santandereana, halladas en este libro incompleto como todo auténtico amor a la vida” [48].
Tal vez su pensamiento pueda sintetizarse en esta frase que él mismo escribió: “la vida es la única verdad real, vivirla es nuestro destino, mostrarla desnuda es nuestro único deber”.
El movimiento obrero comenzó a organizarse en Colombia durante la segunda década del siglo, aunque al socialismo utópico y al proudhonismo se vincularan ya, como vimos, “a las luchas artesanales contra los efectos disolventes del liberalismo” [49].
Es claro que las primeras huelgas obreras de la década y las primeras organizaciones sindicales fueron obra de los anarquistas. En 1913 se fundó la “Unión Obrera”.
Los anarquistas promovieron una gran manifestación de protesta popular el 15 de mayo de 1916 y, según Alfredo Gómez, también el mitin de los artesanos que el 16 de marzo de 1919 se llevó a cabo en Bogotá contra la importación de uniformes militares.
Fanny Simon recuerda la colaboración de anarquistas colombianos en periódicos obreros y sindicalistas de Argentina y Brasil hacia estos años.
Max Nettlau menciona, por su parte, diversas publicaciones que ideológicamente califica como anarquistas en territorio colombiano. Algunas de ellas eran revistas literarias, como Trofeos, que salió en Bogotá ya en 1908, y Crepúsculos en Manizales, en 1910 y 1911. Pero otros eran órganos de lucha obrera y sindical, como El Obrero, que se editó en Barranquilla entre 1912 y 1916, donde salieron numerosos artículos sobre anarquismo y anarcosindicalismo. En su Historia del Partido Comunista en Colombia, Medófilo Medina recuerda que en 1914 salió en dicho periódico un artículo de Tomás Cerón Camargo en el cual se critica al apoliticismo de los anarcosindicalistas [50].
Según Víctor Alba, los anarquistas promovieron la huelga portuaria de Cartagena en 1920 [51]. En realidad, dicha huelga se declaró el 8 de enero de 1918, y dio lugar a violentos choques entre obreros y policías. En aquel mismo año, por obra también, al parecer, de grupos anarcosindicalistas, se produjeron otras huelgas en la Costa Atlántica. El 2 de enero se inició en Barranquilla un movimiento encabezado por los portuarios, que tuvo también carácter violento y comportó el bloqueo de las calles y la formación de grupos de choque, pero culminó con una victoria de los obreros, que obtuvieron un aumento del 50% en sus salarios. De igual modo, la huelga solidaria declarada por portuarios y ferroviarios en Santa Marta, acabó con un aumento salarial del 25% [52].
EI que estas primeras huelgas propiamente obreras se hayan producido en la Costa Atlántica se debe tal vez al hecho de que la misma “a causa de su situación geográfica estaba menos aislada que el resto del país” [53].
Hacia 1923, los trabajadores de las plantaciones bananeras del Magdalena comienzan a organizarse (en Fundación, Aracataca, El Retén, el puerto de Santa Marta). La primera huelga contra la United Fruit en la zona bananera de Santa Marta había estallado ya en 1918. Tal organización fue promovida básicamente por grupos anarquistas de la Costa Atlántica [54].
Como en Argentina [55], en Chile [56] y en México [57], los anarquistas promovieron también en Colombia (y concretamente en Barranquilla) una huelga de inquilinos, cuyo principal propagandista fue el peruano Nicolás Gutarra, expulsado de Colombia en febrero de 1924.
El gobierno promulgó en 1918 un decreto, equivalente a la Ley de Residencia, sancionada por el gobierno argentino en 1902, y a la Ley Gordo, expedidla en Brasil en 1904, por las cuales los obreros extranjeros que participaran en una huelga podían ser presos o desterrados.
Hacia estos años, llamados de la Prosperidad al Debe, destacaron en la militancia anarquista varias figuras que Torres Giraldo (citado por Gamboa Martínez y Clavijo Ramírez) menciona: Pepe Olózaga, quien había colaborado en México con el coronel Alberto Santa Fe y los hermanos Flores Magón; el italiano Filipo Colombo y el español Juan García, activos promotores del Segundo Congreso Obrero y editores, al parecer, del periódico Adelante; en el Litoral Atlántico, militaron con energía y tuvieron activa participación algunos anarquistas europeos (que Torres Giraldo omite, tal vez ex profeso, para no deslucir el papel del marxismo, representado por el Partido Socialista Revolucionario) el italiano Genaro Toroni y el español Abad Mariano Lacambra, que formaban el “Grupo Libertario” de Santa Marta; Campo Elías Calderón, santanderino, imbuido de la ideología anarcosindicalista en sus años de obrero en los Estados Unidos (con la IWW), que organizó a los mineros de las explotaciones auríferas de Caldas y Antioquia y constituyó el núcleo de la Federación de Mineros de Antioquia, promotor de la primera huelga en el lugar [58].
En la Argentina el primer congreso de sociedades obreras de resistencia se reunió en 1901, con lo cual quedó constituida la FOA (Federación Obrera Argentina) [59]; el segundo tuvo lugar en 1902 (y allí, de la FOA, anarcosindicalista, se separó la UGT, socialista marxista) [60]; el tercero se celebró en 1903 y el cuarto en 1904 [61] y en él la FOA cambió su nombre por FORA (Federación Obrera Regional Argentina), definiendo ya con bastante claridad su ideología anarquista [62]. Pero recién en el quinto congreso, inaugurado el 26 de agosto de 1905, se declaró oficial y solemnemente dicha ideología al aprobar y recomendar a todos sus adherentes “la propagación e ilustración más amplia en el sentido de inculcar en los obreros los principios económicos y filosóficos del comunismo anárquico” [63]. Sin embargo, en el noveno congreso, reunido el 1 de abril de 1915, se desvió de esta definición ideológica y propició un sindicalismo neutro, aun cuando una buena parte de sus adherentes seguían considerándose anarquistas [64].
En Colombia, el primer congreso obrero, convocado por el Sindicato Central Obrero, de confusa ideología, donde se invocaba a Bakunin y Malatesta y al mismo tiempo se rechazaba el anarcosindicalismo, se reunió en 1919. Alguno de sus 500 integrantes, como José D. Celis, manifestó, sin embargo, ideas anarcosindicalistas en su intervención, al expresar que en la Sociedad Obrera “no daremos ni entrada ni abrigo a ningún partidario ni agente de otras ideas políticas que no sean las nuestras” y “trataremos de salvar al obrerismo de los políticos de profesión” [65]. Pero el llamado “Primer Congreso Obrero” se realizó el 1 de mayo de 1924. Aquí chocan diversas tendencias ideológicas:
1) Los partidarios de reformas laborales y leyes obreras, que representan sobre todo al partido liberal (en su ala izquierda).
2) Los delegados del Partido Socialista Revolucionario, fundado en 1919.
3) Los incipientes comunistas (que responden ya a las directivas de la Sindical Roja moscovita).
4) Los anarcosindicalistas.
La primera tendencia parece imponerse (sin duda con apoyo gubernamental y patronal). Como consecuencia de ello, se reúne paralelamente, por obra de los delegados marxistas, una Conferencia socialista.
Gamboa Martínez y Clavijo Ramírez comentan: “Ante la ausencia de documentos es bastante difícil determinar con precisión la actitud tomada por los anarcosindicalistas, tanto en el Congreso Obrero como en la Conferencia Socialista. Es de suponer que Carlos F. León y Luis A. Rozo, directores del periódico anarquista La Voz Popular y miembros del Grupo Antorcha Libertaria, principal círculo anarquista presente en el Congreso, se mantuvieron en desacuerdo con ambos proyectos, el liberal, predominante en el Congreso Obrero, y el marxista, en el Congreso Comunista. Parece ser que permanecieron en uno y otro Congreso como una oposición minoritaria cuantitativamente” [66].
El segundo congreso obrero se inauguró el 20 de julio de 1925. El discurso inaugural fue pronunciado por Carlos F. León, quien junto con Luis A. Rozo, formaba parte del grupo anarquista “Antorcha Libertaria” el cual tenía cierta influencia en los sindicatos de Bogotá. En este Congreso es donde más se evidencia --como dicen Gamboa Martínez y Clavijo Ramírez-- la participación anarcosindicalista. “Los anarquistas habían preparado un proyecto de organización obrera a nivel nacional, inspirado en la
Unión Sindical Argentina, que al presentarlo al pleno del Congreso, suscitó intensas polémicas y reflexiones” [67].
Es preciso advertir, de todas maneras, que en 1925 la organización obrera específicamente anarquista era en la Argentina la FORA del quinto congreso y que la Unión Sindical Argentina (USA) surgida en marzo de L922, era el resultado de una fusión de la FORA del noveno congreso, con algunos gremios de la FORA del quinto, dominados por los anarco-bolcheviques. Después del golpe fascista del general Uriburu, en 1980, la USA (donde militaban aún algunos anarquistas) se fusionó a su vez con la COA (Confederación Obrera Argentina), dominada por los socialistas reformistas, y dio origen a la CGT (Confederación General del Trabajo), instrumento principal, a partir de 1943,, de la política obrera del peronismo.
Carlos F, León, en todo caso, atacó en su discurso la presencia de los partidos políticos en las organizaciones obreras y al mismo tiempo defendió la tesis anarcosindicalista que considera a los sindicatos como células de la sociedad futura y propuso las líneas generales de una organización obrera federalista, donde las decisiones debían partir de las bases y de los grupos locales.
El Congreso presenció arduos debates ideológicos entre anarquistas y marxistas, a quienes aquellos denominaban “señores devotos de San Lenin” y echaban en cara ya la instauración de la dictadura roja en la URSS [68].
Del Congreso surgió la CON, central obrera organizada más bien sobre el proyecto marxista, que no tardó en aliarse a la Internacional Sindical Roja (bolchevique), pero los anarquistas no dejaron de ejercer, pese a todo, alguna influencia allí e impidieron la fundación de un partido político de la clase obrera, proyecto 'esencial para todos los leninistas del mundo.
El 21 de noviembre de 1926 se abrió en Bogotá el tercer congreso obrero, con la presidencia del marxista Ignacio Torres Giraldo y la segunda vicepresidencia del anarquista Raúl Eduardo Mahecha Caycedo. “En este Congreso se lleva a cabo la ruptura total y definitiva entre marxistas y anarcosindicalistas, debido a que los marxistas consiguen imponer la creación del Partido Socialista Revolucionario, PSR” [69].
Cuando los marxistas presentan el proyecto fundacional de este partido, “los anarquistas del Grupo Antorcha Libertaria”, encabezados por Carlos F. León y Luis A, Rozo y otros sectores simpatizantes del anarquismo, como el liderado por Juan de Dios Romero, se oponen tajantemente a dicha iniciativa. Se dan violentos y encendidos debates en torno a la cuestión, que acarrean un acrecentamiento del sectarismo de algunos sectores, Romero y Erasmo Valencia anunciaron su propósito de retirarse de los debates en los cuales se deliberaba sobre la conformación del partido “porque consideran que todo partido político viene a ser perjudicial a la acción económica del sindicalismo y a los principios de la noción de clases que necesita la reivindicación del proletariado colombiano” [70].
A pesar del triunfo del proyecto marxista, el PSR nunca llegó a ser un partido conformado a imagen y semejanza del Partido Comunista (bolchevique) de la URSS o de los partidos comunistas surgidos en diversos países de América Latina para esa época (Argentina, Uruguay, Brasil, Chile, etc.). Había en su seno una mezcla de ideologías y proyectos y militaban en él liberales del ala radical, como Uribe Márquez, comunistas como Torres Giraldo, e, inclusive, anarquistas, como Mahecha Caycedo. “El PSR tenía una influencia anarquista importante que se deja ver en la misma constitución del partido, que era de masas y no de cuadros, que era federativo con respecto a las autonomías regionales y por tanto no centralista” [71].
Alfredo Gómez se inclina a avalar esta interpretación cuando dice (en cita de Gamboa Martínez y Clavijo Ramírez): “El predominio de un sindicalismo de tipo revolucionario durante esta década, inspirado o no por el anarcosindicalismo, imprime al PSR, en ciertos casos, algunos elementos de la organización libertaria: autonomía local, formas de acción directa, desconocimiento de las instituciones vigentes, etc. En este sentido, el PSR contiene espontánea y embrionariamente una estructura de “antipartido”, que no deja de guardar semejanzas con la del partido liberal de la Revolución Mexicana” [72]. Pero es indudable que el Partido Liberal Mexicano, sobre todo a partir de 1906, no es ni “liberal” ni siquiera “partido” sino más bien organización anarquista [73].
Algo parecido podría decirse tal vez, en época mucho más reciente, del PVP uruguayo. De cualquier manera, es indudable que los anarquistas participaron en la mayor parte de los movimientos de fuerza y de las huelgas habidas en Colombia entre 1910 y 1930. Estuvieron presentes en la de Barranquilla de 1910; en el vasto movimiento desarrollado en 1918 en Cartagena, Barranquilla y Santa Marta; en la primera huelga contra la tristemente célebre United Fruit Company, en la zona bananera de Santa Marta, en 1918; en la del ferrocarril de Girardot y en la de los obreros y artesanos de Bogotá en 1919; en las de Barrancabermeja en 1924 y 1927, contra la Tropical Oil Company (que concluyeron con la expulsión de 1200 obreros y un juicio militar contra los líderes), en la segunda huelga de Santa Marta, en 1928, que acabó en una masacre de los trabajadores, y en otras muchas huelgas y movimientos de protesta popular [74].
En Barrancabermeja estallaron sucesivamente dos huelgas: la primera en octubre de 1924 y la segunda en enero de 1927. Ambas estaban dirigidas contra la Tropical Oil Company, filial de la Standard Oil. En la primera de ellas tuvieron un importante papel Mahecha Caycedo y sus compañeros anarcosindicalistas de la Sociedad Obrera, así como el periódico La Voz Popular, que respondía a la misma tendencia [75]. En la segunda, que asumió proporciones extraordinarias y contó con el apoyo de todos los trabajadores, y aún de los agricultores y comerciantes locales, parece haber habido un cierto elemento de espontaneísmo, pero no puede negarse la activa intervención del mismo Mahecha Caycedo y otros anarquistas. También los movimientos huelguísticos desarrollados en Bogotá durante el mes de noviembre de 1924 contra la empresa de Energía Eléctrica y contra la compañía de cementos Samper tuvieron su foco de irradiación en la Casa del Pueblo, sede del grupo anarcosindicalista “Antorcha Libertaria”. Los redactores de La Voz Popular llamaban inclusive a la huelga general. Mayor resonancia todavía tuvo la huelga de las bananeras de 1928, donde el papel de los anarquistas fue indiscutiblemente protagónico.
Dicen, a este propósito, Gamboa Martínez y Clavijo Ramírez: “Obreros anarquistas del Grupo Libertario de Santa Marta, como Mariano Lacambra, Genaro Toroni, Nicolás Betancourt, José Garibaldi Russo, Castilla Villareal, entre otros, desempeñaron un significativo papel en la agitación y organización de la huelga de los bananeros contra la United Fruit Company en 1928. Estos anarcosindicalistas, siguiendo orientaciones de las centrales anarquistas catalanas, fundaron en Guacamayal, hacia I925, la Unión Sindical de Trabajadores del Magdalena, USTM, y una Casa del Pueblo en donde se reunían por las noches los obreros de la región. La USTM contaba con sesenta y tres sindicatos. Mahecha Caycedo jugaba papel preponderante dentro de la organización y desde tiempo atrás venía preparando el mejor movimiento huelguístico a través de su periódico Vanguardia Obrera. La participación anarquista en la organización y desarrollo de la huelga bananera es recordada por los historiadores oficiales y marxistas. Desde años atrás los anarquistas venían preparando a las masas, llevando a cabo una labor de concientización, educación y agitación, no sólo en la región sino en toda la Costa Atlántica donde el anarcosindicalismo había arraigado mucho en varios sectores obreros y populares. En la Costa Atlántica, los anarquistas habían conformado varias organizaciones obreras, fuertes y representativas, donde cabe mencionar a la Federación Obrera del Litoral Atlántico, FOLA, constituida a iniciativa del colectivo libertario “Vía Libre” y la mencionada USTM” [70].
Ante la cerrada negativa de la United Fruit a atender las exigencias de los trabajadores agrupados en la USTM, el 12 de noviembre de 1928, unos treinta mil obreros inician una huelga general. A comienzos de diciembre, el gobierno nacional decreta el estado de sitio en la zona, nombra jefe civil y militar de la misma al general Carlos Cortés Vargas y envía tropas desde Cartagena, Barranquilla, Bucaramanga y Medellín.
La huelga concluye con un multitudinario asesinato de los huelguistas el 6 de diciembre en la plaza de Ciénaga y con la sangrienta represión posterior, que deja un total de 1500 muertos. “La tropa asalta, viola, roba. Encarcela a los civiles, exigiéndoles, a cambio de la libertad, dinero, impone multas, cobra impuestos envía a trabajos forzados, remata a los heridos, tortura y fusila” [77].
Esta reacción brutal y genocida del ejército colombiano sólo encuentra, por entonces, un digno paralelo en los sucesos de la Patagonia Argentina en 1921, en el que el ejército nacional asesinó a millares de peones de estancia y trabajadores rurales, organizados por la central anarquista (FORA), por orden del teniente coronel Varela, (78) ajusticiado el 23 de enero de 1928, por mano de Kurt Wilckens [79].
Pero, como bien hacen notar Gamboa Martínez y Clavijo Ramírez, “para el movimiento obrero colombiano las consecuencias de la huelga fueron un duro golpe. Por un lado, desilusionados, abandonaron la combatividad y la beligerancia, la radicalidad de sus reivindicaciones y pretensiones, y aceptaron participar dentro de la institucionalidad vigente, ingresando al partido liberal; y por el otro lado, los sindicatos perdieron su verdadero sentido, para transformarse en apéndices del Estado. Las consecuencias de esta regresión se perciben con claridad en la crisis actual del movimiento obrero y sindical, que optó por la institucionalización. El desenlace de la huelga asestó un golpe de gracia a los círculos anarcosindicalistas colombianos. Ante la reafirmación de los valores éticos, económicos, sociológicos, jurídicos, etc. de la sociedad burguesa, ante la supercentralización estatal que comenzó a gestarse. Estos círculos y colectivos se vieron cada vez más aislados e impotentes para hacerle frente. Poco a poco se fueron diluyendo hasta ir perdiendo significancia. El mito liberal ganó momentáneamente la batalla. Hacia 1930, Archila Neira nos comenta que, como reconocimiento a la corriente anarcosindicalista, en el Congreso de fundación de la Central de Trabajadores de Colombia, CTC, le fue otorgado uno de los quince puestos de la “directiva”, pero ya para el Congreso siguiente no tendrían delegados” [80].
Este proceso no tiene, desde luego, ningún paralelo en Venezuela, aunque no se puede descartar alguna influencia de los sindicatos petroleros anarquistas de la zona de Barrancabermeja sobre la incipiente y casi clandestina organización de los obreros petroleros del Zulia (influidos luego, sin duda, por los anarcosindicalistas norteamericanos de la IWW).
El proceso colombiano tiene, sin embargo, curiosos paralelos con el argentino. La sangrienta represión de los bananeros fue ordenada en Colombia por un gobierno liberal y la de los peones de la Patagonia por un gobierno radical. Por otra parte, los usufructuarios de la decadencia del sindicalismo revolucionario anarquista fueron en Colombia los partidos liberal y comunista y en Argentina el peronismo y la izquierda marxista-leninista, aunque el golpe más duro contra la FORA proviniera, en 1930, del fascismo del general Uriburu (en cuyas filas militaba, por otra parte, Perón).
Durante la década del veinte se publicaron en Colombia varios periódicos anarquistas, Max Nettlau recuerda entre ellas a Organización en Santa Marta, en 1925, y a Vía Libre en Barranquilla, en 1926 [81]. En realidad, este último empezó a salir en 1925. Su director era Gregorio Caviedes. En el número 2, que corresponde al 10 de octubre de ese año, encontramos, en primera página, un artículo intitulado La Anarquía, “Anarquía! ¡Palabra sublime! ¡Voz dulce, y grandiosa! ¡Idea magnífica, grande, pura, bella! ¡Anarquía! ¡Vocablo saludado y expuesto por grandes pensadores! ¡Concepto altamente humano! ¡Ideal hermoso, altivo, debido! ¡Ideal siempre victorioso, invicto! ¡Anarquía! ¡Palabra que encierra un mundo de beldades! ¡Ciencia! ¡Reivindicación! ¡Revolución! ¡Realidad! ¡Anarquía! ¡Causa de Paz, Amor, Igualdad, Solidaridad, Libertad, Tierra! ¡Oh dulce palabra!, Anarquía! Verdaderamente faltan expresiones para traducir el sublime significado que encierra este vocablo, arrogante, excelso, bello, inmensamente bello! Hay que tener un espíritu grande, libre; precisa poseer sentimientos nobles; hay que tener un corazón humano, esencialmente humano, para que se pueda comprender en todo su esplendor y grandeza la sublimidad de la Anarquía”, y después de esta exaltación que hoy puede parecer retórica y vacuamente declaramatoria, explica: “Anarquía significa propiamente sin gobierno; abolición del Estado o estado social en el cual no hay Poder Autoritario ¡Vida libre, sin Dios ni Amo! ¡Esto es Anarquía!” Poco más adelante, contra quienes sostienen que “la realización de la Anarquía no será posible más que en una humanidad nacida para el altruismo y la filantropía”, arguye: “Cosa bien sabida es que el hombre se adapta al ambiente. Una sociedad basada en la desigualdad social y, por consiguiente, en el despotismo, engendrará irremediablemente, hombres sin sentimientos fraternales y solidarios. Mas una sociedad fundamentada en la equidad llegará al maximum de fraternidad y, consecuentemente, el bienestar general será un hecho”.
La influencia de Kropotkin parece aquí bastante clara. Curiosamente, contra la práctica universal en la prensa anarquista de todo el mundo, Vía Libre publica algunos anuncios comerciales. Por ello se cree obligada a dar la siguiente explicación: “Esperamos que nuestros compañeros, los anarquistas, excusen nuestra obligada determinación al aceptar en nuestra hoja, anuncios, Si, compañeros, antes de condenar nuestra conducta, venid a nuestro lado, poneros en este ambiente y después... Este pueblo no lee, no siente esa necesidad tan humana, nos ha dicho alguien con razón”.
En aquel mismo año de 1925 el “Grupo Sindicalista Antorcha Libertaria” publicada en Bogotá Voz popular, periódico en el que colaboran Pedro E. Rojas, Gerardo Gómez, Carlos F. León y otros. Pero, según Archila Neira, en 1925 y también en Bogotá, salían otros varios órganos de prensa anarquistas y anarcosindicalistas: Pensamiento y Voluntad, La Antorcha, El Sindicalista, etc.
La huelga de choferes, declarada en la capital colombiana el 21 de marzo de 1927, tuvo, según Torres Giraldo, inspiración anarquista, pero lo más notable es que otra huelga del mismo gremio, que estalló en la misma ciudad, el 18 de febrero de 1937, mientras era alcalde Jorge Eliécer Gaitán, parece que también la tuvo [82].
Diversos sindicatos de obreros y artesanos surgen durante la década del veinte, como el de sastres y el de aserradores, en Barranquilla, que se proclaman explícitamente “libertarios”, bajo la inspiración del anarquista Víctor Medina, con quien colaboraron dos anarquistas guatemaltecos [83]. Estos últimos, radicados en la ciudad atlántica colombiana, habían formado parte, probablemente, del grupo que publicaba en Guatemala el periódico Orientación Sindicalista, que defendía la acción directa, en contra de cualquier partido político y del “Comité Pro Acción Sindical”, fundado en la capital centroamericana por un grupo de anarquistas españoles, peruanos y guatemaltecos [84]. Comité disuelto por la dictadura militar en 1937 [85].
Durante la década de 1920 hubo en Colombia figuras notables de militantes anarquistas, que consagraron su vida a la organización y la lucha de los trabajadores de la ciudad y del campo, tales como Raúl Eduardo Mahecha Caycedo y Juan de Dios Romero.
Pero el fracaso de la huelga bananera y el empuje de la propaganda bolchevique, generosamente subvencionada por la Unión Soviética, hicieron que el proyecto anarquista entrara en franco declive en la década de 1930.
Las guerrillas rurales, fenómeno en Colombia desde hace medio siglo, se originaron en una rebelión liberal contra el gobierno conservador, pero luego adquirieron ideología y mentalidad marxista, sobre todo a partir del triunfo de la revolución cubana. Entre los diversos grupos alzados en armas, los hubo de fiel obediencia moscovita, pero también guevaristas, maoístas y trotskistas. No faltaron movimientos indigenistas y nacionalistas de izquierda. Pero la influencia anarquista fue casi nula. Sin embargo, en los últimos años, algunos pequeños núcleos insurrectos se han autodefinido “anarquistas”, aunque no esté muy claro si verdaderamente lo son. Consta, en cambio, como segura, Ia existencia de diversos grupos de artistas, intelectuales y estudiantes, que actúan en Bogotá, Cali y otras ciudades colombianas en nuestros días y que se consideran con razón anarquistas. No sabemos si su actividad se ha extendido a los sindicatos y sociedades obreras.
En el “Magazín Dominical” de El Espectador, uno de los principales diarios colombianos, han aparecido varias veces, en la última década, artículos sobre el anarquismo. Así, en el No. 70, del 29 de julio de 1984, salió una entrevista a Jean-Paul Sartre, realizada en 1979, con el título de “Anarquía y moral”, traducida por Alfredo Gómez Muller; en el No. 363, del 8 de abril de 1990, se publicó una carta de Bakunin sobre el amor libre; en el No. 444, del 27 de octubre de 1991, apareció un artículo de Iván Darío Álvarez, titulado “La anarquía como mito de la libertad”, y, finalmente, en el No. 463 del 8 de marzo de 1992, se editó un íntegro “Dossier de la Anarquía”, que incluye textos del anarquista francés Anselme Bellegarrigue, del alemán Rudolf Rocker del peruano Manuel González Prada, del hispano-paraguayo Rafael Barret, así como artículos de Mijal Levi sobre “Kafka y el anarquismo”, de Iván Darío Álvarez sobre “La anarquía nuestra de cada día”, de Leopoldo Múnera: “EI lobo y las ovejas”, etc. Así como una poesía de Boris Vian: “El desertor” y una bibliografía básica del anarquismo.
Notas
[* Fuente: Actual No 29. Mérida. Mayo-Agosto de 1994. Pp. 31-64.
[**] Ángel J. Cappelletti (1927-1995): Fue un filósofo, historiador y anarquista argentino, por muchos años radicado en Venezuela. Nació y murió en Rosario (Argentina), pero los 27 años que vivió en Venezuela, entre 1968 y 1994, la mayor parte de ellos vinculado como profesor titular de la Universidad Simón Bolívar, fueron los más prolíficos en su producción intelectual y académica, toda vez que publicó en vida alrededor de 45 libros --y en total unos 80, ya que después de su muerte las Universidades de Los Andes y Simón Bolívar han publicado trabajos inéditos del autor-- y más de un millar de artículos sobre tópicos filosóficos y literarios.
[1] E. H. Carr. Bakunin. Barcelona., 1970. Pp. 258-259.
[2] Max Nettlau. Viaje libertario a través de América Latina. En: Reconstruir No. 77.P 39.
[3] Juan Carlos Gamboa Martínez y Amadeo Clavijo Ramírez. Participación del anarquismo y del anarcosindicalismo en las organizaciones y luchas obreras en Colombia durante la década de los veinte. Versión resumida de una tesis de Licenciatura en Ciencias Sociales. Universidad Pedagógica Nacional. Bogotá, 1988. P. 1.
[4] Enrique Valencia. El movimiento obrero colombiano. En: Pablo González Casanova. Historia del movimiento obrero en América Latina. México. 1984, Pp. 3-13.
[5] Manuel Díaz Rodríguez. Sangre patricia. Caracas. 1972. P. 77.
[6] Federico Brito Figueroa. Tiempo de Ezequiel Zamora. Caracas. 1981. Pp. 32-56.
[7] Ibid. P. 239.
[8] Ibid. P. 346.
[9] Gamboa Martínez y Clavijo Ramírez. Op. cit. P. 2.
[10] Miguel Urrutia Montoya. Historia del sindicalismo en Colombia. Bogotá. 1969 P. 48. Citado por Gamboa Martínez y Clavijo Ramírez.
[11] Cfr. José C. Valadés. Don Melchor Ocampo, reformador de México. México. 1954.
[12] Gastón García Cantú. El socialismo en México – Siglo XX. México. 1986. Pp. 112-113.
[13] Ignacio Ortiz. Pensamiento de Plotino C. Rhodakanaty. Tesis de Licenciatura. Facultad de Filosofía y Letras. UNAM. Inédita. Pp. 16-17.
[14] Juan Hernández Luna. Movimiento anarco-fourierista entre el Imperio y la Reforma. En: Cuadernos de orientación política. Abril de 1956.
[15] Alfredo Gómez Muller. Anarquismo y anarcosindicalismo en América Latina. Barcelona. 1980. P. 14. Citado por Gamboa Martínez y Clavijo Ramírez.
[16] Gamboa Martínez y Clavijo Ramírez. Op. cit. Pp. 2-3.
[17] Cfr. Diego Abad de Santillán. El movimiento anarquista. Buenos Aires. 1910. P. 31; Gastón Gori. Inmigración y colonización en la Argentina. Buenos Aires. 1964; I. Oved. El anarquismo y el movimiento obrero en Argentina. México. 1978. P. 20.
[18] Cfr. Zelia Gattai. Anarquista, graças a Deus. Río de Janeiro. 1979; P. Avrich. Los anarquistas de Brasil. En: Reconstruir No. 100; J.W. Foster Dulles. Anarquistas e comunistas no Brasil (1900- 1935). Río de Janeiro. 1977. P. 17; J. Grossi, Storia della colonizazione europea al Brasile e della emigtazione italiana neüo stato di Sáo Paulo. Milán. 1914.
[19] Cfr. Álvaro Tirado Mejía. Aspectos sociales de las guerras civiles en Colombia. Bogotá. 1976. Pp. 464-465. Citado por Gamboa Martínez y Clavijo Ramírez.
[20] Cfr. Alfonso Schmidt. Colonia Cecilia: Romance de una experiencia anarquista. Sáo Paulo, 1980; Newton Stadler de Souza. O anarquismo da Colonia Cecilia. Río de Janeiro, 1970.
[21] J. A. Osorio Lizarazo. La vida extraordinaria de Jacinto Albarracín, el primero que en América ensayó un gobierno de soviet. En: Novelas y Crónicas. Bogotá. 1978. Pp. 426-434.
[22] Gamboa Martínez y Clavijo Ramírez. Op. cit. P. 6.
[23] Ibid. P. 7
[24] Ibid. P. 8.
[25] A. Ghiraldo. Triunfos nuevos. Buenos Aires. 1910.
[26] J. Oiticica. Aos companheiros de prisão, En: A Plebe. 5 de marzo de 1919; Martins Fontes. Vulcáo Santos. 1920; Sylvio Figueiredo. Os Grevistas. En: A Voz do Povo. Río de Janeiro. 2 de febrero de 1920.
[27] Cfr. Joan Conelly Ullman. La semana trágica. Estudios sobre las causas del anticlericalismo en España (1898-1912). Barcelona. 1972. P. 528.
[28] Lapouge-Bécaraud. Los anarquistas españoles. Barcelona. 1977. P. 70.
[29] Diego Abad de Santillán. La FORA. Buenos Aires. 1971. P. 70; J. W. Foster Dulles. Anarquistas e comunistas no Brasil (1900-1935). Río de Janeiro. 1977.
[30] Juan Francisco Moncaleano. Memorial. En: Ravachol. 7 de octubre de 1910. Citado por Gamboa Martínez y Clavijo Ramírez.
[31] Max Nettlau. Viaje libertario. En: Reconstruir. No. 77. P.40.
[32] Jacinto Huitrón. Orígenes e historia del movimiento obrero en México. 1980. Pp. 198-199.
[32 bis] Jacinto Huitrón. Op. cit. P. 209.
[33] Jacinto Huitrón. Op. cit. P. 263.
[34] Max Nettlau. Viaje libertario. En: Reconstruir No. 77. P. 40.
[35] Rafael Barrett. Obras completas. Buenos Aires. 1954. III. Pp. 171.
[36] Ibid. III P. 175-176.
[37] Cfr. Antonio Curcio Altamar. Evolución de la novela en Colombia. Bogotá. 1957. Pp. 197-202.
[38] David Viñas. Anarquistas en América Latina. México. 1983. P. 105.
[39] J. Ortega. Historia de la literatura colombiana. Bogotá. 1935. Pp. 809 sgs.
[40] Carlos Lozano. Biófilo Panclasta, una historia sin alas. En: Credencial No. 35. Octubre de 1989.
[41] J. A. Osorio Lizarazo. Biófilo Panclasta, el anarquista colombiano, amigo y compañero de Lenin, que conoció los honores de la estepa siberiana. En: El Tiempo. Bogotá. 12 de febrero de 1939.
[42] Carlos Lozano. Op. cit.
[43] Ibid.
[44] J. A. Osorio Lizarazo. Op. cit.
[45] Carlos Lozano. Op. cit.
[46] J. A. Osorio Lizarazo. La vida misteriosa y sencilla de Julia Ruiz. En: El Tiempo. Bogotá. 5 de febrero de 1939.
[47] De Biófilo Panclasta habla Gonzalo Buenahora en su novela (o, más bien, relato social) Sangre y petróleo. El Centro Cultural “Gabriel García Márquez” montó una obra teatral titulada Biófilo, bajo la dirección de José Assad. El Proyecto Cultural Alas de Xué fijó, en la Universidad Pedagógica Nacional de Bogotá, una placa: “A la siempre renovada presencia del pensamiento de Biófilo Panclasta, Vicente Lizcano”.
[48] Iván Darío Álvarez. A Biófilo: El jardinero del desierto. A Panclasta: El flautista de una leyenda. En: Revista Materi-Leri-Lero No. 7. Junio de 1986. Bogotá. Pp. 38-39.
[49] Enrique Valencia. El movimiento obrero colombiano. En: Pablo González Casanova. Historia del movimiento obrero en América Latina. 3. P. 13.
[50] Citado por Gamboa Martínez y Clavijo Ramírez.
[51] Víctor Alba. Historia del movimiento obrero en América Latina. México. 1964. P. 105.
[52] Gamboa Martínez y Clavijo Ramírez. Op. cit. Pp. 12-13.
[53] Álvaro Tirado Mejía. Colombia: Siglo y medio de bipartidismo. 1978. Citado por David Viñas.
[54] Ignacio Torres Giraldo. Los inconformes. Historia de la rebeldía de las masas en Colombia. Bogotá. 1978. III. P. 717. Citado por Gamboa Martínez y Clavijo Ramírez.
[55] F. Quesada. La Protesta. Una longeva voz libertaria. En: Todo es Historia No. 82. P. 87.
[56] En: La Protesta No. 1136. Buenos Aires. 1925.
[57] John M. Hart. EI anarquismo y la clase obrera mexicana. 1880-1931. México. Pp. 208-211; Octavio García Mundo. El movimiento inquilinario de Veracruz, 1922. México. 1926. P. 53; Paco Ignacio Taibo II y Rogelio Vizcaíno. Memoria roja. México. 1984. Pp. 147-183.
[58] Ignacio Torres Giraldo. Op. cit. III. Pp. 717 y 740.
[59] Diego Abad de Santillán. La FORA. Ideología y trayectoria. Buenos Aires. 1971. P. 67; Julio Godio. Historia del movimiento obrero latinoamericano. Caracas. 1985. I. Pp. 188-189.
[60] Diego Abad de Santillán. Op. cit. P. 93; Julio Godio. Op. cit. I. P. 190.
[61] Diego Abad de Santillán. Op. cit. Pp. 115-120; Antonio López. La FORA en el movimiento obrero. Buenos Aires. 1982. I. P. 13.
[62] Iaacov Oved. El anarquismo y el movimiento obrero en Argentina. México. 1978. Pp. 356-363.
[63] Diego Abad de Santillán. Op. cit. P. 142; Julio Godio. Op. cit. I. P. 201.
[64] E. López Arango y Diego Abad de Santillán. El anarquismo en el movimiento obrero. Buenos Aires. Barcelona.1925. Pp. 28-29; Cfr. Sebastián Marotta. El movimiento sindical argentino, su génesis y desarrollo, Buenos Aires, 1960-1961.
[65] Miguel Urrutia Montoya. Op. cit. Pp. 90-91.
[66] Gamboa Martínez y Clavijo Ramírez. Op. cit. P. 18.
[67] Ibid. P. 19.
[68] Alfredo Gómez Muller. Op. cit. P. 57.
[69] Gamboa Martínez y Clavijo Ramírez. Op. cit. P. 21.
[70] Ibid. P. 22.
[71] Ibid. Pp. 22-23.
[72] Alfredo Gómez Muller. Op. cit. P. 73.
[73] Chantal López y Omar Cortez. El programa del Partido Liberal mexicano de 1906 y sus antecedentes. México. 1985.
[74] Álvaro Tirado Mejía. Op. cit. Citado por David Viñas.
[75] Alfredo Gómez Muller. Op. cit. P. 44.
[76] Gamboa Martínez y Clavijo Ramírez. Op. cit. Pp. 30-31.
[77] Ibid. P. 32
[78] Oswaldo Bayer. Los vengadores de la Patagonia trágica. Buenos Aires. 1972-1974; Federación Obrera Local Bonaerense. La Patagonia trágica. Buenos Aires. 1922.
[79] Causas y efectos. La tragedia de la Patagonia y el gesto de Kurt Wilckens. En: Suplemento de La Protesta. 31 de enero de 1929; R. González Pacheco. Carteles. Buenos Aires, 1956. II. P. 116.
[80] Gamboa Martínez y Clavijo Ramírez. Op. cit. P. 33.
[81] Max Nettlau. Viaje libertario. En: Reconstruir No. 77. P.39.
[82] Gamboa Martínez y Clavijo Ramírez. Op. cit. Pp. 33-34.
[83] Ibid. P. 34.
[84] José Luis Balcárcel. El movimiento obrero en Guatemala. En: Pablo González Casanova. Historia del movimiento obrero en América Latina. 2. P. 131.
[85] Max Nettlau. Viaje libertario. En: Reconstruir No. 78. P. 42.
Ángel J. Cappelletti **
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